El Papa Francisco comenzó su mensaje recordando a los niños que «Eres valioso a los ojos de Dios», citando el texto del libro de Isaías, (Is 43,4), frase que resume el amor incondicional que Dios tiene por cada uno de sus hijos, sin importar su origen, su condición o su situación.
Recordemos que el Papa Francisco, el pasado 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción, sorprendió con un inesperado anuncio: la creación de la Jornada Mundial de los Niños. A lo largo de su pontificado, siempre ha mostrado una debilidad especial por los más pequeños, especialmente por aquellos que sufren enfermedades o pobreza a causa de injusticias como la guerra.
El Dicasterio para la Cultura y la Educación, ha sido el encargado de promover esta iniciativa y que se celebra este 25 y 26 de mayo en Roma, con la presencia de miles niños venidos de los diferentes continentes.
Misión de los niños
En su mensaje, el Papa les recordó a los niños lo importantes que son para la humanidad y el deseo que cada uno expresa para crecer y renovarse en su vida personal. Así también, les dijo que su presencia trae a la memoria que todos somos hijos y hermanos y que nadie puede existir sin alguien que lo traiga al mundo, ni crecer sin tener otras personas para amar y sentirse amado.
El obispo de Roma, destacó la misión de los niños señalando “todos ustedes, niñas y niños, que son la alegría de sus padres y de sus familias, son también la alegría de la humanidad y de la Iglesia, donde cada uno es como un eslabón de una larguísima cadena, que se extiende del pasado al futuro y que cubre toda la tierra”.
Por tanto, les pidió estar siempre atentos para escuchar las historias de los mayores, de sus mamás y de sus papás, de sus abuelos y de sus bisabuelos, porque son ellos quienes les transmiten la sabiduría y la experiencia de la vida.
Invitación a la solidaridad
Al tiempo, el Papa invitó a los niños a ser solidarios con tantos niños que sufren en el mundo. Los animó a no olvidarse de tantos pequeños que luchan contra dificultades en hospitales, en sus hogares, a los que son víctimas de las guerras, de la violencia, a los que sufren hambre, sed, a quienes viven en las calles, a los que son obligados a ser soldados o a huir como refugiados, muchas veces separados de sus padres, pidió por los chicos que no tienen la posibilidad de estudiar, por los que son víctimas de bandas criminales, de las drogas o de otras formas de esclavitud y abusos. En definitiva, señaló, pensar en todos esos niños a los que todavía hoy se les roba la infancia cruelmente.
El Pontífice exhortó a los niños diciéndoles “escúchenlos, o mejor aún, escuchémoslos, porque con su sufrimiento, con los ojos purificados por las lágrimas y con el constante deseo de bien que nace del corazón de quien ha visto verdaderamente qué terrible es el mal, nos hablan de la realidad”. Así también, los animó a rezar por ellos y a compartir con ellos lo que tienen, a defender sus derechos y a ser sus amigos y hermanos.
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Unidos a la presencia de Jesús
El Pontífice también centró su reflexión, asintiendo a los niños que no basta con estar unidos los unos a los otros, si no están unidos a la presencia de Jesús “Él nos infunde mucho valor, porque está siempre a nuestro lado, su Espíritu nos precede y nos acompaña en los caminos del mundo”, por eso, explica, el título del mensaje de la primera jornada: «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5); Estas palabras, ha dicho “nos invitan a ser ágiles como niños para comprender las novedades que el Espíritu suscita en nosotros y a nuestro alrededor”.
Dijo además que, con la presencia de Jesús en sus corazones y con detalles sencillos como saludar a los demás, pedir permiso, pedir disculpas, decir gracias, sólo así, se podrá soñar con “una humanidad nueva y comprometernos por una sociedad más fraterna y atenta a nuestra casa común (…) El mundo se transforma, ante todo, por medio de las cosas pequeñas, sin avergonzarse de dar sólo pasos pequeños”.
El Papa también dirige su pensamiento, diciendo a los niños que es imposible ser felices en solitario, porque esta felicidad crece en la media en que se comparte; y además -agrega- “nace de la gratitud que cada uno hemos recibido y compartido con los demás”. Además, “Cuando aquello que hemos recibido lo guardamos sólo para nosotros, o incluso hacemos berrinches para conseguir este o aquel regalo, en realidad nos olvidamos de que el don más grande somos nosotros mismos, los unos para los otros; nosotros somos el “regalo de Dios””.
Les recordó, lo hermoso que es compartir con los amigos, disfrutar del hogar, de la escuela, de la parroquia, de la oración, de esos espacios de juegos, de canto, en fin, de todas las cosas nuevas que implica la amistad, eso sí, advirtió, sin dejar a nadie atrás. “La amistad es hermosísima y sólo crece así, compartiendo y perdonando, con paciencia, valentía, creatividad e imaginación, sin miedo y sin prejuicios”.
La oración centro de la felicidad
A todo lo anterior, dijo es importante añadirle un ingrediente para ser completamente felices, se trata de la oración diaria, porque esta indicó, “nos conecta directamente con Dios, nos llena el corazón de luz y de calor y nos ayuda a hacer todo con confianza y serenidad”. Los animó a llamarlo Padre, “llamémoslo así también nosotros y lo sentiremos siempre cercano”.
Finalmente, les invitó a rezar cada día en solitario y en familia las palabras que Jesús enseñó a la humanidad, expresadas en el Padrenuestro, pero no como una fórmula, sino pensando en las palabras que Jesús ha enseñado. “Jesús nos llama y desea que, con Él, seamos protagonistas de esta Jornada Mundial, como constructores de un mundo nuevo, más humano, justo y pacífico”.
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