“(𝗝𝘂𝗮𝗻) É𝘀𝘁𝗲 𝘃𝗶𝗻𝗼 𝗰𝗼𝗺𝗼 𝘁𝗲𝘀𝘁𝗶𝗴𝗼, 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝗱𝗮𝗿 𝘁𝗲𝘀𝘁𝗶𝗺𝗼𝗻𝗶𝗼 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗹𝘂𝘇, 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝘁𝗼𝗱𝗼𝘀 𝗰𝗿𝗲𝘆𝗲𝗿𝗮𝗻 𝗽𝗼𝗿 𝗺𝗲𝗱𝗶𝗼 𝗱𝗲 é𝗹. É𝗹 𝗻𝗼 𝗲𝗿𝗮 𝗹𝗮 𝗹𝘂𝘇, 𝘀𝗶𝗻𝗼 𝘁𝗲𝘀𝘁𝗶𝗴𝗼 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗹𝘂𝘇» (𝗝𝗻 𝟭,𝟳)
En la época, no necesitamos muchas declaraciones o excelsos documentos, sino testimonios y buenas prácticas. A muchos, nos aburren las palabras huecas, pronunciadas con tonos amanerados, aparentemente religiosos.
También hay quien tiene -a la vez que critica- mucha hambre de prestigio social -y religioso-, así como el afán por más dinero, cargos, títulos, redes o cualquier medio de notoriedad. Ciertamente, así estaríamos muy lejos de la sobriedad, sencillez y humildad de Juan Bautista y de quien valora a las personas más que su apariencia.
Los que se empeñan por disfrutar de los beneficios de las élites y de los focos de la espectacularidad, se privan de la cercanía de un buen amigo o la fidelidad de la familia… tantas veces fracturada por ambiciones, envidias y resentimientos, que nos alejan de la felicidad en la misma proporción que nos acercan al consumismo.
Como Juan el Bautista, vivimos y anunciamos la conversión, la esperanza y la sencillez, para aprender a mirar la vida de otra manera, dejarnos sorprender por Dios y poder compartir la ternura de Belén, ecosinodalmente alegre.
¿Por qué nos empeñamos en ver estrellas en lugar de contemplar la luz? ¿Por qué presionamos a Dios para que se muestre, diga y haga lo que hemos previsto en lugar de abrirnos a lo imprevisible de su amor?
Si en la vida queremos luz… ¡redirijamos la mirada hacia Jesús!
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