«¿Dónde está el rey de los judíos recién nacido? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo». (Mt. 2,2)
Cuando hay excesiva “luz” no podemos ver el rostro iluminado del Niño; y cuando estamos en la oscuridad, solo esperamos una posible gran estrella… y así, no acabamos de salir de la ceguera -porque no sabemos dónde estamos ni a dónde ir- y tampoco de la espectacularidad -porque no percibimos el brillo del amor-.
Y entonces surge la pregunta frente a la adversidad “¿por qué?”… y contra los adversarios “¿por culpa de quién?”… Esto nos enreda en el mundo del resentimiento, la superstición o la venganza… pero no de la vida ni de la fe. Y cuando sufrimos algún duelo -más aún cuando es inesperado- nos viene la duda existencial y espiritual, al preguntamos “¿y dónde estaba Dios?”.
Cuando no asumimos la frustración, porque las cosas no salen según lo previsto, o seguimos endosando a alguien la responsabilidad que no acabamos de asumir nosotros mismos; en esos casos, estamos pareciéndonos demasiado al egocéntrico Herodes, a la tecnocracia de los hechiceros y la inconsciencia de los ciudadanos, entretenidos en lo que pueden comprar en lugar de concentrarse en lo que podrían recibir.
Hoy podemos preguntarnos, con la prepotencia y la autorreferencialidad herodiana: “¿Dónde está el rey de los judíos recién nacido?” (Mt 2,2 ). Y sin caer en respuestas facilonas y aprehendidas, pensemos que no solo está en los sentimientos del corazón, en la solidaridad con los pobres, en los sacramentos o en la bondad de las personas… sino que también comparte las búsquedas de los inconformes, las dudas de los alejados, las preguntas de los científicos y la osada esperanza de los/as jóvenes y ancianos/as…
Cuando hemos seguido la “estrella” que tiene luz propia, y hemos visto la “minoridad de Dios” en los belenes de nuestra época, no podemos más que admirarnos, adorarle y seguirle. Las tres actitudes de quien es testigo del amor, la luz y la vida de Dios: “admiración, adoración y seguimiento” del Niño, Amado, Maestro, Entregado y Señor Jesús».
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