“Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré “ (Mt 11,28)
El estilo de vida de muchos de nosotros está marcado por el “tiempo” o -quizá- por la falta de tiempo. No queda espacio para el descanso, la conversación serena, la reflexión sesuda, la oración contemplativa, el discernimiento cristiano o el abrazo realmente sentido. Dedicamos tanto tiempo para la fatiga que no queda tiempo para la vida.
Cuando Jesús se nos acerca en la cotidianidad o en momentos críticos, quizá nos damos la oportunidad del “encuentro”, o tal vez esperamos a tener perdido casi todo para valorar la respiración o la mirada de quien consuela en la crisis, alivia en el dolor y libera del agobio… No tiene sentido continuar el sin-sentido de no darse el tiempo para vivir, mientras que sigue llamando a nuestra puerta el amor de Cristo, la fraternidad universal y la amistad social, sin aduanas ni discriminaciones.
¿Somos de los/as que “estropean relojes para matar el tiempo” (Woody Allen)? ¿Estamos super ocupados/as en nada, por miedo a dejarnos amar del todo? ¿Buscamos la valoración de los demás, exagerando nuestra indisponibilidad para sentipensar? ¿Seguimos mirando el reloj del tiempo o contemplamos -agradecidos/as- el tiempo de Dios?
Quienes hemos “escuchado” la voz discipular y hemos “recibido” el espíritu misionero, nos damos cuenta de que las personas importantes viven la ansiedad de lo urgente, mientras que los “sencillos” se dan el tiempo para compartir, agradecer, alabar, llorar y aprovechar la fiesta del Reino. Claro que -para ello- hay que aligerar el peso de la culpa, liberarse de la opresión de la injusticia, sanar las heridas del abuso y renombrar la esperanza con la fuerza del amor.
De hecho, la “cercanía” al corazón de Jesús nos hace acompasar su latido con el nuestro, su misión con nuestra entrega, su libertad con nuestra esperanza… y las cargas-fatigas-agobios se transforman en felicidad, porque ya empiezan a triunfar las utopías.
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