“Digan simplemente sí, cuando es sí; y no, cuando es no. Lo que se diga de más, viene del maligno”. (Mt5,37)
El ser humano es dialogal -como la misma Trinidad- porque ha recibido la vocación de escuchar, la necesidad de expresar, la misión de anunciar y el desafío de comunicarse con libertad y creatividad.
Por eso la “palabra” no solo es algo escrito o algo dicho, sino el sentipensactuar de la persona, que no se queda en la parálisis de sus emociones ni en el delirio de sus ilusiones. Por lo mismo, resulta doloroso -y hasta criminal- que haya personas que quiten o manipulen la palabra de otros, y que solo se oiga-lea lo dicho-escrito por los poderosos o/y falseadores. Con frecuencia nos llegamos a creer el relato de los vencedores sin escuchar a las víctimas o entramos en el laberinto de la infodemia, demagogia, verborrea… o seguimos “cantifleando” la vida y la fe.
“La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”, aunque muchos no la quieran recibir… porque la palabra es sinónimo de “autenticidad” para quien manifiesta lo que es. La palabra es “ética” para quien actúa responsable y honestamente. La palabra es “humanizadora” para quien construye fraternidad y promueve la reconciliación. La palabra es “fiabilidad” para quien dice sí cuando es sí, dice no cuando es no, y supera la tentación de hablar para calentar las orejas de sus interlocutores o para mantener su estado de confort, indiferencia y mediocridad.
Si la honestidad barriera la mentira, si la autenticidad superase la hipocresía, si la asertividad suprimiera la doblez, si la puntualidad venciera las excusas, si la palabra recobrara la ética… es muy probable que las bienaventuranzas del Reino se estarían viviendo y contagiando en nuestras comunidades eclesiales, políticas, virtuales, familiares y globales.
Entre tú, yo y Él ¿podríamos recuperar la fuerza de la palabra viva y eficaz?
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