“Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente” (Mt 5,13-16).
La gente bienaventurada ha encontrado un sentido y un estilo de vida, donde el Reino de Dios es utopía y desafío, a pesar de la fragilidad personal o la persecución social. Son personas decididas a entregar su vida por la causa de Jesús, con la alegría del Evangelio y con la fuerza de la comunidad.
Hoy necesitamos gente así, con la “sabiduría” de quien ha aprendido del sufrimiento y ha disfrutado del amor de Jesucristo. Son gente que no pierde el horizonte ni la esperanza, aunque nos quiera invadir el fatalismo de las malas noticias de violencia, injusticia o corrupción.
Los cristianos de hoy ¿somos así? ¿damos “sabor” a la vida? ¿tenemos la “sabiduría” de la experiencia? No es suficiente con recordar los valores del Reino si no hay “testigos” que lo avalen con su vida. Quedan vacíos los ritos solemnes llenos de simbolismos religiosos si no hay “espiritualidad” profunda. No sirven de mucho los discursos -ni los cursos- cuando la cotidianidad nos mantiene en el aburrimiento. No es suficiente con “tener la sal” si hemos perdido la esperanza, el gusto por la solidaridad, la ilusión de cambiar el mundo o la decisión de amar hasta el final.
Si la sal da sabor a la vida…, si la sal conserva el alimento que se reparte… y la sal garantiza los nutrientes del ser vivo…, también el “Evangelio” alegra al caminante, fortalece el empeño del misionero, da sentido a la decisión del profeta y sostiene al/a bienaventurado/a pobre que construye el Reino.
Quizá hoy estamos llamados/as a ser “sal” del mundo desabrido, y ser “alegría” para la gente cansada de luchar, es decir, ser “significativos/as” para el mundo, faro para quien navega perdido y sabor para quien necesita alimentarse con el pan de vida, sin fecha de caducidad.
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