¡Qué alegría más grande: habían visto otra vez la estrella! (Mt 2,10)
Si la “alegría” es el disfrute del don recibido de Dios que nos da vida, y la “luz” es causa y efecto de la vida… podremos decir que la luz nos da alegría y la alegría ilumina nuestras existencias. Verdaderamente… ¡cuánto necesita nuestra humanidad, la luz de la esperanza y la estrella de la alegría!
La alegría, como la confianza, el amor y la esperanza, se puede perder con la misma rapidez que llega a nuestras vidas… por una palabra mal dicha, una acción agresiva, un sentimiento de angustia o por cualquier miedo sostenido en el tiempo.
No es suficiente con tener un buen deseo -sentido o/y manifestado- si no está cimentado en la búsqueda insistente, en el discernimiento constante, en las alianzas consistentes y en la oración persistente. A las personas, familias y comunidades nos hace falta pasar de la necesidad a la entrega y del deseo a la opción, para evitar las frustraciones que nos paralizan y las tristezas que nos deprimen.
Y cuando encontramos el “tesoro” escondido, la “luz” que ilumina y el “sentido” último de nuestra existencia, saltamos de alegría y contagiamos a los demás las ganas de dar nuevos pasos -sin miedo a la oscuridad- y buscar nuevos proyectos -sin bloqueos realistas-. Es lo que nos enseñan los magos de oriente, cuando se dejan guiar por la utopía, siguen la estrella y preguntan por el Salvador.
En este año nuevo, también nosotros deberemos hacer más “preguntas” que sentencias, pero que sean preguntas buenas y nuevas, de las que ayudan a encontrar respuestas luminosas y llenas de esperanza encarnada. Superemos el aburrimiento de seguir pronunciando palabras grandilocuentes, vacías de sentido, llenas de formulismos religiosos trasnochados o de liturgismos condenatorios. Más bien, démonos el gusto de caminar, seguir la luz de la vida, preguntar con humildad, dialogar con sinceridad y admirarnos por la sencillez de Dios en la fragilidad humana y la fraternidad universal.
Desde hoy… ya no digamos más de lo mismo, ni ritualicemos la esperanza, ni condenemos lo que ignoramos, ni amarguemos la alegría de otros, ni encadenemos la fe con moralismos… simplemente abrámonos a la novedad de la paz y de la fraternidad, con la luz de la esperanza… de Belén, de Nazaret, de aquí y de ahora.
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