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Reflexión Bíblica Dominical: 17 de septiembre de 2023

“¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” (Mt 18,33)

Para disimular nuestro complejo de inferioridad -o de culpabilidad- necesitamos tener a alguien peor que uno mismo: más pecador, más corrupto, más violento… o, menos capacitado, menos inteligente, menos fiel… La “comparación” con los demás es uno de los principios de la violencia y de la injusticia, ya sea por creernos inferiores -resignados o reivindicativos- o quizá superiores -dominadores o juzgadores-.

En lugar de vivir comparando-nos, ¿no sería más humano aprender a compartir y a tratar-nos con “compasión”?
Es la propuesta de Jesucristo: descubrir la compasión en el corazón de Dios y de la humanidad, como motor de reconciliación. Porque la empatía nos lleva a la compasión y ésta nos trae la samaritaneidad, de tal manera que vayamos transformando el dolor en esperanza y la projimidad en amor encarnado.

Así como solemos exigir a los/as demás lo que deberíamos vivir nosotros mismos, también la falta de compasión con el caído del camino nos convierte en egocéntricos robots del consumo, sin sangre en las venas y sin neuronas en la cabeza.
Recibir el amor y el perdón -con gratuidad-, disfrutar del don -y compartir esa alegría- nos hace discípulos/as y misioneros/as. Quizá hemos experimentado que la “compasión” no es un derecho sino un regalo, que la “solidaridad” no es una obligación sino una necesidad y el “perdón” no es un mero deseo sino la posibilidad de re-dignificarnos.

¿Por qué somos tan justicieros con los demás cuando nos quejamos de la corrupción? ¿Por qué nos lamentamos frente a la violencia -en sus múltiples expresiones- siendo tan intransigentes con los errores ajenos y la injusticia global?
Ser compasivos como el Padre, amar como Jesucristo y perdonar con el dinamismo del Espíritu es un imperativo de Evangelio y es la auténtica alegría del cristiano.

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