Faltaban 5 minutos para las cuatro de la tarde cuando Francisco Bermeo, coordinador del Curso de músicos, se instaló en la entrada del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), para despachar a las cuadrillas de cantantes católicos que esa noche del 20 de febrero, visitarían 16 parroquias de Bogotá y municipios aledaños, previa venia del cardenal Luis José Rueda, arzobispo de Bogotá y primado de Colombia.
En la explanada colindante a la entrada, llena de espigas acariciadas por la fría brisa bogotana a esa hora, aguardaban los taxistas. “Ustedes a Funza. Elizabeth, te vas con Julian”, remitía Pacho, lista en mano y resaltador, para dar el visto bueno a cada grupo, que implementos en mano iban dispuesto a poner en práctica lo aprendido en esa semana.
Soacha era uno de los destinos apuntados. La responsabilidad de llevar cantos, adoración y testimonios a esta zona al sur de Bogotá, un municipio de las periferias existenciales, carencias y violencias, que subsume todos los problemas de Colombia en un territorio habitado por más de 700 mil habitantes.
El punto de encuentro: la parroquia beato Federico Ozanan, cercana a la estación León XII y ubicada en el sector 2. Sin duda, un buen presagio con el Pontífice fundador de la doctrina social de la Iglesia.
Adolfo, un avezado conductor, esperaba al grupo integrado por Santiago Pérez de Ecuador, Eddie Santiago y Omar López, ambos de Colombia, el primero de Barranquilla, el otro de Bogotá.
Historias cruzadas

De izquierda a derecha: Eddie, Santiago y Omar
“Arrancamos”. La travesía comenzó en el extremo de la Avenida Boyacá. Eddie Santiago iba en una llamada con madre: “Querían que conociéramos toda Bogotá”, porque en efecto el recorrido norte- sur atravesaba a la ciudad de cabo a rabo.
Era la primera vez en el curso, conoció la iniciativa a través de la cantante Paulina Rojas. “Me inscribí en la primera cohorte, pero esa vez no pude asistir, así que congelé lo abonado y, entonces, me preparé para esta segunda vez”, cuenta.
Es ingeniero en sistemas, ha trabajado en diversos oficios – “soy un todero” – actualmente estudia administración de empresas. Actividades que comparte con su pasión por la música y la predicación. Lleva más de 15 años dedicado al ramo del canto católico.
Mientras que Santiago Pérez, un quiteño radicado en Guayaquil – costa pacífica del país al sur – hombre de fácil verbo confiesa que desde muy jóven estuvo inmerso en el servicio a la Iglesia a través de la música. Ha compartido escenario con colegas de la talla del cantautor también ecuatoriano Juan Morales Montero de Nuevo Trigo.
Su historia – como la de muchos – suma éxitos, fracasos y aprendizajes. Primero, exploró la vocación religiosa, “no la terminé, la comunidad se disolvió, justo vivía en Colombia, al sur, en Pasto”.
Se casó, pero tampoco funcionó, aun cuando su mejor regalo fue un hijo de ese primer matrimonio. Es así como tras una larga pausa de 15 años, alejado de los escenarios católicos y de la misma Iglesia (peleado con Dios), decide retomar.
Cuando las bendiciones llegan, llegan juntas. Consigue casarse nuevamente, se establece, su familia crece. Hoy tiene cuatro hijos y, lo mejor, se dedica a tiempo completo a la música en Guayaquil.
Omar López es un joven de 29 años, que desde muy niño se ha dedicado a servir a la Iglesia, “desde que hice mi primera Comunión”. Fue lector, acólito, catequista, de hecho, en medio de esto “no tenía la menor idea de cómo hacer música, porque a veces luchamos por lo que Dios quiere para nuestras vidas”.
Además fue seminarista, tenía 15 años y debió esperar hasta la mayoría de edad, “en ese entra a la Universidad, mientras cursaba mercadeo, estando en otros asuntos”. Un día pasó por uno de los salones de su universidad por donde estaban cantando y “algo sentí adentro, un llamado”.
Entró. Nunca en su vida – ni siquiera de familia – había tenido vinculación con la música. Allí le invitan a cantar algo, en automático respondió: “Yo no sé cantar”. Pero quedó la inquietud y así llegó a su parroquia con una propuesta inusual al Padre: “Quiero unirme al coro”. Lo demás es historia.
Previas a la noche
Tras una hora y media de viaje, “el tiempo rindió”, dijo don Adolfo el taxista, que en su pericia tiene incorporado un cronómetro de trayectos consoló a la comitiva de músicos. En la entrada de la parroquia beato Federico Ozanam, encallada en el corazón del sector 2.
Sin duda, una de las muchas periferias de Soacha. Esta jurisdicción propia, pastoreada por monseñor Juan Carlos Barreto, también presidente de Cáritas, “está llena de muchas carencias materiales y espirituales”, comenta el párroco.
Se trata de Diego Quimbayo, un cura que recién viene asumiendo las riendas de esta parroquia. “Tengo apenas 15 días de trasteado (mudado)”, explicó. El propio monseñor Barreto le encomendó esta grey “muy necesitada de amor de Dios”.
A los alrededores lo propio de la zona: calles diagonales, música popular a alto volumen, recolectores, algún habitante de calle. El colorido propio de la zona popular de este municipio autónomo de Cundinamarca.
En la entrada de la Iglesia, un cartel en gran formato con el logosímbolo del Sínodo de la sinodalidad. La feligresía rezaba un rosario cuando Jeimy, encargada de la parroquia, junto con su hija, recibe a los músicos, con un afable “bienvenidos”.
Más de 50 parroquianos se contaban. El padre Quimbayo confesaba en el extremo izquierdo. Con un ademán de saludo recibe al grupo, continúa en sus labores. En el despacho cural, justo al lado, aguardaban. La consola de sonido titulaba, conectada a un celular con música sacra.
Organización espontánea
Terminados los trabajos. El padre Quimbajo se presenta. Ya conoce a Omar, se abrazaron como viejos amigos. Presenta a Jonathan, el cantante de la parroquia, quien asiste solícito a los cantantes, quienes dispusieron todo en escena.
Una planificación espontánea. “Salida del corazón”. Entonces el sacerdote propuso, una eucaristía y acompañar luego la adoración. “En el momento de la consagración acompáñenme con unos arpegios”, soltó. Lo demás corre por cuenta de ustedes.
Canto de entrada, acto penitencial, salmo, Evangelio, ofertorio, en definitiva, cada uno puso sus donde, Eddie Santiago y Omar – guitarra al cuello – entonaron. Santiago, el de Ecuador, aprovechó un teclado del templo, pues “mi fuerte son los órganos, teclados y pianos”.
Presentaciones impecables, que dieron paso al canto de salida y la bendición final. Los parroquianos se mantuvieron firmes a la petición del cura, que trayendo al Santísimo lo expuso a todos para contemplar la fuerza de la fe en medio de un barrio con tantas precariedades materiales.
Adoración al Santísimo
Los cantantes combinaron la música con la predicación. Se rotaron espontáneamente, turnos intercalados, entre cantos, melodías, un gracias, pedir por la sanación, la bendición y protección de cada uno. La genuina Adoración al Santísimo, presente en la Eucaristía, misterio de la transfiguración.
Al igual que los 60 cantantes repartidos por Bogotá y otros municipios, compartieron un momento de Espiritualidad único. En el caso de Santiago, Eddie y Omar, hubo también un ingrediente, seguro como parte del diálogo e intercambio en estos días de curso, hablaron sobre la sinodalidad.
“Justo en la entrada hay un cartel bien grande”. Encomendaron poner en práctica esta forma de ser Iglesia que sale al encuentro de los hermanos, que escucha. Muy pertinente con un estilo de Jesús, que consolaba.
“Debemos ser esa Iglesia que mira a quienes más sufren, que camina junta para anunciar al mundo la buena nueva”, recalcaron. A la bendición del Padre Quimbayo, la salida del Santísimo, quedó muy claro todo: “gracias a Dios y a ustedes por venir”.
Adolfo aguardaba a la salida. El trayecto si bien era largo, seguramente a esa hora de la noche el trancón será menos, pero “la bendición mucha”, porque no todos los días, al menos en Soacha, tres cantantes predican y cantan en medio de los más pobres.
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