«Jesucristo resucitado nos hace ver cicatrizar lo que creímos que dolería toda la vida,» afirma Mons. Miguel Cabrejos en su reflexión del Segundo Domingo de la Pascua, fiesta de la Divina Misericordia.
Un relato del Evangelio de Juan en el que Jesús resucitado se aparece varias veces a los discípulos y consuela con paciencia sus corazones desanimados; en esta oportunidad lo hace deseándoles su paz.
Amor que sana
En nuestro caso, afirma el presidente del Celam, la presencia del resucitado nos permite acariciar, esas cicatrices para vivir reconciliados con el pasado, proyectándonos a un mejor futuro, porque siempre seremos mirados con misericordia por Dios. Trayendo a la memoria al Papa Francisco y su enseñanza en la exhortación Apostólica Post sinodal Christus Vivit, el prelado recuerda el fragmento en que se lee: “Vive Cristo, esperanza nuestra. Todo lo que Él toca se hace nuevo, se llena de vida. ¡Él vive y te quiere vivo!” lo que ciertamente nos permite reconocer que la resurrección es dejarse tocar por la misericordia de Dios.
Así en sintonía con la palabra Santa, el prelado nos recuerda que la Pascua nos invita a hacer memoria del soplo del Espíritu presente en el Evangelio que abre horizontes, despierta la creatividad y nos renueva en la fraternidad para ratificar nuestro compromiso, ante la enorme e impostergable tarea que nos espera, anunciar su Palabra. Para ello, advierte el presidente de la Conferencia Episcopal peruana «urge discernir y encontrar el pulso del Espíritu para impulsar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere generar en este momento concreto de la historia, también en la Iglesia; lo que no es otra cosa que experimentar la misericordia de Dios”.
Entregar la fragilidad
De hecho Mons. Cabrejos nos recuerda que Santa Faustina Kowalska, apóstol de la Divina Misericordia en una de sus visiones místicas, le dijo a Jesús, con satisfacción, que le había ofrecido toda su vida, todo lo que tenía. No obstante, la respuesta de Jesús la desconcertó «Hija mía, no me has ofrecido lo que es realmente tuyo». ¿Qué cosa había retenido para sí aquella santa religiosa? Jesús le dijo amablemente: «Hija, dame tu miseria»
Y es que el obispo peruano insiste en que «Él espera que le presentemos nuestras miserias, para hacernos descubrir su Misericordia, porque ve en nosotros más allá de nuestra fragilidad, una belleza perdurable. Con Él descubrimos que somos valiosos en nuestra debilidad”. En este sentido Mons. Cabrejos asegura que es el Señor, el que nos pide no conformarnos ni contentarnos, mucho menos justificarnos con lógicas que impiden asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que actualmente sucede en el mundo y que se ve reflejado en hechos relacionados con situaciones como la corrupción o la injusticia social, todas estas son expresiones de la fragilidad humana, la miseria que puede habitarnos y que clama por la misericordia del Padre.
Jesús con su vida y sus acciones, demostró que en el mundo en que vivimos junto a la debilidad también está presente el amor, el operante, el amor que se dirige al ser humano y abraza toda la humanidad. Este amor, indica Mons. Cabrejos se manifiesta en el “contacto con el sufrimiento y el dolor que Jesús trata de aliviar. También con toda la condición humana, que de distintos modos manifiesta la limitación y la fragilidad del hombre, bien sea física, bien sea moral”.
Misericordia inagotable
Cristo nos revela a Dios, «rico en misericordia». Esta verdad, más que un tema de enseñanza, constituye una realidad que Cristo ha hecho presente. Experimentar al Padre en cuanto a la misericordia, es la prueba fundamental de su misión. Aquí nos explica el arzobispo de Trujillo por qué Cristo subraya con tanta insistencia la necesidad de perdonar a los demás, por cuanto es evidente que una solicitud tan grande como la de perdonar no anula las exigencias de la justicia. «La justicia rectamente entendida constituye la finalidad del perdón,» aclara.
Para Mons. Cabrejos «Jesús hace de la misericordia uno de los temas principales de su predicación. Basta con recordar la parábola del Hijo Pródigo, el Buen Pastor, a la mujer que debía morir apedreada o la Eucaristía». Cristo nos enseñó además que «el hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a «ser misericordioso» con los demás, como lo señala el Evangelio de Mateo: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzaran misericordia» (Mt 5,7)
A lo que agregan las múltiples expresiones de la misericordia que no sólo perdona los pecados, sino que sale al encuentro de todas las necesidades de los hombres. Jesús se inclinó bondadosamente sobre todas las miserias humanas, tanto materiales como espirituales. Su enseñanza de misericordia sigue llegando a través del gesto de sus manos siempre tendidas hacia el hombre que sufre.
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Perdonar con valentía
Jesús se convierte en un modelo de misericordia para los hombres, Cristo proclama con sus obras la invitación a la misericordia, que es uno de los componentes esenciales de los valores evangélicos, porque es verdad que el significado verdadero y propio de la misericordia no consiste únicamente en la mirada dirigida al mal moral, físico o material: la misericordia se manifiesta en su aspecto verdadero y propio, cuando revalida, promueve y extrae el bien de todas las formas de mal existentes en el mundo y en el hombre.
La misericordia es un amor que no se deja “vencer por mal”, sino que “vence con el bien al mal”. «También hoy, afirma el presidente del Celam, en el anochecer de nuestras vidas, muchas veces cargadas de miedos, desilusiones y desesperanzas, vuelve a aparecerse Jesucristo resucitado para devolvernos la valentía, la ilusión y la esperanza de vivir».
Mons. Miguel Cabrejos cierra su reflexión recordando que la misericordia es necesaria en nuestros tiempos. El hombre contemporáneo tal vez no tiene la valentía de pronunciar la palabra “misericordia”, por eso se hace necesario que todo cristiano y persona de buena voluntad además de pronunciar la palabra, la aplique no sólo en nombre propio sino también en el de los demás.
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