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Monseñor Eduardo García: Francisco, papá de la Iglesia y con la Iglesia al hombro asumiendo a los descartados del mundo - ADN Celam

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Monseñor Eduardo García: Francisco, papá de la Iglesia y con la Iglesia al hombro asumiendo a los descartados del mundo

El pasado jueves 6 de marzo, la catedral diocesana de San Justo, ubicada en el corazón profundo del conurbano bonaerense en la Argentina, fue uno de los lugares donde se rezó en comunidad por la salud del Papa Francisco pero con una particularidad que señaló monseñor Eduardo Horacio García, titular de la diócesis, quien presidió la misa y predicó:

No es un acto protocolar ni formal. Gracias por estar, gracias como se le dice a un amigo que viene a compartir la angustia de aquel que tiene un ser querido enfermo. Gracias por venir a rezar juntos. Sé que muchos de ustedes lo vienen haciendo ya sea individualmente o en sus comunidades. Este encuentro, el de la familia que Jesús reúne, pretende ser simplemente el gesto de cariño de los hijos que se unen para expresar su amor y agradecimiento a aquel que es nuestro papa. La diferencia de un acento marca también un lugar para mover nuestro cariño: Papá de la Iglesia, de la familia grande, llamado y elegido por Dios para mostrarnos y decirnos cuánto nos ama el Padre bueno del cielo”.

 

 

“Estamos acá para eso: para darle nuestro abrazo, para darle fuerzas a Francisco en este momento de enfermedad, para acariciarlo”, señaló el obispo con emoción.

La ternura: un básico cristiano

Monseñor García destacó un sentimiento que es medular en la prédica del Papa Francisco: “La fe no es una cuestión de ideas, sino de cariño. La fe que no se expresa en gestos de ternura es solo un cúmulo de conceptos. Y queremos responderle a Francisco con lo que tanto nos ha dicho y sigue diciendo: solo hay una revolución posible y eficaz, una que sana y no deja heridos ni muertos: la revolución de la ternura”.

 

Con la Iglesia al hombro

“Francisco se ha puesto al hombro la vida de la Iglesia, con sus aciertos y sus mezquindades, sin esconderle el cuerpo a los 76 años. En lugar de esperar sentado que Dios lo llame, corrió a su encuentro y nos mostró dónde está: en el pobre, en el marginado, en el que está solo y desamparado, en el excluido, en el inmigrante, en el descartado y en tantos otros invisibles para una sociedad que le escapa al dolor. Y la carga sin miedo y sin asco. La cruz no es una desgracia, es una consecuencia, como lo fue en la vida de Jesús, de ponerse del lado de la vida”, aseguró ante la asamblea.

 

Francisco necesita cireneos

Al describir ese camino que eligió Francisco por encontrar a cada desamparado del mundo, el obispo justense conmovió: “Y en esa carrera para encontrar a Dios, con la cruz a cuestas, hoy necesita cireneos que la carguen con él. Queremos cargar y sostenerlo en la cruz de la enfermedad. Queremos cargar la cruz con él, la de una Iglesia pobre para los pobres, en salida, que busque la justicia sin atajos de conveniencia, que le ponga la cara a la corrupción y la misericordia al pecado, que muestre que Dios no es patrimonio de nadie, sino de todos, de todos, de todos los que lo necesitan”.

 

Aire que sana

“Insuficiencia respiratoria, dicen los partes médicos. ¡Falta aire!”, describió el obispo, “hagámosle el regalo de aire nuevo para la Iglesia, que tantas veces languidece por insuficiencia respiratoria, por aires enrarecidos y llenos de bacterias”.

Y le puso caras a quienes precisan aires nuevos en la Iglesia: “Aire para los chicos que andan a la buena de nadie, aire de esperanza para los jóvenes sin rumbo y víctimas del narcotráfico, aire para una política sin rostro y que busca conveniencias y arreglos bajo cuerda, aire para tantas familias que necesitan ser abrazadas, aire que es ‘tierra, techo y trabajo’ sin vueltas como expresión una vida digna, aire para un mundo que necesita ser sanado”.

Al finalizar monseñor García fue contundente: “Este aire es el mejor remedio para Francisco y nuestro mejor abrazo”.

 

Monseñor Eduardo García es obispo de San Justo, asesor global de la Acción Católica y, en los tiempos en los que Francisco ejercía como arzobispo de Buenos Aires, fue uno de sus obispos auxiliares dándole ya en aquellos años fuerte impronta de Iglesia en salida a la pastoral porteña en todas sus expresiones.

 

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