“Manténganse firmes y se salvarán” (Lc 21,19)
En el clima de “miedo e inseguridad” que vivimos en nuestros ambientes familiares, nacionales y globales, es alentador escuchar palabras de paz, confianza, serenidad y esperanza. Porque no sólo constatamos la invasión del sicariato, coyoterismo, abusos sexuales, polarización ideológica y rivalidades enfermizas en algunos ambientes políticos y eclesiales. También vemos “inestabilidad” en los valores, criterios y opciones… de quien se “cambia de camiseta” por interés o quien vive la liquidez de las decisiones y lo gaseoso de las emociones.
Que Jesucristo nos pida “firmeza” en medio de esta realidad, no significa rigidez ni búnkeres mentales o religiosos, sino fortalecimiento de lo “esencial” frente a lo ritual, de lo “vital” sobre lo formal y del “amor” frente a la visibilización teatral de nuestras religiosidades. Es la firmeza que nace de la seguridad interior y que no necesita de tantas telas-genuflexiones para intentar tapar algo y para querer mostrar algo ¿qué tapar, qué mostrar?.
La firmeza no es dureza de corazón sino “fidelidad creativa” que sostiene nuestras decisiones y que renueva nuestras estrategias. Como Jesucristo es fiel al Padre (su amor verdadero) y al Reino (su utopía real), así nosotros estamos llamados a no cambiar el Amor por el placer ni el Reino por el poder.
Seguramente nuestras familias -y todas las estructuras mentales, sociopolíticas, culturales, ecológicas y eclesiales-, se salvarían de la provisionalidad, mundanidad, violencia, inseguridad y traición… si “miramos” los ojos de los cristos sufrientes y “escuchamos” empáticamente la Palabra de Vida… liberados/as -por fin- de los celos, la amargura, el miedo o el resentimiento.
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