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Francisco: ¿Cómo podemos ser una Iglesia sinodal sin reconciliación?

“En vísperas del inicio de la Asamblea sinodal, la confesión es una oportunidad para restablecer la confianza en la Iglesia. Una confianza rota por nuestros errores y pecados”, afirmó el Papa Francisco durante la vigilia penitencial que este 1 de octubre, cerró dos días de retiro espiritual dirigido a los convocados a participar en la segunda sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los obispos, cuya inauguración tendrá lugar este miércoles 2 de octubre.

Desde la Basílica de San Pedro el obispo de Roma aseguró que “es necesario empezar a curar las heridas que no dejan de sangrar, rompiendo las cadenas de la maldad”.

Seguro de que “la Iglesia siempre es de los pobres de espíritu y los pecadores que buscan el perdón y no sólo de los justos o los santos; el vicario de Cristo insistió en que el pecado siempre es una herida en las relaciones que se tejen con Dios y los hermanos”. De ahí que la Iglesia pertenezca más a los justos y santos que se reconocen pobres y pecadores. “He querido escribir las peticiones de perdón que han leído algunos cardenales, porque era necesario llamar por su nombre a nuestros principales pecados”, afirmó.

Seguro de que “nadie se salva solo” y que es igualmente cierto que el pecado de uno genera efectos sobre muchos; el pontífice dijo que no podemos ignorar que así como todo está conectado en el bien, también lo está en el mal.

Curar las heridas

Consciente de que la Iglesia es relacional, en su esencia de fe y anuncio, advirtió que sólo sanando las relaciones enfermas, podremos llegar a ser una Iglesia sinodal, frente a lo que cuestionó ¿cómo podemos ser creíbles en la misión si no reconocemos nuestros errores y no nos rebajamos a curar las heridas que hemos causado con nuestros pecados?

Para el Santo Padre “la curación de la herida comienza confesando el pecado que hemos cometido”. Retomando el contenido de la Palabra Santa, Francisco se refirió a la parábola del Evangelio de Lucas que presenta al fariseo y al publicano que van al templo a rezar. “Uno está de pie, con la frente alta, el otro se queda atrás, con los ojos bajos. El fariseo llena la escena con su estatura que atrae las miradas, imponiéndose como un modelo”; entonces presume su gesto de rezar, pero en realidad se celebra a sí mismo, enmascarando en su efímera confianza sus propias fragilidades.

Al pensar en ello, la pregunta es ¿qué espera de Dios? Ante ello el Papa asegura que habla de una cierta esperanza, una recompensa por sus méritos. Así logra privarse de la sorpresa de la gratuidad que ofrece la salvación, porque “fabrica un Dios que no podría hacer otra cosa que suscribir un certificado de presunta perfección”. Aquí no hay duda de que “su ego no da cabida a nada ni a nadie, ni siquiera a Dios”.

Una situación que según advierte Francisco, es recurrente en la Iglesia. ¿Cuántas veces en la Iglesia nos comportamos así? ¿Cuántas veces hemos ocupado todo el espacio para nosotros mismos, con nuestras palabras, nuestros juicios, títulos y la falsa creencia de que sólo tenemos méritos?

Recibir y dar perdón

Se trata de actitudes que logran perpetuar lo que sucedió cuando José, María, y el Hijo de Dios en su seno, llamaron a las puertas buscando hospitalidad. Jesús nació en un pesebre porque, bien dice el Evangelio, “no había sitio para ellos en la posada”.

En este sentido, el Santo Padre aseguró que “hoy todos somos como el publicano, tenemos los ojos bajos y avergonzados por nuestros pecados. Como él, nos quedamos atrás, despejando el espacio ocupado por la vanidad, la hipocresía y el orgullo”.

Es así como recuerda el Papa que no podemos invocar el nombre de Dios sin pedir perdón a nuestros hermanos y hermanas, a la tierra y todas las criaturas, porque ¿Cómo podríamos ser una Iglesia sinodal sin reconciliación? ¿Cómo podríamos pretender caminar juntos sin recibir y dar el perdón que restablece la comunión con Cristo?

Es una reflexión para entender que “el perdón, pedido y dado, genera una nueva concordia donde las diferencias no se oponen, es el lobo y el cordero que pueden vivir juntos” como se lee en el libro del profeta Isaías.

Agobiados por la propia humanidad

Algo que no puede separarse de una actitud recurrente del hombre ante el mal y el sufrimiento inocente cuando se pregunta: ¿dónde estás Señor? Pero la pregunta debe dirigirse a nosotros mismos y debemos interrogarnos sobre nuestra responsabilidad, cuando no conseguimos detener el mal con el bien. No podemos pretender resolver los conflictos alimentando una violencia cada vez más atroz, redimirnos causando dolor o salvarnos con la muerte de los demás.

¿Cómo podemos perseguir una felicidad pagada con el precio de la infelicidad de nuestros hermanos y hermanas? Preguntó el Santo Padre al tiempo que anticipó que una oración que introducirá la celebración del sínodo dice: “Estamos aquí agobiados por la humanidad de nuestro pecado. No quisiéramos que esta carga frenara el camino del Reino de Dios en la historia”.

Sin lugar a dudas, hemos hecho nuestra parte, incluso en los errores, recordó. Estamos decididos a continuar en la misión hasta donde podamos, “pero ahora nos dirigimos a los jóvenes, que nos esperan para dar testimonio, pidiendo perdón porque no hemos sido testigos creíbles”. Intención con la que cerró su homilía pidiendo la intercesión de Santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las misiones.


 

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