En el domingo de ramos comenzando la Semana Santa, Monseñor Miguel Cabrejos recuerda que las lecturas de la Pasión de Cristo nos sirven de guía para iniciar nuestra reflexión en este tiempo solemne. Una semana que para las Iglesias de oriente era la «gran semana» y que en el antiguo rito de la Iglesia de Milán se conocía como la “semana auténtica”.
La invitación del presidente del Celam es a centrar nuestra oración y reflexión en este relato, el Evangelio de la Pasión, sin perder de vista a quienes viven un viacrucis interminable, una pasión continua, es decir, a los miles de hermanos y hermanas que por una u otra razón la están pasando verdaderamente mal. Situaciones que han de cuestionarnos. La gran pregunta que debemos hacernos, afirma el prelado, es si ¿aquellos que sufren de verdad, pueden contar con nosotros? ¿O no tienen nada?
Dolor y redención
En este contexto el obispo peruano advierte que el sufrimiento vivido por Jesús ha sido el de hundirse en el abismo de la miseria y el vacío, despojarse, humillarse, morir, estar crucificado. Estas son las formas que muestran ese “descender a los infiernos,” el dolor padecido por Cristo.
Para entender con mayor fluidez este misterio, el prelado nos invita a detenernos en el himno de San Pablo, allí aparece la palabra “siervo”, aclarando que aquí, ser siervo, no reviste de ningún colorido luminoso; por el contrario, es la oscura condición del esclavo pisoteado y humillado.
«El siervo es Jesús de Nazaret que vive las últimas horas de su vida en un aumento de humillación, sufrimiento, desprecio y burla«. Esto, insiste Mons. Cabrejos, nos permite entender que la salvación no pasa a través de un camino triunfal, sino por el sendero que en el Evangelio de este domingo llamamos la vía dolorosa, el vía crucis.
Camino que según explica el presidente de la Conferencia Episcopal peruana; en la Sagrada Escritura se inicia desde el tribunal que juzga a Jesús, hasta el lugar de la ejecución capital y la posterior llegada al sepulcro. Para el prelado «es de desear que en esta Semana Santa todos los creyentes tuviéramos como guía de nuestra oración personal estas lecturas,» en tanto nos permiten comprender el misterio de la presencia de Cristo, en medio de nosotros.
El Viacrucis diario
Es en la vida de los pobres y los que sufren en quienes podemos tocar la carne de Cristo, como lo reitera el Papa Francisco en la cita que de él hace el obispo peruano. «Es necesario tener un oído en la Palabra de Dios y el otro oído en el pueblo, en la sociedad». «Escuchar con el corazón para vencer la indiferencia que nos hace sentir tranquilos cuando el mundo esta incendiado,» esa debe ser una prioridad, agrega.
Al respecto el arzobispo de Trujillo, evoca el pasaje evangélico del encuentro entre Jesús y el paralítico que llevaba 38 años postrado en su cama junto a la piscina de Bethesda. “¿Quieres quedar sano?,” le preguntó el Señor al ver su pasión, su viacrucis. La respuesta del enfermo es una denuncia frente a las características de la sociedad de su época: “Señor, no tengo a nadie”. “No tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; porque cuando yo llego, otro se me ha adelantado». Realidades de profundo sufrimiento, relatos de pasión, el viacrucis diario.
Por eso insiste Mons. Cabrejos se hace necesario que en este tiempo «pidamos al Señor que nos ayude a quitar los velos de nuestros ojos para que hagamos nuestro el proyecto de Dios y para que, no escuchemos de nadie la súplica lacerante: “no tengo a nadie Señor”.
En medio de nosotros
Se trata de revivir nuestra adhesión al Señor, el autor de la vida, el que vive para siempre, único dueño del tiempo y la eternidad, ante quien se dobla toda rodilla en el cielo, la tierra, los abismos y en quien confiamos para que brille nuestra esperanza en la resurrección. Única fuente de verdadero gozo y alegría para nuestra fe.
Citando el verso del poeta francés Pierre Emmanuel, «desde hace dos mil años oh Señor, que tus pies sangran en las calles del mundo,” el arzobispo peruano asegura que no es una frase escogida al azar, porque el literato expresa con intensidad el sentido del misterio de la encarnación, esa presencia continua de Cristo al interior de nuestra lucha humana, la que vivimos al interior de nuestro espacio y del tiempo que solo conoce él.
Y pese a que en muchos escenarios «esta presencia de Cristo sea objeto de rechazo y de amor, raíz de traiciones y de heroísmos, brilla también al interior de nuestras ciudades, de nuestros pueblos en esta Semana Santa, la semana auténtica,» porque como escribe el autor de la carta a los Hebreos, “Jesús es el mismo ayer, hoy y en los siglos”.
El relato de la pasión
Así el presidente del Celam rememora el relato de la pasión en seis escenas que aparecen en el Evangelio de Mateo que hoy se articulan, se entrelazan, siguen con inmediatez y drama entregando un mensaje que constituye semilla de salvación para cada uno.
La primera de ellas es la cena pascual, que celebra el misterio de la continua presencia de Cristo en medio de su pueblo. La segunda en el huerto de Getsemaní. Allí Jesús es el modelo del perfecto orante que experimenta la “agonía” del silencio de la amistad humana y de la misma vida porque lo abandonaron, lo traicionaron y sudó sangre. En tercer lugar, está el arresto Jesús reafirmando su apasionado amor por el perdón y por la no violencia, rebatiendo eso de que al que a espada mata, a espada muere.
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Una nueva humanidad
Luego está cuarta escena, la que se refiere al proceso judío, dominado por la última revelación mesiánica y divina de Jesús que frente a su pueblo, advierte “de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentado a la derecha de Dios y venir sobre las nubes del cielo”.
En quinto lugar, está el proceso romano que sanciona, zanja lo elegido por la multitud de Jerusalén, revela la indiferencia de Pilato y la simpatía de los paganos representados en su esposa.
Para llegar finalmente a la sexta escena de la crucifixión en la que convoca todo el cosmos con su fuerza las tinieblas y el temblor de la tierra. Allí está presente la humanidad que blasfema. Paradójicamente allí también avanza la Iglesia de los nuevos creyentes, como el centurión que admite con dolor que “verdaderamente éste era el Hijo de Dios”; y desfila también la nueva humanidad liberada por Cristo, la de los muertos que salen de los sepulcros.
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