El pueblo estaba mirando y los jefes se burlaban de él diciendo: Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si es el Mesías, el predilecto de Dios. (Lc 23,35)
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Así como se ha globalizado el consumismo y el ecocidio, también somos testigos -ojalá que no cómplices- de la normalización de la corrupción y la violencia en nuestros ámbitos socio-políticos, como nos advierte el mismo Jesús con todo realismo: “Saben que entre los paganos los que son tenidos por gobernantes dominan a las naciones como si fueran sus dueños y los poderosos imponen su autoridad (Mc 10,42), que acaban por “destruir el tejido social y económico en regiones enteras” (DA 70).
Nuestras comunidades socio-religiosas sufren la polarización ideológica (cfr. DA 75) y la creación de guetos de élite o de descarte, porque unos pocos defienden sus grandes privilegios y muchos sufren la exclusión y discriminación. Y, ante esta realidad, Jesús exhorta con vehemencia: “No será así entre ustedes; más bien, quien entre ustedes quiera llegar a ser grande que se haga servidor de los demás; y quien quiera ser el primero que se haga sirviente de todos” (Mc 10,42-43).
La demoniaca búsqueda del poder necesita de leyes manipuladas, de comunicaciones alienantes, de la comercialización religiosa y del complot asesino para eliminar a quien tiene la “autoridad” que emana de la misericordia, el amor, la solidaridad, la fraternidad universal y la amistad social (cfr. Fratelli Tutti, 186).
El discipulado cristiano puede y debe ser alternativa real a nuestro mundo, siguiendo a Jesucristo, “camino, verdad y vida” (cfr. Jn 14,6), para lo cual es imprescindible “promover la participación de los laicos en espacios de transformación cultural, político, social y eclesial” (AELA, desafío 6). La arrogancia del poder político-religioso del tiempo de Jesús no se puede perpetuar en nuestras comunidades, porque ya está “despertando la conciencia del laicado sobre su misión en la promoción de políticas públicas que posibiliten una economía más justa y humana” (AELA, desafío 6, a), formándose para “la participación, cuidado y transformación social, cultural y política” (Ibid).
Evidentemente, hemos de hacer un “camino pascual” de conversión, para dar el paso… de “salvarse a sí mismo” a salvarnos juntos; de “aprovecharse del poder” a servir a los demás con honestidad; de utilizar el “religioso prestigio simoniaco” a compartir la vida y los sueños de los descartados; de la “tentación de eliminar a los diferentes” a la fraternidad en la diversidad; del “autoritarismo de la titulitis o la teatralidad ritual” a la autenticidad que recrea la comunidad… porque estamos llamados/as a “vivir la común dignidad de nuestra vocación bautismal para superar el clericalismo y autoritarismo” (AELC, desafío 19).
En nuestro medio suele haber Caifás, Sanedrín, Pilato, Simón, Judas, Barrabás, mucha turba y todo tipo “actitudes egoístas y ambiciosas” que traicionan a Jesucristo, su Evangelio y la eclesialidad sinodal (cfr. Hch 5,1-11), sólo por mantenerse en el poder, silenciando la voz del amor profético.
¡Qué pena que el “preferido” del Padre se convierta en el “crucificado” de los hermanos!
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