“El padre le dijo: Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero había que hacer fiesta y alegrarse, puesto que tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado.” (Lc 15,31-32)
No siempre valoramos lo que tenemos y no pocas veces nos amargamos por lo que no tenemos y quisiéramos tener. A mucha gente le pasa -en alguna etapa de la vida- que quiere ser lo que no es y no quiere ser como realmente es… perdiendo la oportunidad de disfrutar de su vida y de crecer en ella.
Por eso, reaccionamos con “capricho” o con “iras”, al tratar de conseguir lo que queremos o porque los demás no hacen lo que quisiéramos. Y lo más frecuente, en esos casos, es “buscarse la vida” por nuevos derroteros. De hecho, la inconformidad o el disgusto en las relaciones familiares o comunitarias nos catapulta hacia el espejismo de la valoración, estima, cariño, seguridad, placer y un sinfín de “paracetamoles” convertidos en alcohol, drogas, sexo, coimas, juego, sexting, esoterismo, paranormalidades, etc.
Ya pretendamos “evadir” la realidad buscando lo fácil (como el hermano menor) o ya nos “acomodemos” en la seguridad de quien tiene todo sin hacer nada (como el hermano mayor), … la inmensa mayoría de nosotros no valora lo que es, lo que tiene y lo que la vida le propone… y -por el contrario- se enferma con la “ansiedad” de sus cirugías estéticas (autoimagen), el consumo compulsivo (con dinero fácil) o la violencia in-misericorde contra todo lo que se le opone (política del descarte).
Ante la miseria de nuestras pulsiones y las consecuencias de nuestros caprichos, hemos de buscar un camino nuevo de “recuperación” de la dignidad de hijos, la identidad de seres amados, la opción de servicio y la alegría del perdón. Porque el camino discipular se recorrerá con dignidad, humanismo, servicio y alegría… o no podremos crecer en la misión del Reino.
Por eso es tan esencial -para todo ser humano- reconocer los errores, levantarnos de las desilusiones, aprender de los sufrimientos, pedir ayuda idónea y dar los pasos necesarios para reparar el daño, restaurar la dignidad y renovar la opción. Seguramente, así, aprenderemos a “perdonar” porque hemos sido perdonados/as, a “fraternizar” porque hemos sido reconciliados/as y a “alegrarnos” -verdaderamente- porque hemos sido amados/as.
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