“Les preguntó: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» (Mt 16,15)
En la relación interpersonal: ¿nos dejamos condicionar por chismes, prejuicios, propaganda, marketing o apariencia? ¿Hasta qué punto dejamos a los demás ser ellos mismos y no pretendemos que respondan a nuestros imaginarios?
Quizá podamos aprender del fracaso de las encuestas políticas, o del mesianismo de líderes religiosos, o del éxito millonario de empresas y empresarios digitales, o de la ostentación pecaminosa de unos pocos, o de nuestras propias frustraciones afectivas. Podemos y debemos aprender que la inteligencia, la espiritualidad y las relaciones no pueden ni deben ser “artificiales” sino transparentes, humanizadoras y samaritanas.
Dar respuestas “personalizadas” a las personas con quienes nos encontramos y hacer de cada encuentro una oportunidad para “crear, crecer y construir” relaciones de fraternidad… es un hermoso desafío en tiempos de virtualidad, photoshopización, espectacularidad y teatralidad religiosa.
No solo es necesario preguntarnos por nuestra identidad -o identidades- sino también por la profundidad real de nuestras relaciones, a través del diálogo empático, la escucha atenta, la cultura incluyente y la libertad interior. Ojalá que, sin gregarismo ni prepotencia, nos acerquemos a los demás y dejemos que se acerquen a nosotros, para caminar juntos…
Lo mismo podemos decir de nuestros “encuentros” con Jesucristo, que -en ocasiones- han sido herencias culturales, costumbres religiosas, imaginarios afectivos o copias de lo que dicen otras personas-instancias. Por lo que la pregunta sigue abiertamente desafiante: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Pero, ¡ojo…! sin dar respuestas aprehendidas o resentidas o emocionales… ¿seríamos capaces de hablar desde nuestra experiencia relacional -de persona a persona- porque entró y permanece en nuestro corazón?.
En este tiempo -como siempre- es necesario “personalizar” nuestra fe, “discernir” nuestra experiencia, “optar” por el amor recibido-entregado y “disfrutar” de la vida compartida. Jesucristo no es un fantasma, una idea o una simple emoción… es quien y con quien se encarna el amor del Padre y da sentido al camino de cruz-resurrección de nuestras vidas.
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