“Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos” (Mc 1,3)
Algunos dicen que “cuando algo se prepara, normalmente sale bien, pero cuando no se prepara, solo a veces sale bien”, de tal manera que la magia del deseo no suele convertirse en realidad sin el esfuerzo y la creatividad humana. ¿Cómo exigirle a Dios que nos conceda lo que deseamos si no preparamos nuestro corazón y nuestras estructuras al don por recibir?
“Preparar la Navidad” con Juan Bautista, Francisco de Asís y con la comunidad actual, es un hermoso desafío que se deberá convertir en empeño decidido y esperanzador. Desembalar las luces, los adornos y las figuritas de la bodega de nuestros recuerdos, para construir un Greccio del siglo XXI, debería empujar la paz en medio de la guerra, irrumpir ternura en medio del resentimiento, generar esperanza en medio de la incertidumbre y recuperar la gratuidad en medio del consumismo sistémico.
Quizá, más que preparar la navidad, hay que “prepararnos para acoger la navidad” encarnada en los migrantes María y José, en los empobrecidos nazarenos hospedados por la fraternidad animal de Belén, en los marginados-invisibilizados pastorcitos llamados al pesebre de la ternura. Preparar nuestras estructuras -reparando nuestras actitudes- es el camino embarazado del adviento, que reclama respuestas además de propuestas y fraternidad efectiva además de parabienes afectivos.
Para prepararnos, además de ensayar villancicos, tendremos que “enderezar relaciones”, tortuosas o quebradas, que necesitan reconciliación más que regalos, y abrazos más que tarjetitas. Juan Bautista nos pide, hoy como ayer, que la ortodoxia no nos aplaste y la mundanidad no nos invada, para que podamos expandir la solidaridad.
De hecho, no siempre se realizan nuestros deseos -más o menos sanos-, pero siempre se cumplen Sus promesas, encarnadas en el embarazo de María y en la esperanza de José.
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