“El niño crecía y se desarrollaba lleno de sabiduría, y la gracia de Dios permanecía con él” (Lc 2,40)
Las personas, las instituciones y los países estamos llamados/as a “crecer”, es decir, a ser más cada vez. Quizá poniendo el énfasis en la cantidad, la comparación o la capacidad… aunque no siempre en la calidez de las relaciones, la calidad de las decisiones y la congruencia en los comportamientos. Por eso mismo, debemos cuestionar en qué consiste -verdaderamente- el crecimiento y cuál es el precio que pagamos por ello.
Pensemos en el “costo” ecológico, demográfico, ético y afectivo que supone la autorreferencialidad sociopolítica, las macrodecisiones globales de las élites, o los arranques de narcisismo que quiebran nuestras relaciones. Pensemos en los modos infantilizados de pensar, hablar, rezar y reaccionar en jóvenes entusiastas o en adultos responsables -supuestamente- Pensemos en el costo eclesial del clericalismo, el feudalismo, el jerarquismo y el ritualismo de nuestras prácticas religiosas, adobadas de piedad y justificadas con leguleyadas.
Es cierto, por todo esto, que la “sabiduría” no es el resultado automático de unos estudios o de varios títulos; tampoco es una exhibición de facultades personales ni de experiencias vividas. Hoy necesitamos sabios que hayan “aprendido a vivir” y nos enseñen a vivir, dando sentido a todo, incluyendo a todos e irradiando serenidad inconforme en todo… Sabios que hablan de su dolor y de sus amores, que contagian experiencia y utopía, que contemplan el horizonte aunque tengan presbicia de realismo… Sabios como Simeón, Ana, María, José, Arimatea, Gamaliel, Nicodemo… nuestros abuelos y quizá -de alguna manera- como nosotros mismos cuando vivimos de lo esencial.
De hecho, necesitamos la sabiduría que viene de la fe, de la experiencia, del estudio y las relaciones sanas. Es el modo de “crecer en humanidad y en esperanza”, hasta enriquecer a los demás en fraternidad… pero -además- no olvidemos “crecer en la sabiduría” que viene del contacto diario con Jesucristo, el acercamiento constante al hermano y la verdadera compasión con el que sufre… es la sabiduría que tiene espíritu y que mueve corazones.
¿Crecen nuestras raíces o nuestras ramas? ¿Hacemos sombra -a otros- cuando crecemos, o preferimos colaborar en el crecimiento de otros… como Juan Bautista con Jesús (cfr. Jn 3,30)
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