Expresar, participar y aportar son algunas de las acciones que recomienda a los creyentes el cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas en México. En su reflexión el prelado habla sobre la necesidad de propender por una adecuada formación litúrgica para las comunidades parroquiales, proceso al cual los laicos están llamados a unirse enriqueciendo la actividad pastoral del párroco. El primer paso es manifestar aquello que puede mejorar y contribuir para que cada acción esté en coherencia con las necesidades del pueblo de Dios.
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Durante el año que está por terminar, en todo el mundo se hicieron consultas a los católicos y a otras personas sobre cómo perciben el caminar de la Iglesia y que sugieren para mejorar nuestra misión pastoral. De cada país, se hizo una síntesis y se envió a Roma, en orden al Sínodo de los Obispos. Los mexicanos nos dijeron cómo ven nuestras celebraciones y cómo mejorarlas:
“En la vida sacramental de la comunidad, la Eucaristía, con su enorme valor mistagógico, sigue siendo la celebración por antonomasia; pero se percibe, a la par, una pérdida de valoración de ella entre la misma feligresía, quizás debida en parte al hecho que durante la pandemia las celebraciones fueron virtuales (on line), y de entonces a la fecha se valora la presencialidad comunitaria como no esencial para la celebración.
Para la celebración, sin duda han servido mucho las insustituibles catequesis presacramentales, pero reconocemos que requieren actualización en su pedagogía, contenido teológico, litúrgico y misional. No obstante, se ve que la formación litúrgica y celebrativa tiene claroscuros: por un lado, la rutina, por otro, el hecho de que los grupos de niños en el servicio del altar (los monaguillos) se ha complicado por escasez; también el que ha disminuido drásticamente la música sacra y la animación musical en las celebraciones, mismas que terminan siendo tristes. Sin embargo, se reconoce también que ha crecido el número de grupos litúrgicos parroquiales, preparados y serviciales.
No obstante, vemos la urgencia de revitalizar nuestras celebraciones litúrgicas, sobre todo la Eucaristía, para lo cual tendremos que revisar aspectos como los gestos, el lenguaje y los símbolos propios, la música y el canto litúrgico, es decir, los medios para que la grandeza del misterio que ahí se verifica sea percibida y valorada por la feligresía, sobre todo al momento de dirigirnos a las nuevas generaciones.
Se constata el papel imprescindible de los sacerdotes en la vivencia y celebración de la fe, singularmente en los sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación, así como en la animación y edificación de la comunidad; pero se advierte la necesidad de cualificar las homilías de los sacerdotes, a fin de que sean de mayor profundidad y significativas para la vida, con mayor pertinencia al conectar la Palabra con la realidad y con la historia, de forma que se aproveche la oportunidad de hacer que la Palabra de Dios sea luz en el camino del Pueblo.
Así mismo, se percibe que nos faltan criterios claros y amplios, sin legalismos ni burocracias, para permitir y favorecer al Pueblo de Dios la experiencia de ‘los sacramentos de iniciación’ a la vida cristiana. Sin esto, repitiendo lo que ya hacemos y apegados a formulismos, esta experiencia se reduce en número con graves consecuencias para la propagación de la fe y el crecimiento del Pueblo de Dios.
Reconocemos, también, que las fiestas patronales en las diócesis cuentan mucho, que los sacramentales tienen una valoración superlativa en muchas comunidades y que ciertamente se les aprovecha propedéuticamente. En todos ellos la centralidad de la Palabra de Dios se percibe como alimento, luz y fuerza. Pero, ciertamente, no es suficiente lo logrado a la fecha. Hay que trabajar más al respecto”.
Discernir
El Papa Francisco, en su Carta Apostólica Desiderio desideravi, sobre la formación litúrgica del Pueblo de Dios (29-VI-2022), dice:
“Debemos al Concilio el redescubrimiento de la comprensión teológica de la Liturgia y de su importancia en la vida de la Iglesia: los principios generales enunciados por la Constitución ‘Sacrosanctum Concilium’, así como fueron fundamentales para la reforma, continúan siéndolo para la promoción de la participación plena, consciente, activa y fructuosa en la celebración, ‘fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano’. Con esta carta quisiera simplemente invitar a toda la Iglesia a redescubrir, custodiar y vivir la verdad y la fuerza de la celebración cristiana. Quisiera que la belleza de la celebración cristiana y de sus necesarias consecuencias en la vida de la Iglesia no se vieran desfiguradas por una comprensión superficial y reductiva de su valor o, peor aún, por su instrumentalización al servicio de alguna visión ideológica, sea cual sea” (16).
“Se nos pide redescubrir cada día la belleza de la verdad de la celebración cristiana: la Liturgia es el sacerdocio de Cristo revelado y entregado a nosotros en su Pascua, presente y activo hoy a través de los signos sensibles (agua, aceite, pan, vino, gestos, palabras) para que el Espíritu, sumergiéndonos en el misterio pascual, transforme toda nuestra vida, conformándonos cada vez más con Cristo” (21).
“El redescubrimiento continuo de la belleza de la Liturgia no es la búsqueda de un esteticismo ritual, que se complace sólo en el cuidado de la formalidad exterior de un rito, o se satisface con una escrupulosa observancia de las rúbricas. Evidentemente, esta afirmación no pretende avalar, de ningún modo, la actitud contraria que confunde lo sencillo con una dejadez banal, lo esencial con la superficialidad ignorante, lo concreto de la acción ritual con un funcionalismo práctico exagerado” (22).
“Seamos claros: hay que cuidar todos los aspectos de la celebración (espacio, tiempo, gestos, palabras, objetos, vestiduras, cantos, música, …) y observar todas las rúbricas… Pero, incluso si la calidad y la norma de la acción celebrativa estuvieran garantizadas, esto no sería suficiente para que nuestra participación fuera plena” (23).
“Es necesario que todo creyente crezca en el conocimiento del sentido teológico de la Liturgia, así como en el desarrollo de la celebración cristiana, adquiriendo la capacidad de comprender los textos eucológicos, los dinamismos rituales y su valor antropológico” (35).
“Si bien es cierto que el arte de celebrar concierne a toda la asamblea que celebra, no es menos cierto que los ministros ordenados deben cuidarlo especialmente. Su forma de vivir la celebración está condicionada – para bien, y desgraciadamente también para mal – por la forma en que su párroco preside la asamblea. Podríamos decir que existen diferentes “modelos” de presidencia. He aquí una posible lista de actitudes que, aunque opuestas, caracterizan a la presidencia de forma ciertamente inadecuada: rigidez austera o creatividad exagerada; misticismo espiritualizador o funcionalismo práctico; prisa precipitada o lentitud acentuada; descuido desaliñado o refinamiento excesivo; afabilidad sobreabundante o impasibilidad hierática.
A pesar de la amplitud de este abanico, creo que la inadecuación de estos modelos tiene una raíz común: un exagerado personalismo en el estilo celebrativo que, en ocasiones, expresa una mal disimulada manía de protagonismo. Esto suele ser más evidente cuando nuestras celebraciones se difunden en red, cosa que no siempre es oportuna y sobre la que deberíamos reflexionar. Eso sí, no son estas las actitudes más extendidas, pero las asambleas son objeto de ese “maltrato” frecuentemente” (54).
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Actuar
Pidamos a nuestros párrocos que, en la forma que, de acuerdo con su Consejo Parroquial, consideren oportuna, ofrezcan medios para crecer en la formación litúrgica de la comunidad. Y los agentes de pastoral seamos creativos y dinámicos para promover esta formación.
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