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Pascua en el Hogar de Cristo: Jesús Resucitado, el que transitó la eternidad de los caminos del dolor de toda la humanidad

Llegando a la Pascua en el Hogar de Cristo

Por Padre Fabián Belay*

 

La Pascua es la parábola de la vida de todos los creyentes, pero en las comunidades que caminamos con personas con problemas de adicciones toca fibras muy íntimas que vamos a compartir en esta reflexión.

En la Última Cena, Jesús nos muestra su modo de amar, apostar a la persona, hasta el ultimo momento. En esa comida les lavó los pies, los consagró sacerdotes, se hizo Eucaristía y los convino a vivir el mandamiento del amor. ¿La respuesta al don? La traición de Judas, la sospecha de todos contra todos, las promesas de fidelidad que Pedro solo podrá sostener unas horas.

Este contraste entre el Dios que se dona y el hombre que traiciona nos llama a vencer la tentación del desánimo que siempre está a la puerta, de no seguir confiando en el que ha tenido recaídas en el consumo, en el que no logra metas que nos inventamos para alimentar nuestro ego que siempre quiere ver resultados.

El Hogar es el cenáculo donde estamos llamados vivir el: “Hagan esto en memoria mía” como una invitación a lavar los pies y dejarse lavar, a seguir poniendo el cuerpo cada día en el altar del servicio, a dejarse partir por el dolor del que llega, a alimentarse del otro que desde su vulnerabilidad enriquece y fortalece nuestras opciones.

El Viernes Santo es momento de la comunión con el crucificado. El evangelio mas vivido por nuestros jóvenes: la Pasión.  Basta ver sus rostros para reconocer el dolor que la culpa puede causar en alguien. Probablemente ellos se sientan los verdugos de Jesús, nosotros sabemos que ellos son los crucificados de hoy. Muchos de nuestros hermanos han cargado cruces que han desvastado sus vidas, y el abismo de la muerte, muchas veces, les mostró su rostro: han vivido el abandono, el maltrato, situaciones de abuso, el encarcelamiento, la indigencia. Animarse a caminar la recuperación es descender a las profundidades más oscuras del alma humana, es experimentar el peso del propio pecado, es reconocerse totalmente desnudo ante la vida, es tomar conciencia de la existencia y de haber traicionado a las personas que más amaban, es despertar de una vida anestesiada.

 

Desde lejos no se ve

Un muchacho con más de cincuenta años, una vez me dijo que desde sus trece años que no se veía el rostro en el espejo “y ahora me doy cuenta de que veo a una persona mayor”. Cuando alguien camina los primeros meses de la recuperación es imprescindible la compañía de los cirineos, de aquellos que ya han pasado esa etapa, porque ellos son la certeza de que después de la oscuridad cerrada por la que transitan hay una vida. El relato de la Pasión da a Jesús la autoridad subjetiva para que ellos puedan confiar en Él. Dios transitó nuestros caminos.

La Resurrección es una realidad que se da en la soledad de la tumba, pero se manifiesta y celebra en la comunidad. Por la violencia desatada, nuestra ciudad —les escribo desde Rosario, provincia de Santa Fe en Argentina— tiene desde hace varias semanas una gran presencia de fuerzas de seguridad. Recordábamos con algunos que días atrás nuestras calles estaban vacías como en tiempo de pandemia. En medio del temor por la inseguridad, de la incertidumbre política y económica de nuestro país hay una pequeña comunidad formada por aquellos que antes eran amenazas, eran invisibles y hoy son signo elocuente de que Él está vivo. Esos somos nosotros, en el Hogar de Cristo.

La Pascua es la invitación a seguir volviendo a la Comunidad para reencontrarse con la Vida, es celebrar el bautismo —que muchos recibieron en el Hogar, esos momentos son de fiesta grande—, es celebrar a Dios que nos llama a ser familia, a “pertenecer”. La Comunidad se convierte en el convite de los resucitados. Como toda comunidad de creyentes, vivimos la Pascua como una experiencia vital que se expresa en una liturgia que nos posibilita la comunión entre el Misterio de Dios y el misterio de nuestra propia existencia.

Él vive. El Resucitado nos convence todos los días de que Él vive. Nos quedan cincuenta días por delante para que el Resucitado nos siga convenciendo de que Él vive.

 

*El autor es sacerdote católico argentino, responsable de la Pastoral de Drogadependencia de la Arquidiócesis de Rosario, párroco de María Madre de Dios, responsable de la Comunidad Padre Misericordioso de los Hogares de Cristo.

 

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