“El que salve su vida la perderá y el que la pierda por mí, la salvará” (Mt 10,39)
La ambición de “poder, prestigio y plata” (P3) hace que las personas atropellemos a los demás, invisibilicemos a quienes están cerca e ignoremos a los más lejanos. No existe próximo para quien solo mira su espejo o cierra los ojos a quien tiene al lado. No existe límite para la ambición del ególatra, ni hay persona más importante que uno mismo para el egocéntrico. Y aquí está el principal pecado que mata la fraternidad de los pueblos, la espiritualidad de las comunidades y el sentido-de-la-vida de cada uno de nosotros.
“¿Acaso no saben que todos nosotros, al ser bautizados en Cristo Jesús, hemos sido sumergidos en su muerte?” (Rm 6,3). Relegar al “narciso” que llevamos dentro, para dar espacio al “Cristo” que hemos acogido, es un primer paso para el seguimiento y para el testimonio, que no siempre es tan patente en nuestras comunidades cristianas. No podemos permitirnos el lujo de engordar el egocentrismo, aunque lo adornemos con palabras religiosas. Tampoco nos dignifica el yoismo que se autoelogia en discursos, oraciones, maltrato y todo tipo de autorreferencialidad.
El ser humano es verdaderamente humano tanto en cuanto toma “decisiones discernidas y responsables”, en torno a valores esenciales e irrenunciables, no solo a doctrinas impuestas o a deseos imaginarios. Seremos cristianos de verdad si asumimos un “estilo de vida” conducido -realmente- por los tri-valores de “vida, amor y alegría” recibidos -gratuitamente- de Jesucristo y contagiados -responsablemente- en todos los espacios vitales.
La misión profética de Eliseo y la espiritualidad de San Pablo nos llevan por los caminos de la vida y la resurrección, más allá de las debilidades y los pecados. Por lo mismo, nuestra misión cristiana nos lleva a las periferias existenciales de nuestra sociedad e iglesia, donde podríamos preguntar, como el profeta “¿qué puedo hacer por ella?” (1 Re 4,14), y deberíamos disfrutar de la respuesta: “así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la Gloria del Padre, así también nosotros empezamos una vida nueva” (Rm 6,4).
¿Estamos dispuestos/as a rebajar nuestro egocentrismo para aumentar el cristocentrismo? ¿Estamos dispuestos/as a “perder” el egoísmo para “ganar” el Reino de Dios?
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