A pocas horas de iniciarse el cónclave que elegirá al sucesor del Papa Francisco, los obispos mexicanos invitan a la oración.
En el mensaje que dirigieron al pueblo de Dios tras concluir la 118 Asamblea plenaria, el episcopado recordó la importancia de acompañar este momento desde lo espiritual, «pidiendo la luz del Espíritu Santo sobre el grupo de cardenales que tienen la responsabilidad de elegir al nuevo Papa».
Especialmente porque se trata del Sucesor de Pedro, el mismo que debe identificarse con las necesidades de la Iglesia y el mundo, según el corazón de Cristo Buen Pastor, como establecen los documentos del magisterio.
Actualmente, México tiene seis cardenales: Alberto Suárez Inda, Felipe Arizmendi, Juan Sandoval Íñiguez, Norberto Rivera Carrera, Carlos Aguiar Retes y Francisco Robles; estos dos últimos representarán a la Iglesia mexicana en el cónclave, porque al tener menos de 80 años pueden participar con su voto en la elección del nuevo pontífice.
Un mensaje vigente
La misión de estos dos cardenales y el rumbo que está por tomar la Iglesia universal, fueron algunos de los puntos importantes durante la reciente CXVIII Asamblea del Episcopado mexicano.
Los obispos iniciaron su agenda con una Eucaristía de sufragio por el eterno descanso del Papa Francisco en la Basílica de Guadalupe; el emblemático lugar donde oró ante la imagen de la patrona de la Iglesia latinoamericana en un viaje memorable.
«Conservamos en la memoria sus palabras en la Catedral de México durante su visita de 2016, en la que invitó a los Obispos a estar siempre unidos como prueba de veracidad de nuestra fe», escriben en el documento.
Así ante la partida del Papa Francisco, la Iglesia mexicana valora y agradece el don de su vida y ministerio siempre al servicio de todos.
Los prelados agradecen sus enseñanzas sobre cuestiones tan diversas como importantes en la vida de los creyentes. Temas entre los que destacan «la alegría del Evangelio, la familia, la misericordia de Dios y la paz, el cuidado de la creación, la fraternidad, la acogida a los migrantes, sin dejar de lado la importancia de ser una Iglesia sinodal y en salida, hacias las periferias existenciales».
Igualmente, los obispos mexicanos analizaron la realidad del país como explica el documento. «Haciendo un ejercicio sinodal, nos hemos puesto a la escucha del Espíritu Santo iluminados por la Palabra de Dios y atentos a los signos de los tiempos, para discernir cuales son los principales desafíos que enfrenta la Iglesia en México con más urgencia respecto a la familia, la reconciliación y la paz», afirman.
Dolor sin tregua
Para los obispos resultan preocupantes los acontecimientos que impactan directamente la vida de las familias y la Iglesia, como es el caso del recrudecimiento de la violencia que se hace evidente en casos como el homicidio de 8 jóvenes y las heridas que sufrieron otros 6 a manos del crimen organizado que los atacó en la comunidad de José de Mendoza, en la diócesis de Irapuato.
Los miembros de la Pastoral Juvenil lloran la partida de sus compañeros al tiempo que desconocen las causas del crimen. Así mismo se mantienen las desapariciones forzadas de personas que luego son encontradas en fosas comunes, a lo que se agrega el crecimiento de las víctimas de la adicción al alcohol y las drogas.
Ante el panorama que describen como «poco alentador» los obispos mexicanos invitaron a aprovechar el contexto del año santo, por lo que han de convertirse en signos de esperanza, prestando atención a todo lo bueno que hay en México.
No es tiempo de callar
Esto ayudará a superar la tentación de considerarse una sociedad superada por el mal y la violencia. «Seamos una Iglesia donde todas las voces cuenten, especialmente de las familias, las mujeres, los jóvenes, los pueblos originarios, los migrantes, las víctimas de la violencia y de cualquier discriminación», comentan.
Desde el rol de los pastores ratifican que no pueden callar ante la violencia que desangra la patria. «Junto con ustedes, hemos llorado a las víctimas de la delincuencia, de la corrupción, de la impunidad y del miedo. Sabemos que no hay paz sin justicia, ni justicia, sin verdad, ni verdad sin amor».
En esta línea sostienen que «hoy más que nunca es urgente sostener y acompañar a las familias, no con discursos abstractos sino con cercanía, políticas públicas que reconozcan su valor fundamental y comunidades cristianas que las acompañen en sus angustias y desafíos».
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