“Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo (Jn 9,5)
Popularmente se dice “se nos han abierto los ojos” cuando somos conscientes de una realidad que estaba oculta u ocultada entre los secretos de familia, la manipulación política o el pecado estructural de alguna institución, incluida la iglesia. Hay demasiadas personas que vivimos cotidianamente en la ceguera de la desinformación, la deficiente formación o la desmotivación para afrontar nuestras realidades multifactoriales.
Jesucristo dice de sí mismo que es “camino, verdad y vida” (Jn 14,6) y lo concreta en el camino, pan, agua, luz… de “vida”, que la da en abundancia (cfr. Jn 10,10) a todas/os, y especialmente a quienes más lo necesitan, los pobres, pecadores, descartados, perdidos.
La vida es el principal valor de nuestra existencia humana y cristiana, sin que haya otro superior, aunque tan necesarios como el amor, verdad, libertad o alegría. Por ello, nosotras/os -seguidores del Hijo del Hombre- estamos llamadas/os a “promover y defender la dignidad de la vida y de la persona humana desde su concepción hasta la muerte natural” (AELC 4), tejiendo redes de acción pastoral para la construcción de políticas públicas, que garanticen el cuidado de la vida en todas sus dimensiones y etapas, sin que las ideologías -rígidas o laxas- manipulen nuestras conciencias.
Por eso hay que abrir los ojos: un ojo en la Palabra de Vida y el otro en la vida de los amados por Dios; a veces enmudecidos por la fragilidad o la dominación, y muchas veces clamando amor, verdad, libertad y alegría de vivir. No podemos consentir ni el homicidio ni el suicidio, ni el ecocidio ni el eticocidio, o sea, nada que elimine la vida de la casa común y de cualquier ser humano-comunitario, en una u otra etapa de su existencia.
Esta misión -humana y cristiana- es tan importante como peligrosa, porque hay instancias y sistemas que obstaculizan -incluso pretenden eliminar- a quienes defienden los derechos de los niños, de los pueblos y de la naturaleza, y también reclaman justicia y paz para todos/as. Por eso es urgente “abrir los ojos” para ver la acción de Dios en nuestro mundo y para animarnos a “hacer lo mismo” que Él: amar hasta dar la vida.
Cuando Jesucristo nos invita a actuar de la misma manera que Él, también nos está ofreciendo “contar con Él” para vivir-contagiar las bienaventuranzas y seguir construyendo su Reino de Luz.
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