“Señor, enséñame a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos” (Lc 11, 1)
Dada la realidad precaria de innumerables personas, y de nosotros mismos, existen algunas actitudes frecuentes de reivindicación de derechos, petición frente a necesidades, súplica ante situaciones extremas o resignación ante lo incambiable. Hay otras muchas personas que procuran buscar -con creatividad y osadía- formas novedosas de afrontar los conflictos y de superar las crisis, sabiendo que “donde hay un problema hay una solución” y que “el problema no es el problema sino lo que hacemos con el problema”.
Por la misma razón, hay creyentes que usan la “oración” para pedir, suplicar o para aceptar resignadamente una supuesta fatalidad divina. Aunque es bastante lógico y aceptable recurrir a la oración en momentos de necesidad, desesperación o angustia (como varios de los salmos bíblicos), también es muy importante rescatar la práctica orante de lo que nos “encadena” con oraciones llenas de magia, desesperación o emociones narcotizantes…
Hoy pedimos -como discípulos de Jesús-: “Señor, enséñanos a orar”, para aprender a expresar nuestra fe y dar calidad a la relación amorosa con Jesucristo, sin considerar que es el “supermercado” religioso de nuestras ansiedades, ni el “cohete” celestial para alejarnos de la realidad y sus sufrimientos.
“Jesucristo nos enseña a orar” -desde su experiencia- cuando tenemos una relación personal con el “Padre” lleno de misericordia; cuando entramos en el mismo corazón abierto y amoroso del “Hijo” que da vida plena; cuando nos dejamos conducir y caminamos al ritmo del “Espíritu” de la fraternidad trinitaria y universal… y cuando nos vamos “identificando” con el Amor hasta llegar a ver-sentir-servir-amar con Él.
Si orar es vivir al estilo de Jesucristo, es también “reinterpretar” nuestra realidad personal y comunitaria con los ojos de Él; “transformar” nuestros nuestra vida y la de la Casa Común con la entrega de Él; “asumir” responsablemente las decisiones que propone Él; “promover” relaciones fraternas llenas de ternura y solidaridad como Él… En definitiva orar es vivir… como Él.
Superemos la obsesión por la cantidad, las formulaciones, los rituales, la parafernalia, las neurosis y la irresponsable delegación del compromiso propio para que todo nos lo resuelva el Dios de Jesucristo. Disfrutemos de una relación humanizadora, alegre, confiada y corresponsable con quien nos muestra al Padre… en la oración.
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