“María, por su parte, guardaba todos estos acontecimientos y los volvía a meditar en su interior” (Lc 2,19)
El mundo está lleno de prisas y nosotros intentamos seguir su ritmo, que nos agota, tensiona y enferma, hasta el punto que pierde “sentido”. ¡Qué terrible es una vida sin sentido y qué sufrimiento supone no encontrar el sentido de la vida!
María nos muestra el camino de la “internalización”, porque traspasa la frontera de lo superficial-teatral, para llegar a la profundidad de los hechos, a la intimidad de los sentimientos y a la contemplación del amor, en su Hijo, nuestro Hermano y Señor.
Detenernos a pensar, discernir y contemplar para resignificar la vida… no solo es necesario, sino también imprescindible para no dar por supuesto lo que necesita “decisión”; para no dejar pasar lo que urge “afrontar”; para no esperar que el tiempo arregle lo que es necesario “sanar”. María y José y Jesús -y el sentido común del ser humano y del ser cristiano- nos lleva a buscar espacios de serenidad, tiempos de meditación, personas que acompañen y opciones personalizadas que transformen los pilares de nuestra sociedad y devuelvan el Espíritu a nuestras iglesias (cfr. Ap 2-3).
La “inercia” que evita pensar, el “resentimiento” que mantiene el dolor, la “mediocridad” que se alimenta de la costumbre, la “religiosidad” que justifica los abusos y la “inconsciencia” que es hermana de la ignorancia… deberían ser actitudes a purificar con el fuego del amor y a convertirlas en compromiso, profecía, mística, fraternidad cósmica y “cuidadanía” al estilo de María, que guardaba en el corazón las experiencias de amor y cuidaba con ternura las relaciones familiares y comunitarias.
La novedad no está en las fechas sino en las relaciones tejidas con la sonrisa, el perdón, la bendición, la samaritaniedad, la escucha y la contemplación del amor agraciado y gratuito que tiene el nombre de Jesús.
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