“¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!” (Lc 1,45)
La “confianza”, como los otros valores esenciales, es tan hermosa como frágil, porque da sentido a la vida pero se puede perder en un instante. ¡Qué difícil es recuperar la confianza, cuando ha habido traición!
Como la “fidelidad” se sostiene en el amor y la confianza, así la “esperanza” se acrecienta en la confianza y la promesa. De hecho, las personas desesperanzadas han sufrido la desilusión y la traición, perdiendo la confianza en que las promesas se vayan a realizar, porque estaban sostenidas -tan solo- en el deseo del que necesita y en el interés del que promete.
La “alegría” de quien confía al disfrutar de la fidelidad, es la que tiene María, José, el Bautista, Isabel y quienes cantan la misericordia del Señor en el mundo del consumo, la obsolescencia, las relaciones líquidas, las amistades traicionadas y los sueños rotos. Porque es insostenible vivir en la sospecha, la conspiración y el miedo… por eso, necesitamos recuperar la confianza, la fidelidad y el amor… para revivir el arte de la alegría.
Las “promesas” se fundamentan en el com-promiso vital, la “fidelidad” se alimenta del amor-fiel, la “confianza” se vive con-fe en el otro, y la “esperanza” nos dice seguro-que-sí hay vida nueva. Porque todo no es ilusión, marketing, espectáculo o comida… y la vida tiene más sentido cuando se puede abrazar sin miedo, mirar a los ojos con confianza, hablar sin diplomacias, caminar al unísono, soñar despiertos, cantar en coro, regalar sonrisas y juntar las manos para construir futuros posibles.
La dicha de la humanidad no está en lo que consigue o en lo que disfruta, sino en lo que gesta y en lo que comparte. Y esa alegría es la expresión divina del amor que da vida y de la confianza que recrea la fraternidad.
Unámonos entonces al coro de Isabel para proclamar: “¡Dichosa tú -María- porque sigues confiando!. ¡Dichoso tú -José- porque mantienes la esperanza!. ¡Dichosos todos los -sencillos- que creen, generan y cuidan la vida!”.
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