El teólogo venezolano y miembro de la Comisión Teológica del Sínodo 2021-2024, Rafael Luciani, ha asegurado, en conversación con ADN Celam, que “en este momento de la historia, la sinodalidad es quizás el aporte epocal más importante que los cristianos podemos hacer al resto de la humanidad, especialmente en un mundo que parece negar la fraternidad y la sororidad humana, y la amistad social”.
Además señaló que la sinodalidad es “el proceso más significativo de conversión y reforma que ha emprendido la Iglesia Católica luego del Concilio para revisar sus relaciones, dinámicas comunicativas y estructuras”.
“El gran desafío de la Iglesia del tercer milenio, iniciado por el Sínodo sobre la sinodalidad, será seguir caminando juntos hasta construir, entre todos y todas, una cultura eclesial para una Iglesia constitutivamente sinodal”, acotó.
Luciani sopesó la importancia de este evento que va más allá de una coyuntura y que con la publicación del Instrumentum laboris comienza la cuenta regresiva de la primera parte la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, y que ya ha pasado por la fase diocesana y continental.
Por ello, consideró que este Sínodo sobre la sinodalidad “es el esfuerzo más importante y el proceso más extenso que ha realizado la Iglesia Católica a lo largo de su historia para emprender un camino de conversión y reforma a la luz de los signos de los tiempos que se manifiestan, de un modo especial, en el grito de los pobres y el clamor de la tierra”.
El estilo de Jesús
El docente apunta que el actual Sínodo, siguiendo el estilo de Jesús, “no ha querido partir de una idea preconcebida, sino que ha puesto en marcha un proceso que nos ha invitado a salir de nosotros mismos para tener la experiencia de escucharnos mutuamente y aprender de lo escuchado”.
Vivencia que “nos ha desinstalado de nuestros espacios de confort, y nos está ayudando a tomar conciencia de que caminar juntos no se reduce a habitar en el mismo espacio o vivir bajo las mismas leyes. Pero tampoco se da por la mera pertenencia a la Iglesia”.
De allí que “la experiencia sinodal nos ha regalado la posibilidad de reencontrarnos con lo humano, de crear espacios y estructuras donde vivamos relaciones mutuas y horizontales, gratuitas y abiertas, recíprocas y complementarias, como un rico intercambio de dones que acontece al caminar juntos, antes que vivir como seres aislados”.
Por tanto, si la sinodalidad es “el camino que Dios espera para el tercer milenio, entonces tenemos que hacer todo lo posible para que nuestras relaciones, los modos como nos comunicamos y las estructuras en las que hacemos vida, sean moldeadas por la sinodalidad, en cuanto ella es una realidad constitutiva de la vida y misión de la Iglesia”.
Un modo de ser Iglesia
Luciani asegura que los pobres de hoy “tienen nuevos rostros”. Son los rostros de las mujeres, pueblos originarios, afrodescendientes, migrantes y refugiados, personas con discapacidades, niños y ancianos vulnerados.
Por consiguiente, “estamos llamados a incluir en nuestros espacios eclesiales y relaciones vitales sin excepción alguna” y “aquí aplica la segunda perspectiva del significado de caminar juntos, que nos ofrece el Documento Preparatorio del Sínodo sobre la sinodalidad] que considera cómo el Pueblo de Dios camina junto a la entera familia humana”.
Se trata de “un caminar que se cualifica por el estado de las relaciones, el diálogo y las eventuales iniciativas comunes con los creyentes de otras religiones, con las personas alejadas de la fe, así como con ambientes y grupos sociales específicos, con sus instituciones”.
“Aunque haya cristianos que no quieran contribuir a este camino de fraternidad, el Sínodo sobre la sinodalidad ha hecho palpar que sí es posible un cambio cualitativo en nuestro modo de ser Iglesia”, ha dicho.
Para esto, el haber iniciado procesos de “escucha recíproca ha permitido vivenciar la sinodalidad básica de lo humano, una sinodalidad desde dentro y a partir de la disposición a entrar en un proceso de palabra compartida, constructiva, respetuosa y orante”.
Como está planteado en el Instrumentum laboris, la escucha “nos ha ayudado a descubrir que lo que Dios quiere es que retomemos su llamado a ser una Iglesia de hermanas y hermanos en Cristo que, al escucharse mutuamente, son transformados gradualmente por el Espíritu”.
Experiencia latinoamericana y caribeña
¿Cómo se ha vivido esto en América Latina y el Caribe a lo largo del proceso sinodal? Lanza esta pregunta para plantear que “la experiencia continental permitió constatar que la Iglesia está hoy, más que nunca, avocada a un nuevo estilo relacional más contextualizado, encarnado en la realidad, capaz de escuchar y hacer resonar las distintas voces, y de ubicarse generando el necesario diálogo que favorezca el encuentro”.
Argumenta que en nuestro continente “no hemos hecho una escucha genérica”, sino que se ha ido evolucionando en diversos momentos, desde la Asamblea Eclesial (2021), a las etapas diocesana (2022) y continental (2023).
Sobre todo ratificando su vocación por “una Iglesia sinodal llamada a renovar su opción preferencial por los pobres y a poner de manifiesto la dimensión social de la evangelización”, porque “si ella no está debidamente explicitada, siempre se corre el riesgo de desfigurar el sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora”.
Para comprender esto –añade –, podemos hacer alusión al llamado que hiciera el Papa Pablo VI en la Populorum progressio, donde “se entiende que la caridad cristiana es una opción por emprender acciones que logren el paso de condiciones de vida menos humanas a otras más humana”.
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