Orar sin desfallecer y trabajar diariamente para generar esperanza es la invitación que nos hace el Card. Felipe Arizmendi en su reflexión semanal.
El obispo emérito de San Cristóbal de las Casas analiza diferentes aspectos de la realidad política de México y el rol que cada uno de sus ciudadanos tiene en la transformación de la realidad. Una exhortación que supera fronteras y nos confronta a todos de cara a nuestra responsabilidad con la historia de los pueblos que nos han visto nacer.
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A pesar de que un partido político se ha presentado como la esperanza de México, en realidad nos ha defraudado, porque prometió muchas cosas buenas, pero la realidad es, entre muchas otras cosas, que la pobreza no ha disminuido, la violencia y la inseguridad han aumentado. Si algunos delitos de alto impacto han bajado, los grupos armados son dueños y señores de vidas y de territorios, e incluso influyen y a veces determinan los procesos electorales. Algunas de nuestras autoridades nada pueden hacer sin acuerdo con esos delincuentes.
En nuestros pueblitos, ellos son los que determinan qué se puede y qué no se puede hacer; hay que pedirles permiso hasta para hacer una fiesta comunitaria. ¿Estoy exagerando, para denigrar al partido en el poder? Nada de eso; que vengan a vivir con nuestros pueblos y verán que sólo comparto lo que se vive diariamente. ¡Cuántos negocios, pequeños y grandes, han cerrado porque no podían pagar las cuotas que les exigen! ¡Cuántas personas, pacíficas y trabajadoras, han tenido que emigrar a otros lados, incluso al extranjero, porque sus vidas corren peligro al no acceder a las exigencias de esos grupos!
Con esta anécdota, que parece increíble, se puede comprobar el nivel al que han llegado: uno de esos líderes tiene un equipo de futbol, y si alguien de los suyos mete un gol, se lo deben anotar a dicho líder, para que él aparezca como el que más goles anota; y si pierden un partido, obliga al árbitro a agregar tiempo extra, en el que los contrarios, con tal de no exponerse a represalias, se anotan gol a sí mismos para perder el partido. Recuerden que, en Chihuahua, el Chueco, antes de asesinar a los tres sacerdotes jesuitas, quemó casas y desapareció a su contrarios, porque su equipo de beisbol había perdido un juego en ese lugar. ¡No exageramos!
Ante esta realidad, ¿nada se puede hacer? Claro que sí; ¡hay esperanza! Y la esperanza somos todos, porque todos podemos hacer algo. En las familias, es importante que los papás estén más cerca de sus hijos, para que esos grupos no los corrompan con el atractivo del dinero. En la escuela, los maestros pueden seguir educando para que los niños aprendan a convivir fraternalmente. En la Iglesia, podemos seguir evangelizando con los valores del Reino de Dios.
A la hora de emitir un voto, en tiempo de elecciones, no hay que fijarse tanto en quién nos da más, quién nos ofrece más, quién tiene mejores técnicas de propaganda, sino quién es mejor persona, quién ha demostrado en su vida honestidad y capacidad para enfrentar estas realidades. No nos dejemos engañar por las propagandas.
Discernir
La palabra de Dios nos invita a la esperanza: “¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo: Salud de mi rostro, Dios mío” (Salmo 42). “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio” (Mt 11,28). “Cristo Jesús es nuestra esperanza” (1 Tim 1,1).
San Juan Pablo II nos dijo en Ecclesia in América: “Los presbíteros, en cuanto pastores del pueblo de Dios en América, deben estar atentos a los desafíos del mundo actual y ser sensibles a las angustias y esperanzas de sus gentes, compartiendo sus vicisitudes y, sobre todo, asumiendo una actitud de solidaridad con los pobres” (EAm 39). “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20). Confiando en esta promesa del Señor, la Iglesia que peregrina en el Continente americano se dispone con entusiasmo a afrontar los desafíos del mundo actual y a los que el futuro pueda deparar. En el Evangelio, la buena noticia de la resurrección del Señor va acompañada de la invitación a no temer. La Iglesia en América quiere caminar en la esperanza… Este doble sentimiento de esperanza y gratitud ha de acompañar toda la acción pastoral de la Iglesia en el Continente” (EAm 75).
El Papa Benedicto XVI, en su Discurso Inaugural en Aparecida, nos dijo: “La Iglesia, que participa de los gozos y esperanzas, de las penas y alegrías de sus hijos, quiere caminar a su lado en este período de tantos desafíos, para infundirles siempre esperanza y consuelo… El discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro”.
El Papa Francisco, en su encíclica Gaudete et exultate sobre la santidad cristiana, afirma: “Hay momentos duros, tiempos de cruz, pero nada puede destruir la alegría sobrenatural, que se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Es una seguridad interior, una serenidad esperanzada que brinda una satisfacción espiritual incomprensible para los parámetros mundanos” (125).
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Actuar
¿Qué hacer? A Dios rogando, pidiéndole que nos ilumine y fortalezca en la lucha contra el mal, y con el mazo dando; es decir, generemos esperanza desde lo que nos toca. Por ejemplo, papás, no abandonen a sus hijos. A veces, por ganar más dinero, los dejan solos y después son incontrolables. Y si podemos hablar con alguno de esos líderes delincuentes, no les tengamos miedo; con prudencia y cautela, invitémosles a cambiar de vida. Y, ¡por favor!, a la hora de elegir gobernantes, no nos dejemos comprar y engañar con dinero, sino fijémonos en quién tiene capacidad para devolvernos la paz social.
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