La Sinodalidad es “un desafío porque es un modelo que implica crear toda una institucionalidad”, afirma Rafael Luciani. Estamos ante “un desafío que implicará un cambio en las mentalidades” y junto con ello “la construcción de un modelo institucional nuevo”, teniendo como fundamento la eclesiología del pueblo de Dios en la Lumen Gentium, de la que “la Sinodalidad supone una maduración”.
Para alguien que vive la Teología como una vocación, Luciani destaca la necesidad de una Teología que “no puede ser considerada fuera de las comunidades reales y concretas”, reclamando mayor inversión para que “los laicos y las laicas puedan estudiar Teología”. Analizando la Etapa Continental y el trabajo llevado a cabo por la Comisión de Síntesis, de la que forma parte, el teólogo venezolano ve como desafío que “esa Iglesia que escucha, tiene que ser la Iglesia que aprende de ahora en adelante”, algo sólo posible teniendo “parresia y no miedo”, llevando a que “un nuevo modelo institucional tiene que partir de una nueva relación entre quienes elaboran decisiones y quienes toman decisiones”, sabiendo que “todos y todas en igual dignidad bautismal, tenemos el derecho y también el deber de exigir cambios a la Iglesia”.
Se habla mucho de Sinodalidad, pero ¿la Sinodalidad es todavía una utopía en la Iglesia?
Es un desafío porque es un modelo que implica crear toda una institucionalidad y a la vez adaptar lo que existe en la medida en que es posible, y por otra parte dejar estructuras que hoy en día ya no son sinodales. Es un desafío que implicará un cambio en las mentalidades de aquellos que han sido formados en una visión de Iglesia distinta y que supondrá una conversión desde el punto de vista de las mentalidades.
Por otra parte, para la Iglesia como institución, implica la construcción de un modelo institucional nuevo. Sin un modelo institucional nuevo, la sinodalidad pasa a ser un espíritu de pensamiento, de acción, de un modo de ser, pero que no tendrá una concreción real en la vida cotidiana y práctica de la Iglesia.
Para llevar a cabo esa Sinodalidad también tiene que cambiar la mentalidad y asumir finalmente la Teología del Pueblo de Dios, que el Vaticano II tiene como fundamento. ¿Cómo pasar de esa teología digamos deductiva, a una teología que brota del pueblo de Dios?
El primer cambio es reconocer la eclesiología del pueblo de Dios en la Lumen Gentium como el eje fundamental de toda la vida eclesial. Cuando se pensó y se escribió la Lumen Gentium, el capítulo II sobre el pueblo de Dios, pasó a ser normativo. Es decir, desde ahí se ha de pensar la totalidad de la Iglesia.
Hoy en día, lo que llamamos la Sinodalidad supone una maduración de esa eclesiología, y eso debe traducirse en una revisión de la Teología del Ministerio Ordenado, así como una manera en la cual la Iglesia tiene que dar espacio a que la integración del laicado y de la Vida Religiosa sea parte fundamental de todos los procesos de elaboración y decisiones en la Iglesia. Si se recupera esta eclesiología como lo central, se podrá dar el segundo paso, que es la renovación de la Teología y la Pastoral. Pero sin esta conciencia de la Eclesiología del Pueblo de Dios como lo central y como el estado actual de la recepción del Concilio, será siempre un trabajo más difícil y con un mayor tiempo para hacerlo.
¿Cómo puede ayudar en esa reflexión teológica alguien que es la laico, que es pueblo de Dios, para entender que la Teología no es algo sólo propio de ministros ordenados y sí una reflexión a la que son llamados todos los bautizados?
Yo vivo la Teología como una vocación, no como una profesión, y eso en mi vida ha sido una experiencia no sólo de crecimiento personal, sino de descubrir que sólo puedo vivir la Iglesia desde las comunidades y con personas haciendo entre todos esa vida. Para nosotros en América Latina no hay Teología sin pastoral, no hay Teología que no aterrice en una comunidad y parta de ahí. Hay ahí toda una conversión para la Teología, donde la Teología no puede ser considerada fuera de las comunidades reales y concretas, y tienen que ser estas comunidades la fuente de nuestro pensamiento y nuestro quehacer teológico. Por eso que la Teología es una vocación y no simplemente una profesión.
¿Sientes que, siendo laico, tu voz, tu reflexión, es respetada al mismo nivel que la reflexión de los teólogos que son ministros ordenados?
He vivido un proceso en el que cuando empecé a estudiar Teología como laico, tuve el apoyo de la institución donde trabajaba. En esa época era muy distinta la relación del laicado, laicas y laicos, con obispos o con presbíteros. Hoy en día sí ha ido cambiando y lo he vivido así. En el caso de América Latina se vive una relación más horizontal en el diálogo entre teólogos, teólogas, y obispos o presbíteros que también son teólogos. En otros continentes esa relación es más difícil y ahí, un teólogo o una teóloga laico encuentra mucho más difícil la relación de diálogo, de discernimiento en conjunto o de integración.
Un límite en América Latina sigue siendo que la Iglesia invierte poco en un laicado que se forme en Teología, y no hay espacios de trabajo suficientes para que los laicos y las laicas puedan estudiar Teología y luego desarrollarse en instituciones que les permita vivir, porque es el gran problema, cómo vivir en una vida que gira en torno a la Teología como servicio.
Para alguien que forma parta del Equipo de Síntesis de la Etapa Continental del Sínodo en América Latina y el Caribe, ¿está resultando difícil consensuar lo reflexionado en las cuatro asambleas regionales?
En el caso de América Latina es un proceso totalmente novedoso que no se ha hecho en los otros continentes, porque no partimos de una sola asamblea donde se hacía todo, la celebración, la consulta, el discernimiento, y luego la redacción del Documento, sino que en América Latina se parte de las consultas a las cuatro regiones. Desde ahí se van construyendo síntesis en cada una de estas regiones, que llegan a lo que estamos haciendo en este momento que es la reunión, podemos hablar de una quinta asamblea dedicada ya a la redacción de la síntesis.
Hay una manera de proceder que nos está enseñando que América Latina siempre ha hecho un proceso, no simplemente un evento donde nos reunimos a hacer un documento. Lo que hemos vivido acá es lo que se ha dicho en la fase primera diocesana, que ahora se vuelve a encontrar acá en esta fase continental. Y las peticiones de las personas son muy concretas, y creo que hay un reconocimiento real de que la Iglesia tiene que cambiar. El desafío será ahora que esa Iglesia que escucha, tiene que ser la Iglesia que aprende de ahora en adelante. Si no se hace caso, la escucha queda en un mero sentir y de un deseo de un cambio que no vendrá. Pero si la Iglesia pasa de una Iglesia que escucha a una Iglesia que aprende, comenzaremos a ver cambios poco a poco.
¿Cómo conseguir esa conversión en una Iglesia acostumbrada a enseñar y que ahora tiene que aprender?
Tener parresia y no miedo cuando se habla, cuando se hacen propuestas, pero también saber que como fieles, todos y todas en igual dignidad bautismal, tenemos el derecho y también el deber de exigir cambios a la Iglesia, porque la Iglesia no es algo fuera de nuestra vida como fieles en la Iglesia. Si esa conciencia se va generando entonces vamos haciendo un camino de transformación, pero si yo siento que sólo el obispo debe hacer los cambios, o sólo el presbítero en la parroquia es el que tiene que hacer los cambios, y no tengo esa capacidad de ser también una persona que mueva la institución, con profecía, con parresia, entonces ciertamente los cambios no se van a dar.
¿Y cómo concretar eso en un nuevo modelo institucional eclesial?
Un nuevo modelo institucional tiene que partir de una nueva relación entre quienes elaboran decisiones y quienes toman decisiones. Una propuesta, que la hemos vivido de alguna manera en este proceso de síntesis, es que quienes toman las decisiones hacen el proceso con quienes elaboran, pero como un fiel más. Es decir, el obispo es un fiel más en el pueblo de Dios. Si el pueblo de Dios, que somos todos y todas, trabajamos en conjunto en la misma mesa, mirándonos cara a cara, la elaboración de decisiones irá luego a las personas que toman las decisiones, pero habiendo participado del proceso. Ese es el gran desafío como modelo institucional.
Lo otro sería como traducir esto en las comunidades, una propuesta que se ha dado ya en algunas diócesis. En la Diócesis de La Guaira, en Venezuela, encontramos una red de consejos pastorales que parten de una descentralización de la parroquia, donde se van dando liderazgos en zonas pastorales, con consejos pastorales que van elaborando decisiones y que se conectan con el consejo de la parroquia.
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Y el consejo de parroquia se convierte en un ente organizador de esa escucha y de ese discernimiento de las pequeñas comunidades. Y eso a su vez está conectado con el consejo pastoral diocesano, y toda esta cadena de consejos y comunidades va haciendo con que la elaboración de decisiones sea hecha con los presbíteros, el obispo, con los laicos, las laicas, con las religiosas y los religiosos. Si eso se logra hacer en cualquier ámbito eclesial, veremos frutos, pero si seguimos tomando decisiones no considerando pueblo de Dios, como uno más, entonces ciertamente será más difícil.
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