“Trabajen, no por el alimento de un día, sino por el alimento que permanece y da vida eterna” (Jn 6,27)
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La agilidad y la “inmediatez” -en el mundo de la información- revela el éxito de la tecnología, de la emotividad y de lo provisional. Mucha gente se dedica a reaccionar, pocos a pensar, menos a procesar y solo algunos a proponer creativamente algo que acreciente la ecosinodalidad y el “amparo de los débiles”.
No podemos anclarnos en las seguridades artificiales del pasado, ni tampoco es conveniente bailar al son de la última música o moverse con los vientos de la novelería. Necesitamos “alimentarnos” adecuadamente, de tal modo que no lleguemos a la anemia emocional, a la anomia social y a la acedia espiritual, es decir, que podamos seguir caminando detrás/con Jesucristo como discípulos/as y misioneros/as sostenidos/as por el amor, la fraternidad y el Espíritu.
¿De qué nos alimentamos y cómo nos retroalimentamos para seguir el camino de Jesucristo? ¿Cómo fortalecer nuestras decisiones existenciales para que no se queden en emociones provisionales?
Mientras hay personas y estructuras que siguen alimentando sus seguridades con el pan canecido de los tiempos pasados, y otros se suben a los satélites artificiales de lo efímero, …los seguidores de Jesucristo estamos invitados al “pan de vida eterna” y al alimento que perdura. Lo recibimos constantemente en su “palabra” de vida, su “cuerpo” de amor, su “espíritu” de entrega y su “misión” de cuidado de todos/as, especialmente de los débiles y vulnerables.
La “fe” no necesita cosméticos religiosos, sino autenticidad en el Espíritu. El “amor” no se sostiene con vacías palabras y efímeras flores, sino con fidelidad en la cotidianidad. La “fraternidad” no se alimenta de declaraciones emocionales sino del compromiso martirial o -al menos- servicial.
“Dime lo que comes y te diré cómo eres”, o lo que es lo mismo: si comemos comida basura, ideologías violentas, emociones efímeras, liturgismo narcotizante, infodemia religiosa terrorista o normalización de los abusos… estaremos contribuyendo al eclesiocidio o -al menos- a la tibieza de nuestra vida cristiana.
Y nos volvemos a preguntar: ¿De qué nos alimentamos y cómo nos retroalimentamos para seguir el camino de Jesucristo?
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