En la Solemnidad de Cristo Rey, Mons. Oscar Ojea señala que “contemplamos a Jesús en el momento culmen de la obra de la salvación, sin poder y sin gloria”. El presidente del episcopado argentino hace ver que “el trono de este Rey es la Cruz, su corona es una corona de espinas, en las manos no lleva anillos ni brillantes, sino que tiene los clavos; no tiene dinero, no tiene tesoros, ha sido vendido por 30 monedas; lejos del poder de este mundo, en la humillación suprema; desde allí reina Jesús”.
¿Cómo reina Jesús?
Ante esta realidad se pregunta: “¿Y cómo reina? Reina por el amor. En la Cruz, nosotros los cristianos vemos todo el amor, toda la entrega de Jesús por nosotros”. Recordando a Dante, que dice que el amor “mueve el cielo, las estrellas y todos los astros”, dice que “el amor es la fuerza más grande del mundo; todo lo mueve el amor. Y es este amor, el amor de Jesús al que nosotros los cristianos adoramos; por eso hoy celebramos a Cristo Rey”.
Analizando la escena de la Cruz, el obispo de San Isidro dice que “hay tres tipos de personajes que están mirando la Cruz”. En primer lugar, según el texto del Evangelio de Lucas, habla del pueblo, que “lo miraba de lejos, el pueblo se pone distante a Jesús, no se juega por él; es el mismo pueblo que lo buscaba, que le pedía la curación de sus enfermedades, que pedía estar cerca de él; este pueblo lo mira de lejos, tiene miedo”. Desde ahí cuestiona: “¿Cuántas veces tenemos miedo de confesar a Jesús? ¿Cuántas veces tenemos miedo de jugarnos la vida por él?”.
Jesús se la jugó por todos
Otro tipo de personajes, según Mons. Ojea, “son los jefes del pueblo que se burlaban de Jesús y no solamente se burlaban, sino que traducen la tentación más importante en la vida del Señor: ‘Sálvate a ti mismo. Sálvate a ti mismo, si sos el hijo de Dios, sálvate a ti mismo’”. Trayendo esto para la realidad actual, el obispo da dicho que “este es un criterio tan propio del mundo en este momento actual, que cada uno se salve solo, el no importarnos el resto, el mirar solo nuestra propia salvación y negar la de los demás”.
Frente a ello, recuerda que “Jesús no entró en esta tentación; él se jugó por todos, él no pensó en sí mismo, pensó en todos. Pero esta tentación es la más tremenda de su vida, más tremenda todavía que las tentaciones en el desierto. Es abandonar el plan de tu Padre, deja el plan de tu Padre y sálvate vos; pone tu centro en vos mismo”.
La conversión del Buen Ladrón
El tercer personaje le lleva a preguntarse: “¿Qué habrá visto el buen ladrón detrás de la Cruz de Jesús?”, respondiendo que “en primer lugar, miró sus propios pecados, miró sus fallas, se dio cuenta que merecía estar allí y, en segundo lugar, le pidió en esta humilde oración: ‘Acordate de mí Señor, cuando llegues a tu reino’. Y, allí el Señor le responde: ‘Hoy’. Por eso es el primer Santo este buen ladrón. Abrió las puertas del cielo, inaugura el Reino, simplemente porque dejó entrar en su corazón al Rey del amor, al Rey de la verdad de toda vida”.
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Finalmente ha llamado a honrar, celebrar y pedir dejar “entrar en nosotros, en nuestro corazón, este Reino y esta soberanía para que el amor y el jugarnos por Jesús y los demás sea el verdadero horizonte de nuestra vida”.
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