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¿Qué retos plantea la pastoral urbana a la catequesis? (I)

Por Pbro. José Luis Quijano

Hacia una fecunda sinergia

Asumimos este interrogante como un binomio en cuatro tiempos:

  1. Nos detenemos brevemente en la identidad de cada uno de los conceptos del binomio.
  2. Detallamos los retos a los cuales se ve hoy expuesta la catequesis en la pastoral urbana.
  3. El catequista misionero en la pastoral urbana.
  4. El misionero catequista en la pastoral urbana.
  5. Breve explicitación de la identidad de ambos conceptos

La pastoral urbana

Comenzamos abrevando sucintamente en la historia reciente de la pastoral urbana en América Latina. “Cuatro etapas en torno a las cuatro conferencias episcopales posconciliares… El fenómeno creciente de la urbanización latinoamericana, vista como un signo de los tiempos (Medellín), condujo a nuestra Iglesia a plantear el desafío de la evangelización de la ciudad moderna (Puebla), a proponer una inculturación del Evangelio en la cultura de nuestras urbes, especialmente de las megalópolis (Santo Domingo), y a proyectar una nueva pastoral urbana en una Iglesia radicalmente misionera, orientada a la misión permanente y continental para que nuestros pueblos tengan Vida plena en Cristo (Aparecida)”[1].

Para adentrarnos en la identidad de la pastoral urbana, es oportuno detenernos en la diferencia entre “la urbe” y “lo urbano”, para después señalar que no es lo mismo decir “pastoral en la urbe” que “pastoral urbana.”Esta última es justamente la expresión por la cual opta el documento de Aparecida.[2] La urbe es un acto de creación humana. Allí se entrecruzan e interactúan  tradiciones y valores plurales, múltiples interpretaciones y proyectos, diversas actitudes y conductas. Es un conglomerado importante de edificios, oficinas, comercios,  personas y grupos sociales inmersos en la vorágine de la vida.

La multiculturalidad  se manifiesta como verdadero emergente de un mundo globalizado y en permanente cambio y sincronía. Esta diversidad cultural va de la mano de una profunda diversidad religiosa. El mundo actual, sobre todo en los ámbitos urbanos, es multicultural y multi – religioso. Las culturas coexistentes en un mismo espacio pueden hallarse en tres situaciones posibles: en conflicto, en diálogo o en situación de indiferencia.  Esto conlleva tres interpretaciones posibles de la multiculturalidad.

La interpretación etnocentrista considera que una de las culturas es la hegemónica y las demás deben subordinarse. La posición liberal, en cambio, afirma  y permite la existencia de la diversidad. Pregona que todos sean como quieren ser, pero no plantea los condicionamientos que acarrean las diferencias. Por eso, es tolerada la pobreza, como parte de la diferencia, afirmando que siempre hubo y habrá ricos y pobres. Favorece el relativismo, admitiendo la existencia de muchas verdades. Finalmente, la interpretación intercultural pone el acento en la vinculación de las culturas diferentes, sin pretender que una se asimile a la otra. Favorece el diálogo en la diferencia conscientemente asumida. Se excluye la violencia y se busca pacientemente la justicia a través del diálogo.[3]

“La fe nos enseña que Dios vive en la ciudad, en medio de sus alegrías, anhelos y esperanzas, como también en sus dolores y sufrimientos. Las sombras que marcan lo cotidiano de las ciudades, como por ejemplo, violencia, pobreza, individualismo y exclusión, no pueden impedirnos que busquemos y contemplemos al Dios de la vida también en los ambientes urbanos. Las ciudades son lugares de libertad y oportunidad. En ellas las personas tienen la posibilidad de conocer a más personas, interactuar y convivir con ellas. En las ciudades es posible experimentar vínculos de fraternidad, solidaridad y universalidad. En ellas el ser humano es llamado constantemente a caminar siempre más al encuentro del otro, convivir con el diferente, aceptarlo y ser aceptado por él.”[4]

Cuando la urbe excede al territorio, es decir, cuando su estilo cultural llega más allá de sus límites territoriales, se emplea entonces el término ‘urbano’. Se habla de “cultura urbana” o de “cultura contemporánea,” una cultura que ya no transmite la fe sino la libertad religiosa. El documento de Aparecida afirma que “las grandes ciudades son laboratorios de esa cultura contemporánea.”[5] Por lo tanto, referirnos a la “pastoral urbana” nos pone de cara a la evangelización de esa cultura, trascendiendo los espacios y las jurisdicciones. La Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, entre sus desafíos, nos propone pasar de la pastoral en la ciudad a la pastoral urbana.[6]

Y si hablamos de evangelización, hablamos de anuncio. Hay otra distinción que también resulta interesante “kerigma en la urbe” y “kerigma urbano.” Podemos afirmar que la primera expresión está más vinculada a un contenido que no cambia. Es lo mismo anunciarlo en un ambiente urbano o rural. En cambio, la segunda expresión se refiere a un anuncio que asume los rasgos, mediaciones y circunstancias de la cultura urbana.[7] El kerigma es siempre el mismo y es tan denso y profundo que no puede repetirse como un refrán inalterable, sino como “una canción que encuentra cada día una melodía nueva.[8]  Así se hará, paulatinamente, visible y operante la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén que es el proyecto de Dios, plenitud de futuro que ya se está realizando en Jesucristo[9].

La catequesis

La catequesis es, como bien sabemos, una acción eminentemente eclesial. A lo largo de la historia ha asumido diversas acentuaciones en su fidelidad al tiempo y a la cultura. Con el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés, los Apóstoles comenzaron a enseñar la Didajé. En un contexto de rechazo y de persecuciones por parte del Imperio Romano, los Apóstoles y los Diáconos anunciaban, con profunda alegría, la Muerte y Resurrección del Señor y animaban a convertirse de corazón a Cristo. Este Anuncio quedaba sólidamente avalado por el testimonio de caridad de las primeras comunidades. Las personas se convertían inmediatamente, pedían el Bautismo y se incorporaban a la comunidad de los iniciados.

Hacia fines del siglo II y en los siglos III y IV los pastores de las comunidades plantearon un importante y decisivo giro para la Iniciación Cristiana. En una nueva situación eclesial, en la cual muchos adultos demandaban el Bautismo, los Padres de la Iglesia, responsables de las comunidades, respondieron creando el catecumenado como nuevo modelo de Iniciación Cristiana. Su principio fundamental era: la formación precede al Bautismo. Los que habían experimentado una primera adhesión a Jesús eran admitidos al catecumenado. Allí recibían una formación progresiva por etapas durante unos tres años, para suscitar en ellos la confesión de fe por la cual los nuevos creyentes o “nacidos de nuevo” (neófitos) estaban dispuestos a entregar su vida a Dios. De esta manera concluía la iniciación a la vida cristiana con la incorporación de los «neófitos» a la comunidad cristiana.

Hacia fines del siglo IV hasta el siglo XVI grandes masas de personas se incorporaron al cristianismo. Comenzó así una época que se denomina «de cristiandad.»  Por lo tanto, desapareció el catecumenado y la catequesis se volvió una actividad independiente dentro de la Iglesia, reducida sobre todo a la doctrina. Este modelo fue eficaz porque todavía subsistía el fervor de la cristiandad y la misma sociedad ejercía una especie de «catecumenado social,» que poco a poco fue desapareciendo hasta nuestros días para situarnos claramente en un tiempo de post – cristiandad. El siglo XX trajo nuevos cambios. Con la renovación catequética se procuró superar la aridez de la catequesis doctrinal, ampliándola con nuevas dimensiones: bíblica, antropológica, cristocéntrica, litúrgica y comunitaria. Todo esto fue ratificado en el Concilio Vaticano II.

Frente a una sociedad que ya se observaba cada vez más descristianizada, el Concilio restituyó aquel proceso iniciático de la Iglesia primitiva, adaptado a las nuevas realidades.  El catecumenado tiene una intención misionera explícita. Es para los convertidos no bautizados y precisamente por su carácter misionero, el catecumenado también puede inspirar la catequesis de aquellos que, a pesar de haber ya recibido el don de la gracia bautismal, no disfrutan efectivamente de su riqueza: en este sentido, se habla de la inspiración catecumenal de la catequesis o catecumenado postbautismal o catequesis de iniciación a la vida cristiana...»[10]

En el marco de la conversión pastoral misionera a la cual toda la Iglesia hoy está llamada, la catequesis está convocada a ser una catequesis misionera o kerigmática. Una catequesis que se pone decididamente al servicio de la iniciación a la vida cristiana a través del catecumenado o de una catequesis de inspiración catecumenal. Lo afirma claramente el Papa Francisco en la Evangelii gaudium: “En la boca del catequista vuelve a resonar siempre el primer anuncio: ‘Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte’. Cuando a este primer anuncio se le llama ‘primero’, eso no significa que está al comienzo y después se olvida o se reemplaza por otros contenidos que lo superan. Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ése que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis, en todas sus etapas y momentos…”[11]

La catequesis vive un desbordamiento semántico que nos hace concebirla como un proceso espiralado, siempre abierto y en desarrollo. El primer anuncio, cuyo contenido es el kerigma, se va ampliando y profundizando, a lo largo de nuestra vida, reiterándose siempre, de un modo nuevo, vigoroso y atrayente, acompañando el permanente dinamismo de la fe. Esta catequesis kerigmática, en todas sus etapas y momentos, nos permite dar el paso de una catequesis meramente intelectualizada, ritualizada y moralista a una catequesis, verdadera obra del Espíritu, que lleva al encuentro con el Señor.

La centralidad del kerygma demanda ciertas características del anuncio que hoy son necesarias en todas partes: que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad, que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas.”[12]Es una catequesis que no se reduce a la preparación para recibir un sacramento, sino que nos hace descubrir la maravilla de seguir a Cristo y de profundizar este seguimiento a lo largo de toda nuestra existencia. Atravesando las más diversas vicisitudes de nuestro devenir histórico vamos configurando nuestras vidas con la del Señor Jesús.


Tigre, 1° de noviembre de 2022, solemnidad de todos los santos

[1] Cfr. Galli C. M.., “La pastoral urbana en la Iglesia latinoamericana. Memoria histórica, relectura teológica  y proyección pastoral,” Revista Teología, Tomo XLVII.  Nº 102,  Agosto de 2010, pág. 73-129.

[2] Cfr. Ap. 509 – 519

[3] En la presentación de la multiculturalidad en los ámbitos urbanos seguimos a Jorge Seibold, sacerdote jesuita argentino ordenado por Mons. Angelelli el 19 de diciembre de 1970 en el Colegio Máximo de San Miguel, Prov. de Buenos Aires, Argentina. Fue decano de la Facultad de Filosofía (Universidad del Salvador, San Miguel, 1981-1997). Profesor invitado en la Pastoral Urbana en la Facultad de Teología del Seminario de Villa Devoto de la Pontificia Universidad Católica Argentina.

[4] Cfr. Ap. 514

[5] Cfr. Ap. 509

[6] Desafío Nº 37. Construyendo nuevas alternativas de acción pastoral parroquial que conecten fe y vida, a partir de la escucha y el diálogo. Participando en iniciativas con los diferentes grupos, movimientos sociales e instituciones presentes en los diversos espacios urbanos y suburbanos. Adecuando las celebraciones litúrgicas a los diversos contextos socioculturales. Valorando las celebraciones de la piedad popular

[7] Así como hemos sido breves en la explicitación de la identidad de la catequesis, también lo fuimos al referirnos a la pastoral urbana. En Argentina, mucho han aportado a esta reflexión los Encuentros de Pastoral Urbana y el Iº Congreso Regional de Pastoral Urbana de la Región Pastoral y Eclesiástica de Buenos Aires. Cfr. Scheinig, J.E.,  Dios en la Ciudad, Buenos Aires, San Pablo, 2012.

[8] Hermosa metáfora utilizada en reiteradas oportunidades por el catequeta italiano Enzo Biemmi.

[9] Cfr. Ap. 515

[10] Cfr. DC 61.

[11] Cfr. EG 164

[12] Cfr. EG 165

[13] EG 27

[14] Cfr. Biemmi E. “La perspectiva misionera. Una clave para la conversión de la catequesis y de la pastoral” durante las Jornadas de estudio Louvain-La-Neuve (Bélgica), 2014

[15] Cfr. Ap. 365

[16] 4 al 6 de octubre de 2022, México. El objetivo del II Congreso Internacional de Pastoral Urbana fue Impulsar la transformación de la parroquia en su identidad y sentido, activando procesos de Iglesia en salida, sinodal y samaritana, para responder a los retos de las grandes ciudades en tiempos de pandemia.”

[17] Cfr. EG 28

[18] Lc. 19, 1 – 10

[19] Jn 1,39

[20] Gén. 28, 16

[21] Mt. 13, 24 – 30

[22] Realmente el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación pues Él mismo, el Hijo de Dios con su encarnación (Cfr.  Redemptor Hominis 8 y Gaudium et Spes 22)

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