Mirar
Depende qué se entienda por otra. Si es diferente a la que fundó Jesús, desde luego que no; si queremos que nuestra Iglesia sea más fiel al proyecto de Jesús, claro que sí. Eso siempre. Sin embargo, a raíz del próximo Sínodo de los Obispos, convocado por el Papa Francisco, se levantan voces acusándonos de querer traicionar lo que Jesús quiso para su Iglesia.
Miren lo que me escribió alguien que vive en una ciudad del occidente del país, que es doctor no sé en que especialidad, que dice ser descendiente de los cristeros del siglo pasado, y me acusa con todas las letras: “En realidad y tristemente lo que usted está demostrando es que su paso por el seminario fue de noche, nunca entendió lo que Jesús dijo sobre “el que no está conmigo, está contra mí”, “el que no cosecha conmigo, desparrama”. Dios es todo amor, y por esa razón nos ama a todos porque El nos creó, pero también nos dio la libertad para decidir, con El o contra El; satanás es el creador del pecado y el que no está con Dios, está con satanás.
Dios nos ama a todos y desea nuestra salvación, pero Dios aborrece el pecado, Dios ama al homosexual, pero aborrece los actos que realiza, Dios ama al divorciado vuelto a casar, pero aborrece el adulterio, etc, etc. Al salir del seminario usted no aprendió a seguir a Jesús según el Evangelio, usted aprendió a seguir a satanás. El único que le puede hacer modificaciones a la Iglesia, es el que la creó. Si tanto interés tiene de modificar a su antojo la Iglesia, ¿por qué no crea la suya propia y nos deja en paz? Luteranícese, haga su reforma a su antojo y que Dios tenga misericordia de usted”.
Le agradezco a este señor sus oraciones que ofrece por mi conversión. Claro que siempre, yo y todos, tenemos necesidad de conversión. Pero, repito, no pretendemos hacer una Iglesia contra los planes de Jesús, sino todo lo contrario: que seamos más fieles a lo que Jesús nos indicó.
Discernir
Ya el Concilio Vaticano II (1962-1965), entre sus fines, dice que se propone “acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia. Por eso cree que le corresponde de un modo particular proveer a la reforma y al fomento de la liturgia” (SC 1).
Y más adelante: “Todos examinan su fidelidad a la voluntad de Cristo sobre la Iglesia y, como es debido, emprenden animosamente la tarea de renovación y de reforma… Los católicos, con sincero y atento ánimo, deben considerar todo aquello que en la propia familia católica debe ser renovado y llevado a cabo, para que la vida católica dé un más fiel y más claro testimonio de la doctrina y de las normas entregadas por Cristo a través de los Apóstoles” (UR 4).
El Papa San Pablo VI nos pidió: “La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio. De esta iluminada y operante conciencia brota un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia -tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada (cf Ef 5,27)- y el rostro real que hoy la Iglesia presenta. Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí” (Ecclesiam suam, 3).
Esto de la reforma de la Iglesia no es pues hacer otra iglesia diferente a la que Cristo quiso, sino que sea más fiel, más misericordiosa, más samaritana, siguiendo el ejemplo y el mandato de Cristo. Y tampoco esta reforma es una ocurrencia del Papa Francisco, sino una necesidad de quitarnos los polvos y las arrugas que la historia nos va dejando. Es en este sentido como se expresa el documento preparatorio para la próxima asamblea sinodal: “Para ‘caminar juntos’ es necesario que nos dejemos educar por el Espíritu en una mentalidad verdaderamente sinodal, entrando con audacia y libertad de corazón en un proceso de conversión sin el cual no será posible la perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad” (9).
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Actuar
No temamos. Ni el Papa Francisco, ni nosotros, queremos traicionar el proyecto de Jesús, sino esforzarnos por ser cada día más fieles a El. Que no seamos una Iglesia que parece ser sólo una institución de celebraciones religiosas, de normas y obligaciones, de prohibiciones y de regaños, sino que tengamos todos, jerarquía y demás fieles, un corazón semejante al de Jesús.
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