La diócesis de Mayagüez, en Puerto Rico, acogió de 16 a 19 de mayo la 39ª Asamblea General Ordinaria del Consejo Episcopal, donde se llevó a cabo la elección de la nueva presidencia. En ella está Mons. Santiago Rodríguez, obispo de San Pedro de Macorís (República Dominicana), nuevo presidente del Consejo Económico del Celam, insistiendo en que “desde este departamento, realmente procurará acompañar los procesos y ver siempre los recursos como instrumento para el trabajo pastoral que se le encomienda”.
¿Cómo se siente ante este nuevo desafío, ante esta tarea, servicio, que la Iglesia le está confiando?
Primero expresar mi gratitud ante esta escogencia a mi persona para acompañar el camino y esta tarea de llevar a cabo la administración de todo lo que concierne a los asuntos económicos de nuestro Celam, que realmente es la institución que nos unifica y que al mismo tiempo se constituye en base para acompañar y apoyar en todos los procesos pastorales de nuestro continente.
En las primeras comunidades cristianas el compartir era algo que estaba muy presente. En nuestras iglesias también debería ser así, todavía más en una realidad como la de la Iglesia de América Latina y el Caribe con tanta diversidad en el campo económico. ¿Cómo potenciar entre las diversas iglesias esa preocupación de unos con los otros, ese dividir de aquellos que más tienen con aquellos que pasan más necesidad?
Esa posición es propia de la Iglesia y es la mía, también del equipo que ha coordinado y que coordinará el Celam en asuntos económicos, que verá no tanto lo cuantitativo, sino lo cualitativo, y mirar los recursos como lo que son, recursos para el proyecto. Podríamos decir, el objetivo fundamental y principal de la Iglesia es a través de los recursos poder llevar a cabo la misión encomendada. El Celam desde este departamento, realmente procurará acompañar los procesos y ver siempre los recursos como instrumento para el trabajo pastoral que se le encomienda.
Recursos que son para el funcionamiento del día al día del Celam, de los diferentes centros, de las personas que trabajan, pero sin olvidar que el Celam es canal de recursos entre las entidades financiadoras y gente que vive en las periferias y pasa gran necesidad. ¿Hasta qué punto eso es importante?
Es un aporte este departamento poder ser vínculo, canal, la vía para obtener recursos o ayudas para llevar a cabo esos proyectos pastorales y también proyectos ante las necesidades de hambre, o de otras realidades, de salud, es su papel el apoyo. Lo que nos corresponde ayudar no es tanto dar el pez, sino enseñar a pescar, y desde esa posición enseñar, trabajar todo lo que sean los equipos diocesanos para que de esa manera también aprendan y tengan las herramientas necesarias para hacer la pesca, obtener dichos recursos para llevar a cabo la misión que le compete o que están necesitando.
En esa dimensión de los recursos, no es tanto constituirnos en una ONG o en una ayuda simplemente por estar buscando estos recursos para obtener objetivos que nos sean propios, lo que la Iglesia en ese sentido nos pide y de hecho nos enseña como tal.
Estamos saliendo, parece que definitivamente, de la pandemia del Covid-19, que afectó al tema sanitario, con muchas muertes en América Latina y el Caribe, pero que también afectó gravemente a la vida económica de la gente y de la Iglesia. ¿Cómo enfrentar los desafíos que surgieron en ese tiempo de pandemia y cómo ayudar para que podamos recuperar esos recursos y tener una vida mejor?
La Iglesia latinoamericana y del Caribe, el Celam específicamente, surge en base a una opción preferencial, y dentro de esa opción preferencial está la opción preferencial por los pobres, los necesitados, que sigue siendo un distintivo propio de nuestro continente. Es esa parte la que a nosotros también como Celam nos corresponde, poder ayudar, poder acompañar procesos, proyectos, que ayuden a facilitar realmente los recursos como tales.
Cada diócesis, como cada conferencia episcopal, como cada país, tiene sus necesidades propias, sus realidades, pero esto no conlleva que vamos a responder, o que se pueda responder, sería algo ilusorio, sino más bien acompañar. Es lo más hermoso que el Celam desde todo lo que son los estamentos y estructuras orgánicas del Celam, acompañar procesos y sobre todo educar.
En una ocasión hice un diplomado en el Celam titulado: “La autosostenibilidad parroquial e institucional de la Iglesia”. En este diplomado pudimos aprender a trabajar nuestros recursos para de esta manera no siempre pedir el pez, sino poderlo ya pescar y hacernos sostenibles. Es una administración que va llevando a las instituciones y por ende también a la Iglesia a ir trabajando los elementos y estructuras para que realmente se puedan obtener estos recursos y pueda responder a las necesidades propias de una determinada parroquia o diócesis.
Cuando hablamos de la autosostenibilidad, es una enseñanza, son procesos, pero al mismo tiempo nos sirve para todo en la vida, hasta para la vida familiar, particular, pero también para la vida parroquial e institucional de cada iglesia particular, llámese diócesis o conferencias episcopales.
Como presidente del Consejo de Asuntos Económicos del Celam, ¿qué es lo que usted les diría a sus hermanos obispos y qué es lo que diría a las iglesias locales y al pueblo que vive su fe en América Latina y el Caribe?
Ser administrador es uno de los puntos que a un obispo le corresponde dentro de su misión episcopal, un administrador de las gracias divinas, pero también de las cosas terrenas. A un administrador, como dice la Biblia, lo primero que se le pide es que sea fiel, la fidelidad al compromiso y a la intención, que es un mandamiento, respetar la intención del donante. Esto ayuda a que las cosas lleguen al verdadero destinatario para quien se ha recolectado una ayuda.
De esa manera podemos cumplir la misión que se nos encomienda en el área que sea, primero la fidelidad a lo que se nos ha pedido y esa dimensión de las intenciones de las donaciones que se reciban, y mirar nuestra realidad y dejar que den el paso las instituciones, las personas para que de esa manera aprendan a caminar solos y a llevar a cabo las misiones que se les puedan dar.
Como obispo y pastor de una diócesis, y de todos mis hermanos obispos, que tenemos grandes tareas en todos los sentidos, en esas realidades estructurales y económicas, podemos llevar a cabo el verdadero objetivo y misión que nos corresponde como Iglesia y como pastores, que es anunciar a un Cristo vivo, a un Cristo Resucitado y que se constituye al mismo tiempo en la mayor riqueza que podamos nosotros tener y ofrecer al mismo tiempo. Todos y cada uno tenemos que dar, y por lo tanto podemos compartir.
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La mayor riqueza que la Iglesia tiene no son los millones, ni las cosas que podamos tener, sino esa unidad y ese sentido de amor, de esperanza y de vida eterna que podamos nosotros comunicarle al pueblo santo de Dios. Por lo tanto, mi llamado es que en todo y desde toda posición y todo lugar que estemos, poder hacer presente el Reino de Dios en medio de nuestros hermanos, y poner a funcionar en todos y en cada uno, los talentos que se nos han dado. No enterrar los dones y talentos, producir para que otros se beneficien de esos frutos.
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