“Jesús volvió de las orillas del Jordán lleno del Espíritu Santo y se dejó guiar por el Espíritu a través del desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días” (Lc 4,1-2)
Normalmente, a nivel personal y comunitario, ¿nos dejamos llevar por las emociones, o decidimos tras un sano discernimiento? ¿Respondemos a las urgencias de las entrañas o a las propuestas del Espíritu? Y hablando de decisiones… ¿alguien decidió sobre nosotros sin nosotros, o decidimos sobre otros sin ellos/as?
Dado que el ser humano ha recibido vida, amor y libertad para conducirse y para relacionarse con todo lo creado… parece bastante lógico que -también- haya adquirido la capacidad para sentipensactuar bien el bien, sin dejarse conducir por el inmediatismo, el facilismo, el hedonismo o el consumismo… tan presentes en nuestro mundo. Pero -lamentablemente- no siempre estamos seguros de nuestra meta ni de nuestro camino, y no siempre humanizamos las decisiones… y menos aún las tomamos con el mismo Espíritu de Jesucristo.
En las múltiples “seducciones” del día a día, y en los muchos “miedos” de la noche de nuestros cansancios, podemos ser esclavos de una propuesta atractiva y destructora, o quizá podemos ser presos del temor a decidir lo correcto, que nos saque del estado de confort o del victimismo de los privilegios del poder. Son las “tentaciones” que nos desvían de lo humano, destruyen el camino cristiano y nos anulan como personas pensantes, discernientes y libres. Son las dulces tentaciones de la esclavitud…
Jesús mira el rostro del Padre, se siente impulsado por el Espíritu y decide -una y otra vez- el camino que debe recorrer para llegar a la utopía del Reino. Nada ni nadie le detiene -con propuestas seductoras- en su opción existencial: ni su propio bienestar, ni el fan de poder ni los privilegios de ser Hijo.
La integralidad personal y el discernimiento comunitario, con un buen acompañamiento… han de neutralizar las fragmentaciones internas o externas y -además- nos ayudarán a continuar el camino de la vida sin buscar chaquiñanes -desvíos cortos y rápidos- que no sabemos dónde nos llevan y qué riesgos añadidos nos llevarán al abismo.
La luz de la Palabra, el silencio contemplativo, el fortalecimiento dialogado de las utopías y el Espíritu del Amor neutralizan las tentaciones, humanizan la vocación y reafirman la misión. Es el buen camino… el de los peregrinos de la esperanza.
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