“Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos” (Mt 18,20)
Dos no discuten si uno no quiere, y dos no se ponen de acuerdo si falta voluntad de diálogo por parte de uno o de ambos. De hecho, gran parte de los conflictos relacionales en la pareja, familia, sociedad, iglesia… están basados en la práctica del “duálogo” (cada uno habla sin que el otro escuche, o sea, “diálogo de sordos”), y por la violencia-negligencia del silencio.
¿Debido a qué se amplían los conflictos, se reducen los acuerdos y aumentan los búnkeres emocionales?
“Dialogar” es buscar juntos/as -desde legítimas pluralidades- el camino del bien y la verdad, para que la justicia y la paz sean expresión comunitaria del amor. El “consenso” se convierte en el resultado del diálogo sano, la expresión de la sinodalidad, el fortalecimiento de la familia, la pacificación de la sociedad y el principio de la creatividad.
Insistir en las diferencias y temer los consensos, nos lleva por caminos violentos y sin salida. Acercarnos –y dejar que los demás se acerquen- es el primer movimiento para la “re-unión”: volver a disfrutar de estar juntos/as buscando lo mismo y aportando la riqueza de las diferencias, en lugar de defenderlas a ultranza o imponerlas sin piedad.
Jesús nos invita a redescubrir el valor del abrazo sincero, del diálogo abierto, del gesto solidario, del encuentro alegre, de los recuerdos compartidos, de los sueños alimentados… o sea, de la reunión. Es preferible “caminar hacia el otro” que alejarse de él, es sanador pasar de la autorreferencialidad al altruismo y del intimismo a la celebración comunitaria… mirando juntos los ojos de Jesús, escuchando su Palabra y siguiendo su Utopía -la del Reino de Dios- porque el “lugar de su presencia” es la fraternidad orante.
Vamos a esforzarnos para que valga la pena estar bien acompañados en las dificultades y en las fiestas, en la oración y en el servicio comunitario… en lugar de caminar en solitario, dando vueltas en la propia isla del “yoísmo”. “Juntas/os” caminamos, oramos, discernimos, servimos, celebramos… porque el encuentro con el resucitado siempre nos lleva al encuentro con la casa común y con la comunidad -y viceversa-.
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