La Sagrada Escritura usa imágenes luminosas para hablar de Dios, pero las lecturas del Quinto Domingo del Tiempo Ordinario nos dan una sorpresa. La luz de quien se habla es la luz del hombre que, inundado por la luz divina, llega a ser como una antorcha que resplandece y abriga a quien le rodea. Así lo recuerda Mons. Miguel Cabrejos en su reflexión de la presente semana.
Abrir las puertas
Una imagen que el presidente del Celam advierte está presente en el relato del profeta Isaías y el salmo 111 que describe el influjo del hombre justo, generoso y caritativo, el mismo que en el frio y la noche del egoísmo, se encuentra con una sociedad que cada vez está más cerrada en sí misma y que aparece simbolizada con una puerta blindada y la satisfacción personal.
Un pasaje que nos invita a «tener la valentía de abrir las puertas para compartir el pan con el hambriento, ayudar a los necesitados y colocar el manto del amor y del perdón cuando sea necesario. Revestirnos con la capa del servicio para ofrecérselo a quien está vacío en la soledad,» asegura Mons. Cabrejos.
Irradiar con el testimonio
Jesús es la luz y nos conduce a la luz, como el profeta Isaías lo canta en el salmo 60 al hablar de Jerusalén que aparece envuelta por la luz: “levántate, revístete de luz, la gloria del Señor brilla sobre ti: Caminarán los pueblos en tu luz”. Así explica el obispo peruano debe ser el justo, semejante a una Jerusalén que guía a los hombres dispersos por caminos torcidos y por valles oscuros.
De hecho, explica que la luz es una pequeña parábola que nos habla de Dios. La luz es externa a nosotros, no la podemos tener entre las manos, como Dios que es superior y trascendente. Sin embargo, la luz, al igual que Dios nos envuelve, abriga e inunda; está cerca de nosotros.
Así, la liturgia de hoy se transforma en una celebración de la luz que el hombre puede irradiar en el mundo con su testimonio, su existencia, su vida, por lo que el arzobispo de Trujillo insiste en que «La luz debe resplandecer y la luz de los hombres son sus obras buenas, son sus acciones de bondad y de justicia. Son los frutos buenos, como lo llama a menudo Jesús».
No necesitas ir lejos
Al respecto, el presidente de la Conferencia Episcopal peruana explica que es importante entender que el hielo, la indiferencia y la oscuridad que muchas personas muestran, son expresión de la lejanía de la fuente de la luz, que finalmente es el amor a Dios.
Sabemos que una lámpara sin aceite no cumple con su función, tampoco la sal que pierde su sabor, por tal razón «el anuncio de Dios no ha de pasar solamente por las palabras, sino a través de las manos de quienes obran la paz, los que confortan y colaboran; como en su momento lo hicieron las manos de Cristo que curaban y aliviaban a los demás».
De este modo precisa el arzobispo de Trujillo, las lecturas de hoy son una invitación para que el cristiano se exponga al sol de Dios como una ciudad puesta sobre los montes, sin esconderse, mimetizarse o intentar pasar desapercibido, muchos menos sin volverse flojo; porque la luz recibida no debe encerrarse en el “centro” de un grupo, la familia, la Iglesia, sino que la luz recibida debe extenderse a todos los hermanos. «Hazlo sobre los que están cerca de ti, no necesitas ir muy lejos,» concluye.
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Reflexiones sobre luz y Dios
Para cerrar su reflexión el obispo peruano trae a la memoria las palabras de varios autores que desde diversas perspectivas bien podemos relacionar con el contenido de la palabra santa de este domingo.
En primer término, está el himno egipcio al dios sol que sintetiza todos los cantos que la humanidad ha dirigido a la luz del sol, reconociéndolo siempre como símbolo de lo infinito y de su carácter divino. “Magnífico y multicolor, tú creaste la luz con tus ojos divinos. La tierra es ciega cuando Tú desapareces, sol estupendo, de radiante esplendor. Tú atraviesas los cielos, espléndida luz de luminoso candor. Tú te levantas, en belleza, altísimo e inaccesible y cierras el núcleo de la luz sobre el océano”.
En segundo lugar, está el poeta italiano Giorgio Caproni que en un verso decía «un hombre solo encerrado en su habitación. Solo en una habitación para hablar. A los muertos,» esto sobre el peligro de guardarse para sí la luz que hemos recibido de Dios.
Y finalmente está Friedrich Nietzsche el filósofo alemán y representante del ateísmo que hizo una crítica muy válida para los cristianos: “Si la Buena Nueva de vuestra Biblia, estuviese aún escrita sobre vuestro rostro, ustedes no tendrían necesidad de insistir para que se dé autoridad a la Biblia; vuestras obras deberían volver casi superflua la Biblia, porque ustedes mismos deberían constituir la Biblia viva”.
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