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Opinión: Sin familia, no hay futuro

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Durante una reciente operación quirúrgica a que fui sometido y durante mi convalecencia, nunca me he sentido solo. Siempre han estado pendientes de mí tanto mis cuatro hermanas que viven (en casa fuimos siete, pero dos ya fallecieron), como sus hijos, mis sobrinos, y muchas personas que me han sostenido con su oración y su apoyo. Les estoy sumamente agradecido. Comparto esto para insistir en que tener una familia unida es un tesoro y una seguridad ante cualquier circunstancia que vivamos. Nuestros padres nos educaron para vivir la unidad familiar por encima de todo, siempre sostenidos y guiados por la fe en Dios.

En cambio, me ha tocado ver casos de quienes, en una enfermedad o en algún problema, se sienten muy solos, porque no han tenido esta gracia de contar con una familia sólida y compartida. Cierto que varios construyen una familia no por lazos de sangre, sino por amistad, por trabajo, o por otros motivos. Hay vocaciones celibatarias, no sólo de clérigos y religiosas, que son muy dignas y nobles, porque consagran su vida a la educación, a la investigación, al servicio comunitario. Yo decidí ser célibe, y por tanto no tener hijos, para consagrarme totalmente a Dios y a su Pueblo, pero nunca he experimentado la soledad existencial, por el regalo de tantas personas con quienes formo un gran familia espiritual.

Sin embargo, cada día hay más personas que deciden no casarse, porque comprometerse con otra persona a vivir siempre unidos les significa perder su libertad egoísta. Sólo piensan en sí, y eso no tiene futuro. Hay quienes, aunque se casen por ambas leyes, posponen en forma indefinida el engendrar hijos, porque quieren trabajar y ganar dinero, pues pareciera que esto es lo que les da identidad personal y social. No se puede negar que tener hijos, uno, dos o más, implica múltiples sacrificios, no sólo económicos; no hay tiempo para uno mismo, sino que es un desgaste diario en el cuidado de los hijos. Pero esto es lo que tiene futuro, para sí mismo y para la patria. Por cierto, si alguna pareja decidiera casarse por la Iglesia, pero con la intención de no tener hijos, ese matrimonio sería nulo, aunque se casen ante un obispo o cardenal, porque no tiene en cuenta uno de los fines esenciales de la unión conyugal, que no es sólo la unión por amor, sino también la procreación.

Discernir

Traigo nuevamente a colación algo que dice el episcopado mexicano en su Proyecto Global de Pastoral 2031+2033: “Nos alegra y damos gracias a Dios por el don de la familia en nuestro pueblo mexicano. Nosotros amamos nuestra familia porque ella constituye una de las bases fundamentales de la sociedad y de la Iglesia. Cuánta alegría encontramos en aquellos espacios domésticos que tejen con cariño cada día la vida de los esposos, hijos, nietos, hermanos, y todas aquellas relaciones familiares que fortalecen a la persona experimentando constantemente la solidaridad y el cariño en ella. Esta realidad humana sigue siendo motivo de esperanza porque constituye el lugar fundamental donde se forman los verdaderos ciudadanos y cristianos para nuestra patria. Cuánto bien nos hace ver la fidelidad, la entrega, el trabajo de cada día, el amor de padre y madre, abuelas, tíos y madres solteras criando y educando a sus hijos.

Desde líneas de fuego culturales como el individualismo, el hedonismo, el relativismo, la falta de compromisos por la vida, hasta cuestiones jurídicas e ideológicas, han puesto en grave crisis el estado de la familia. Estos cambios han traído una manera diferente de concebir y vivir el sentido de familia en nuestra cultura mexicana, introduciendo elementos extraños, no sólo a nuestra concepción cristiana, sino inclusive a la concepción natural de ella. A todo esto añadimos, en nuestra patria, verdaderos flagelos para ella como la pobreza, un machismo históricamente arraigado, la desintegración, la violencia intrafamiliar, las migraciones forzadas, la inseguridad y ciertas políticas públicas que atentan contra esta institución tan fundamental para el desarrollo y el bienestar de una sociedad” (Nos. 49 y 50).

Por su parte, el Papa Francisco, en su exhortación Amoris laetitia, expresa: “Con íntimo gozo y profunda consolación, la Iglesia mira a las familias que permanecen fieles a las enseñanzas del Evangelio, agradeciéndoles el testimonio que dan y alentándolas. Gracias a ellas, en efecto, se hace creíble la belleza del matrimonio indisoluble y fiel para siempre. En la familia, que se podría llamar iglesia doméstica, madura la primera experiencia eclesial de la comunión entre personas, en la que se refleja, por gracia, el misterio de la Santa Trinidad. Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida” (86).

“El amor vivido en las familias es una fuerza constante para la vida de la Iglesia. El fin unitivo del matrimonio es una llamada constante a acrecentar y profundizar este amor. En su unión de amor los esposos experimentan la belleza de la paternidad y la maternidad; comparten proyectos y fatigas, deseos y aficiones; aprenden a cuidarse el uno al otro y a perdonarse mutuamente. En este amor celebran sus momentos felices y se apoyan en los episodios difíciles de su historia de vida. La belleza del don recíproco y gratuito, la alegría por la vida que nace y el cuidado amoroso de todos sus miembros, desde los pequeños a los ancianos, son sólo algunos de los frutos que hacen única e insustituible la respuesta a la vocación de la familia, tanto para la Iglesia como para la sociedad entera” (88).

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Actuar

Apreciemos nuestra familia, quienes tenemos la gracia de contar con ella. Los jóvenes descubran la belleza de formar una familia. En ello nos jugamos nuestro presente y nuestro futuro. No sólo anhelen tener mucho dinero y gozar, sino ser generadores de vida.


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