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Noche de oración y adoración: predicadores del Celam salen al encuentro de parroquianos en Bogotá

La partida estaba pautada para las 15.45 horas de Bogotá. Había expectación entre los 75 participantes, quienes con los nervios de punta, esos mismos que tienen los actores antes de entrar a escena, aguardaban sus salidas. Fueron divididos en grupos de 3 y 4 respectivamente.

Las intensas jornadas de trabajo, iniciadas el 25 de noviembre, desde las eucaristías matutinas – laudes incluidos – hasta bien entrada la noche con las conferencias magistrales de “intensos y productivos debates” fueron el marco referencial para los predicadores que este 29 de noviembre salieron al encuentro con feligreses en 23 parroquias en Bogotá de las 300 existentes, para poner en práctica lo aprendido.

Francisco Bermeo, coordinador del curso, estaba en su centro de operaciones: una silla, laptop y celular en mano en la entrada del conjunto habitacional del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (Celam).

El profe Pacho ubicaba a cada cuadrilla predicadora: “Ustedes a Chía; un grupo a Bosa, ustedes a Suba”. Telefoneaba, atendía solicitudes, daba indicaciones. Era más bien a esa hora el general Pacho, literalmente. El turno llegó para los de Usme, localidad Nro. 5 de Bogotá, al suroriente de la capital.

“A una hora y media estamos desde aquí”, exclamó José Villasboa de Paraguay, quien para su asombro era más rápido llegar a Puerto Iguazú (Nordeste de Argentina) desde desde Ciudad del Este (donde vive), que de la sede del Celam a la parroquia Santa Madre Laura Montoya del barrio Chuniza, en Usme y más aún en la hora pico de Bogotá, cuando el trancón adquiere dimensiones apocalípticas.

Allí debía ir junto con su compañera Ana María Ferreras de República Dominicana. A ellos se les unió Christian Ketterer, un docente, investigador y predicador chileno, que formó parte del cuerpo de profesores del curso. “Si algo sale mal, culpo a mi profe”, chanceaba José, mientras mostraba las fotos de sus dos peques, “una nena de 8 y otro nene de 4”.

Comienza la travesía

“Ana, José y Christián”, llamó Pacho. El despegue estaba listo a las 17:00 hora local. Willian, el taxista, un veterano conductor con más de 20 años de experiencia, de unos 50 años, esperaba en un Hyundai amarillo de cuatro puestos. Ana encomendó el viaje: “en nombre de Dios y la Virgen”.

La Boyacá – avenida que atraviesa toda Bogotá – recibía a don William y sus tripulantes, que venían repasando, muy emocionados, la rutina para compartir con los parroquianos de Usme.

“Casualidad, la primera vez que visité Colombia me hospedé en el santuario de Madre Laura Montoya”, cuenta Ana. Ella pertenece a la comunidad Siervos de Cristo Vivo, fundada por el sacerdote y misionero canadiense, Emiliano Tardif.

Se trataba de una bonita coincidencia del Espíritu Santo al visitar un templo con el nombre de la primera santa colombiana, alegaban estudiantes y profesor, que en el trayecto intercambiaron impresiones de todo tipo de temas desde la crisis democráticas en el continente de Pinochet a Maduro, el aporte de la corriente de la renovación carismática a la Iglesia hasta del periplo de Ana y su esposo por el cono sur cuando se ganaron un premio en 1999.

Fue un largo recorrido de 2 horas y media dentro de la misma ciudad, pudo ser más de no contar con la pericia de don William, quien agarró trochas (atajos) tan inimaginables desde el Cerro de Monserrate, barrios Egipto y 20 de Julio para llegar a la parroquia Santa Madre Laura.

Sortear largas filas, subir empinadas avenidas. El profesor Christian intentó rezar un rosario, pero cayó dormido en el intento, una siesta que casi dura lo del trayecto, “casi me da tortícolis”, bromeó. Incluso este recorrido fue más largo que de Ciudad del Este a Cascavel (Sur de Brasil) pensaría la delegación paraguaya de José. Realismo mágico del puro en las horas pico de Bogotá.

Acogida del joven pastor

 

Eran las 19.30 cuando los predicadores del Celam llegaron a Usme. “¿Y si se ha ido la gente?”, era la preocupación latente de todos tras la larga travesía. Sin embargo, el padre Andrés Felipe Arias, párroco de Madre Laura, apenas avistó el carro con una calurosa acogida dio un primer parte: “Ninguno se ha movido. Todos están dispuestos a esperarlos”.

Al entrar al despacho del joven sacerdote estableció las pautas de rigor. “Tenemos acompañamiento musical”, dijo. Así reforzarían las prédicas Ana y José. Habían tenido una eucaristía, “les hablé de cómo gestionar dolores, porque siempre está Dios en medio de la tormenta”. De hecho, compartió que “hoy viernes fue especial, los llamamos a todos de manera extraordinaria, porque no celebramos misa los viernes”.

El padre Arias con 34 años y 8 de ordenado, pastorea esta comunidad desde hace cuatro años. Es músico, cantante y un predicador innato. Tiene un gran de poder de convocatoria, porque para sorpresa de los predicadores estaban presentes más de 80 personas.

El joven cura pidió a su grey escuchar atentos lo que “estos dos hermanos venidos de nuestra América Latina prepararon para ustedes”. Toda vez que tras presentar al profesor Christian, se acomodó en el palco posterior de la capilla dispuesto a cantar, guitarra en mano, con el coro.

El profesor Christian resaltó la generosidad de los presentes por la espera “tras dos horas y media que nos costó llegar. ¡Gracias!”. Usme le ha recordado a su natal Viña del Mar “que está en medio de cerros, en las alturas”. Un preámbulo que comenzó con una invocación a María para “que interceda por nosotros”.

Recordó a todos que la palabra de Dios “no es algo reservado para los sacerdotes o diáconos, también lo podemos hacer nosotros y estamos llamados a compartirla y vivirla en nuestras propias vidas”.

Tras esta breve introducción, el coro entonó “El auxilio me viene del Señor”, tema inspirado en el Salmo 121, que popularizó la hermana Glenda Valeska Hernández, cantautora chilena. José, el paraguayo, no cabía de dicha con semejante entrada, ya que él es un fan de la religiosa.

Encontrar a Dios en la tormenta

Ana inició. Breve presentación: “Casada, cuatro hijos y siete nietos”. Miradas de asombro entre la concurrencia, nadie se imagina “a simple vista” que una mujer del porte de ella pueda ya ser una dulce abuela. Lanzó la pregunta: “¿Cómo encontrar a Dios en medio de la tormenta?”.

Y quien mejor que Ana para conocer de cerca “esas tormentas personales”, pues ha vivido en carne propia crisis interiores como “a cualquiera de ustedes”, sin embargo, hay una solución: “confiar en Dios”.

En perspectiva, el anuncio de la buena nueva con Jesús no estuvo exento de dificultades, “él también tuvo muchas tormentas”. Aún así siendo hijo de Dios, hecho hombre, supo sobreponerse.

Así pues – recordó Ana al expectante público – que sigamos el ejemplo del Redentor, “Él va a nuestro encuentro en la debilidad o problemas, en nuestras tormentas”.

Señaló que Jesús “nunca opera solo” también va acompañado del Espíritu Santo, que esta en cada uno de nosotros porque “usted es un templo vivo de él, viene incluso antes de que usted lo llame”.

Citando el Evangelio de Mateo, capítulo 14:27-28, en el que Jesús camina sobre el mar, Ana ha reforzado que en medio de las “tormentas personales” debemos siempre “apelar a la fe”.

Nada es imposible para Dios

La fuerza guaraní del este llegó al templo con “un bendito sea Dios”. Todos de pie, una orden acogida en el acto. La feligresía alzó sus manos y dijeron a guisa de juramento: “Señor Jesús, aquí estoy, aumenta mi fe, haz que yo crea más en tí, en tus palabras”. Los tenía así en su bolsillo.

Entre cantos, alabanza, baile, el predicador paraguayo instó a todos a sentirse en familia, “somos hermanos, ¿y ya saludaste al que está a tu lado?”. Llegaron así los abrazos, porque “en esta casa de Dios cabemos todos: gorditos, flaquitos, feos, altos”.

Después de esta animada introducción, José ha brindado tres acciones del Espíritu Santo que “debemos recordar siempre”, acompañado del coro que cantaba “El Espíritu de Dios está en este lugar/ está aquí para consolar…”.

Estas son: para Dios no hay nada imposible, Dios te ama y pide que se te dará, “porque nos quedamos paralizados sin acudir a la ayuda de Dios. Debemos ser mansos de corazón”.

Echando mano del evangelio de Marcos, capítulo 9, del versículo 14 en adelante, recordó las palabras de Jesús a sus discípulos: “Qué generación tan incrédula” en referencia a las veces que dudamos del poder de Dios reiterando que “todo es posible para él”.

Conmovedor cierre

Llegó el momento más significativo de la noche, entradas las 21 horas. “Cierren sus ojos y sintamos la presencia de Dios”, invitando a poner sus penas y necesidades, temores y peticiones. Ana se unió a esta adoración.

Los 80 parroquianos seguían firmes, llenos de fe, en un encuentro personal con Jesús, que en medio de cada una de las “tormentas personales” está allí en el mar bravío para dar su mano paternal a cada uno.

Ambos predicadores dirigieron la oración colectiva para sanar alma y cuerpo. El coro acompañaba entre cantos y acordes. Lágrimas de emoción repartidas. Al fondo, el profesor Christian se unía a retaguardia a esta cuadrilla predicadora de Usme.

En esa especie de Pentecostés simbólico de la parroquia Santa Madre Laura, aplicó esa frase bíblica de Mateo 18: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

Los predicadores arrancaron una lluvia de aplausos del público, fiel allí en casi tres horas, que pasaron volando. “Nos quedamos con muchas cosas en el corazón, era la idea. Sobre todo que nos dejen más preguntas que respuestas”, asomó el padre Andrés.

Llegó el final. “Los espera una buena agua de panela”, dijo el cura. Esa bebida exótica bogotana para una dominicana, paraguayo y chileno fue “un regalo del cielo” en medio del frío que comenzaba a apretar en las alturas de Usme. Abrazos, un gracias “sumercé” por tan hermoso momento.

La grey bogotana, cercana, cálida, conmovida, se despedía agradecida por el bálsamo de ternura de Dios esparcido la noche en la casa de la Santa Madre Laura. Después de unas arepas colombianas rellenas con carne y pollo, don William esperaba al pie de la parroquia.

Christian, muy propio de su condición metódica de docente, consultó en su móvil Google maps. “Esta vez si llegamos en 54 minutos al Celam”. Por supuesto, avaló el chofer, que no necesitaba de aplicativos, su experiencia en las calles de la capital colombiana le permitía convalidar al docente.

Regresaban, “contentos, Señor, contentos”, los predicadores al centro de operaciones, todos con el alma llena de amor y cariño de la gente de Usme. “Dios y la Virgen siempre son buenos”, dijo Ana.

 

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