La mañana del 26 de abril, frente a las históricas columnas de la Catedral Metropolitana de Buenos Aires, cientos de fieles se congregaron para despedir a su pastor, al Papa Francisco, en una emotiva misa de eterno descanso. Monseñor Jorge García Cuerva, arzobispo de esta Jurisdicción, presidió la celebración en la que el dolor se mezcló con la gratitud y el compromiso.
«Lloramos porque se murió el padre de todos», dijo García Cuerva, interpretando el sentimiento popular. Como recordó en su homilía, Francisco solía advertirnos sobre el valor de las lágrimas verdaderas: llorar por los pobres, por los marginados, por los olvidados, no por capricho, sino por amor y compasión. Así, el llanto de los presentes se convirtió en un acto de fe, de unión y de esperanza.
- Foto: Infobae
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Francisco y los demonios de este tiempo
Inspirado en el evangelio de Marcos, el arzobispo evocó a María Magdalena, la primera en ver a Jesús resucitado, y trazó un paralelo conmovedor con el pontificado de Francisco. Recordó cómo el Papa luchó durante toda su vida contra los demonios de nuestro tiempo: la guerra, la exclusión, la indiferencia, la fragmentación social y el veneno de la resignación. “El dinero manchado de sangre inocente”, denunciaba Francisco sobre la industria de la guerra, una voz profética que no temió señalar las heridas más hondas de la humanidad. Contra la cultura del descarte y la violencia verbal, Francisco ofreció una alternativa clara: la fraternidad universal y el respeto a toda vida humana.
El legado: una Iglesia en salida
Monseñor García Cuerva invitó a todos los presentes a no quedarse encerrados en el dolor, sino a transformar el llanto en acción. Tal como Jesús envió a sus discípulos a anunciar la Buena Noticia, también hoy, dijo, somos enviados. Francisco soñaba y vivía una Iglesia en salida, una Iglesia que no se encierra en sus estructuras, sino que camina hacia las periferias del dolor, del pecado y de la exclusión. Fue el mismo Bergoglio quien, antes de ser Papa, advirtió a sus hermanos cardenales que la Iglesia debía abandonar la comodidad para encontrar a los más alejados, misión que abrazó con pasión durante sus doce años de pontificado.
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El pacto del abrazo: un llamado a la reconciliación
Hacia el final de la homilía, García Cuerva pidió levantar la mirada hacia el frontispicio de la Catedral, donde está representado el abrazo entre José y su padre Jacob, símbolo de la reconciliación nacional. En un gesto cargado de sentido, propuso que el mejor homenaje a Francisco sería comprometernos como argentinos a concretar ese abrazo tantas veces negado, dejando de lado odios y diferencias. Recordó que las últimas palabras del testamento del Papa ofrecían su sufrimiento por la paz mundial y la fraternidad de los pueblos. Un llamado urgente y vigente, especialmente en tiempos de crispación y desencuentro.
Un adiós que fue semilla
Tras la misa, la ciudad continuó el homenaje con una peregrinación simbólica llamada «Pacto de amor a Francisco», recorriendo seis lugares de especial significado pastoral para Bergoglio. En cada sitio, los fieles renovaron su compromiso con la justicia, la paz y la solidaridad. La jornada culminó en un abrazo simbólico a la Plaza de Mayo, mientras imágenes del Papa se proyectaban en pantallas gigantes y las voces coreaban «¡Viva el Papa!», resonando como un eco de amor que no se apaga.
La despedida de Francisco en Buenos Aires no fue sólo un acto de dolor; fue también una siembra de su magisterio en el corazón de su pueblo. Un pueblo que hoy llora, sí, pero también promete seguir caminando en la alegría, la misericordia y la fraternidad que Francisco supo anunciar con su vida.
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