La liturgia del sexto domingo de la Pascua nos ofrece dos reflexiones que se presentan como puntos extremos, así lo recuerda Mons. Miguel Cabrejos en su comentario al Evangelio del Domingo. Por un lado, asegura estamos atraídos y envueltos en el presente. Por otro, estamos orientados hacia el futuro, hacia la esperanza. Y este es el destino de la Iglesia, porque su naturaleza es peregrina.
El presidente del CELAM nos recuerda que «la Iglesia, se moviliza en las calles pedregosas y polvorientas del mundo, pero espera llegar al horizonte, al umbral del más allá y ver otro amanecer».
Iglesia comprometida
Refiriéndose a la primera lectura, el prelado advierte que se trata de un ejemplo del compromiso de la Iglesia con la realidad presente, en las luchas concretas de la gente y en medio de la lentitud del viaje terrenal, explicación que parte del relato evangélico de los Hechos de los Apóstoles que nos presenta el Concilio de Jerusalén, en el que se discutían dos perspectivas teológicas y pastorales de la época.
Al respecto, el presidente de la Conferencia Episcopal peruana explica que una de esas perspectivas es de carácter judaizante, porque consideraba que era necesario pasar primero por el hebraísmo para llegar a ser cristianos; mientras la otra perspectiva, la denominada paulina, habla de la originalidad cristiana, que se aparta lejos de todo condicionamiento étnico-cultural, como aparece en el libro de los Gálatas.
“Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos ustedes son uno en Cristo Jesús”. Así advierte el obispo peruano, los apóstoles adoptan la línea de San Pablo, porque excluía la obligación de la circuncisión para los paganos que deseaban ser cristianos. Se trata de una lectura que advierte el prelado es famosa por considerarse como la «Carta a la Iglesia».
Signo de la encarnación
En esta Lectura que hoy leemos está atenta a los hechos concretos del presente de aquel entonces, al equilibrio que se debía tenerse y las reacciones que debían evitarse. Una carta que de acuerdo con la explicación del prelado constituye un signo “de la encarnación” esa comunidad creyente al interior de un contexto histórico preciso, ya pasado, pero que nos ofrece un excelente ejemplo de cómo procede la Iglesia, porque se mencionan algunos elementos pastorales, que en el futuro fueron superados por la institución: como es el caso de la circuncisión, entre otras.
«Es importante observar que hay un puente para no cortar con la cultura de la época, con la historia, con la realidad cotidiana»; insiste Mons. Cabrejos sin dejar de lado la fe cristiana que nos invita a la perfección, a la libertad plena de los hijos de Dios a la luz gloriosa de la divinidad. En este mismo sentido aparece la segunda lectura que asumiendo el contenido del libro del Apocalipsis dedica una de sus páginas conclusivas a la Jerusalén celestial. «Estamos en la tierra, pero miramos hacia el cielo,» dice.
Aquí el arzobispo de Trujillo afirma que la Jerusalén celestial es la meta ideal hacia la cual la Iglesia está peregrinando. Esta ciudad se halla envuelta por la presencia de Dios, que es un signo luminoso de cercanía, revelación y presencia divina. Una joya perfecta, brillante y transparente. Su estructura es símbolo de fuerza y perfección, que se halla circundada por un sólido resguardo. Una ciudad que se abre con sus 12 puertas a las cuatro dimensiones del espacio. Sobre esto el prelado explica que el triunfo del emblemático número 12 exalta la plenitud del pueblo de Dios. Sus doce tribus ideales son expresión de un sueño de la Iglesia que actúa en función del proyecto diseñado por el Padre y fue instaurado por Cristo.
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El Espíritu nos habita
Los fundamentos de esta ciudad, indica el obispo fueron confiados a los 12 apóstoles teniendo a Pedro a la cabeza; piedra de fundación de la Iglesia con el deber de cohesionar la comunidad cristiana, como se lee en la carta de Pablo a los Efesios. “Edificaos sobre el cimiento de los Apóstoles y los Profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo,” por lo que un elemento esencial del futuro cristiano en el contexto de la Jerusalén celestial, nos invita a comprender que hacia el futuro no habrá más ningún templo.
Entre Dios y el hombre no habrá necesidad de ninguna mediación, lo que apuntará al cumplimiento pleno de la enseñanza de San Pablo en su carta a los Corintios. «Nosotros somos el templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en nosotros”. Una invitación a comprender que «la comunión plena con la divinidad es la meta última del camino de la Iglesia,» confiados en que las distancias caerán y se abrirá el paso a la comunión. «Vivamos entonces como hombres del presente, atentos a todos los signos de nuestra historia, pero mirando a esa comunión con Dios que empieza aquí,» concluye.
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