Este fin de semana la Iglesia celebró la Ascensión del Señor y la palabra Santa nos invita a reconocer que este momento «no es solo el ingreso de un justo en el misterio de Dios sino, la gloriosa entronización del Hijo junto al Padre», así lo recuerda Mons. Miguel Cabrejos al afirmar que así es como la Iglesia «lo adora y siente de un modo nuevo y sorprendente».
Una presencia nueva
En su reflexión semanal el presidente de la Conferencia Episcopal peruana explica que la Ascensión nos «describe la despedida de Cristo del horizonte terreno hacia el cielo, de donde había descendido en la encarnación», algo que no puede confundirse con un deseo de alejarse de nosotros, porque de acuerdo con el obispo» venciendo a la muerte y entrando en la eternidad, Jesús de Nazaret revela su profunda y decisiva identidad de Hijo de Dios, Mesías y Salvador».
Si bien, concluye el tiempo de la presencia visible de Cristo en medio de nosotros, inicia una nueva presencia a través de su acción salvadora en la Iglesia y la vida de los creyentes.
«La muerte está anulada por la vida, la cruz está sustituida por la gloria, y el mal está vencido por la esperanza», son las características de un relato bíblico que muestra a los discípulos revestidos de Cristo y con una misión grandiosa, la de anunciarlo con la certeza de estar acompañados por el Maestro de un modo inédito que se reconoce en la frase: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.
Revestidos de Cristo
De acuerdo con el prelado se trata de una misión de carácter universal en la que se anuncia el Evangelio a todo el mundo, a toda criatura, a toda persona. Sobre lo que señala surgen dos reacciones, en una de ellas la fe bautismal se fortalece y en la otra, prevalece la incredulidad y la condena.
Para Mons. Cabrejos «en el campo de la fe o del rechazo, se sintetiza un poco la historia de cada conciencia y de la humanidad entera”, por eso sostiene que “para los discípulos se plantea el reto de cumplir aquella misión que Cristo les confió antes de ascender a la derecha de Dios Padre”.
Se trata de «una persona, que desaparece a los ojos de sus conocidos y amigos pero que se hace reconocer y amar por una multitud inmensa de personas de diferente lengua, pueblo, raza y nación, haciéndose sentir vivo y operante a través de la palabra y las manos de sus discípulos en la Iglesia».
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Comunión con el Padre
Circunstancia de donde agrega el obispo peruano, se desprende el principio de la Iglesia que se conoce como «Semper reformanda», es decir, en permanente actualización. “Una Iglesia siempre atenta a los signos de los tiempos, en una conversión pastoral permanente y trabajando por fortalecer su conciencia misionera».
Así de acuerdo con el arzobispo de Trujillo, es necesario comprender que, con la Ascensión Cristo; el Hijo de Dios, abre a todos los hijos adoptivos el camino de la eternidad y la intimidad divina, la comunión con el Padre. Para él esta meta “es solo una gracia, un don, que nace de la redención”, por lo que invita a entender que Cristo es la primera creatura en recorrer este “camino de la vida”; que comprende el morir y resucitar, detrás de Jesús vendrá María, la Madre del salvador.
Reflexión que Mons. Miguel Cabrejos cierra recordando que la solemnidad de la Ascensión del Señor es la celebración de una presencia cercana y eterna; es la victoria sobre la soledad absoluta a la que nos lleva la experiencia de la muerte.
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