Escucha y atención constante a los signos de los tiempos. La oportunidad de llamar la atención del Papa y de la Iglesia universal sobre la riqueza de la aportación de la Iglesia latinoamericana, centrada en el trabajo misionero y en la sinodalidad. Esto es lo que el arzobispo Jaime Spengler espera aportar como cardenal.
El arzobispo de Porto Alegre es actualmente presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano y del Caribe (Celam) y de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil (CNBB). Un observatorio privilegiado, sin duda, y una fuerte experiencia eclesiástica que el nuevo cardenal trae consigo.
Podríamos resumir lo dicho en una expresión: ¡servir!
P: ¿Cómo recibió la noticia de ser nombrado cardenal, con qué ánimo y con qué esperanzas?
R: Recibí la noticia, por una parte, con gran sorpresa; por otra, como una indicación para seguir colaborando aún más intensamente en la promoción de la colegialidad y para colaborar diligentemente con el Romano Pontífice.
P: Cada cardenal colabora de un modo especial con el Santo Padre. ¿Cómo imagina esta colaboración? ¿En qué temas y dimensiones podría centrarse?
R: La colaboración se manifiesta de muchas maneras. Pero yo destacaría el espíritu de comunión que debe existir en el Colegio Episcopal. Al mismo tiempo, a cada uno se le pide que ofrezca su propia colaboración en temas importantes cuando sea consultado por el Santo Padre.
Los temas y las dimensiones están caracterizados por los tiempos. Por este motivo, creo que es necesario cultivar una constante atención a los signos de los tiempos. Durante el reciente proceso sinodal, se insistió mucho en la necesidad de cultivar la dimensión de la escucha. Cultivar la dimensión de la escucha, de la atención para captar los signos de los tiempos, es un imperativo para todo discípulo del Señor que se comprometa a colaborar eficazmente en la obra de evangelización.
P: En este momento, usted representa al episcopado de toda América Latina y el Caribe. ¿Qué aportación concreta puede hacer la Iglesia continental a la labor del Papa Francisco y también al camino actual de la Iglesia?
R: Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia en América Latina ha desarrollado vigorosas iniciativas para responder no solo a sus orientaciones, sino también para cooperar de modo que las iniciativas desarrolladas encuentren eco más allá de las fronteras. A lo largo del tiempo ha habido algunas exageraciones -¡hay que reconocerlo!- pero ¡tantos éxitos!
La Conferencia de Aparecida, en la que el Papa Francisco participó intensamente -¡coordinó la redacción del Documento final!- ofreció preciosas indicaciones para la promoción de la evangelización en el continente. Las orientaciones propuestas por esa Conferencia siguen teniendo repercusiones en el seno de nuestras comunidades. Existe un compromiso por parte de las diversas Iglesias locales de promover pequeñas comunidades, favoreciendo un espíritu de comunión y participación con vistas a la misión. Muchas veces, estas comunidades están dirigidas por mujeres, en ellas se llevan a cabo diversos servicios. Los diversos Consejos ya previstos en el ordenamiento jurídico canónico son un espacio para tomar decisiones, para promover la necesaria y sana transparencia.
En una carta enviada a los nuevos cardenales, el Santo Padre señala tres actitudes que me parecen muy importantes: “ojos arriba” para amar más universalmente y con mayor intensidad; “manos juntas” para orar aún más intensamente, porque es lo que necesita la Iglesia, junto con el anuncio, para poder apacentar el rebaño del Señor; “pies descalzos” para tocar la dureza de la realidad de muchos contextos, marcados por el hambre, la violencia, la discriminación, la persecución, el sufrimiento, el dolor, la muerte…. Podríamos resumir lo dicho en una expresión: ¡servir! Servir a la vida para que todos tengan vida, y vida en abundancia (Jn 10,10).
P: Usted participó en el reciente Sínodo. ¿Qué importancia tuvo este acontecimiento? ¿Cómo prevé las próximas etapas?
R: Un Sínodo es un espacio y un tiempo para la oración, la escucha, el diálogo y el discernimiento. El tema central del reciente Sínodo fue “Iglesia – comunión, participación y misión”, así que lo que guio el trabajo fue una cuestión de eclesiología. ¿Qué tipo de Iglesia queremos que pueda responder a las exigencias de la obra de evangelización hoy? El Sínodo se desarrolló en dos sesiones, precedidas de un amplio proceso de escucha del Pueblo de Dios; ¡quizá el mayor proceso de escucha llevado a cabo en la historia reciente de la humanidad! Se hizo un esfuerzo extraordinario para sintetizar las aportaciones de todos los continentes.
Los debates en el aula sinodal tuvieron estos aportes “ante los ojos” durante sus trabajos. La cuestión que animaba la dinámica de los trabajos era esta: “cómo ser una Iglesia sinodal”. Durante las dos sesiones del Sínodo, se construyeron algunas indicaciones preciosas. Sin embargo, esta cuestión debe seguir guiando el debate.
El Sínodo no ha terminado. Me atrevería a decir que no ha hecho más que empezar. Todo lo que se ha desarrollado hasta ahora puede entenderse como un calentamiento, una preparación, un entrenamiento para lo que hay que hacer para que la Iglesia pueda responder a su vocación original, es decir, “ir por el mundo y anunciar el Evangelio a toda criatura”. Todos estamos llamados a esta tarea. ¿Asumir todos la misión de anunciar el Evangelio a todos, a todos, a todos? ¡El camino es largo! ¡Lo importante es caminar! La gracia divina no falta cuando nos dejamos guiar por Aquel que, siendo de condición divina, no fingió su condición (cf. Flp 2,6-7).
Transmitir la fe a las nuevas generaciones, utilizando un lenguaje apropiado y respetando las diferencias culturales, requiere sensibilidad, perspicacia y sabiduría. Iniciarse en la vida cristiana, promover pequeñas comunidades orientadas y sostenidas por la Palabra y el Cuerpo del Señor puede ser una manera de responder a los desafíos del tiempo presente, en una sociedad sedienta de sentido.
Biografía y trayectoria eclesial
Nació el 6 de septiembre de 1960, en Blumenau, Estado de Santa Catarina, en la diócesis del mismo nombre. Hizo el postulantado en Guaratinguetá (1981) y el noviciado en Rodeio (1982); hizo la profesión perpetua en 1985 y fue ordenado sacerdote el 17 de noviembre de 1990.
Completó sus estudios de Filosofía en el Instituto Filosófico São Boaventura de Campo Largo, y de Teología, primero en el Instituto Teológico Franciscano de Petrópolis (1986-1987) y después en el Instituto Teológico de Jerusalén (1987-1990), donde obtuvo la Licenciatura en Sagrada Escritura. Posteriormente se licenció en Filosofía (1995-1998) en el Pontificio Ateneo Antonianum de Roma.
Desempeñó los siguientes cargos: Profesor en el Noviciado Franciscano de Rodeio, Maestro de Postulantes (1990); Profesor en el Postulantado y Vicario Parroquial en Guaratinguetá (1991-1994); Profesor y Vicerrector del Instituto de Filosofía São Boaventura en Campo Largo (2000-2003); Asistente Religioso de la Federação Brasileira das Irmãs Concepcionistas (2001-2002); Superior Local y Vicario Parroquial de la Parroquia Senhor Bom Jesus, en la Arquidiócesis de Curitiba (2004-2006); Profesor de Filosofía en la Facultad São Boaventura de Curitiba (2000-2003); Vicepresidente de la Asociación Franciscana de Ensino Senhor Bom Jesus de Campo Largo y Guardián del Convento Local.
El 10 de noviembre de 2010 fue nombrado Obispo titular de Patara y Auxiliar de Porto Alegre. Recibió la ordenación episcopal el 5 de febrero de 2011. El 18 de septiembre de 2013 fue nombrado arzobispo Metropolitano de Porto Alegre (Brasil).
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