“Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean”. (Mt 6,1)
Vivimos tan pendientes de la “imagen” que gastamos tiempo, dinero, neuronas y relaciones en “quedar bien”, quizá porque no siempre “nos sentimos bien” por las frustraciones de lo que no pudo ser, por la impotencia frente a una realidad amenazante, o por el descrédito con las personas a quienes amamos y quisiéramos que nos amaran algo más.
“Tengan cuidado” de no decir solo lo que los otros quieren escuchar, o hacer solo lo que provoca aplausos, o de vestir incómodamente solo por estar en la moda del consumo. Tengamos cuidado de no vivir en la apariencia y de no buscar relaciones para la autocomplacencia, que no ayudan a crecer sino a mantener el estado de confort.
Religiosamente, ¿pretendemos ser estrellas, dejando de ser luz? ¿exageramos el valor de los signos, dejando vacío el significado? ¿hacemos tanta solidaridad con el pobrísimo como genuflexiones ante el Santísimo?
Poner el énfasis en el espectáculo (religioso, social o familiar) en lugar de emplear todas las energías en la justicia y el bien, no deja de ser adulteración de nuestra fe y descrédito de nuestra iglesia. En cambio, insistir en el valor de la espiritualidad (oración), la justicia (ayuno) y la solidaridad (limosna) es crecer en un estilo de vida que nos asemeja a Cristo y a tantos hombres y mujeres entregados a la causa del Reino de Dios.
No dejemos que la teatralidad sustituya la autenticidad, ni que la fraternidad se diluya en la ficticia amabilidad del adulador. No permitamos que nadie nos amargue con su piadosa ortodoxia, ni hagamos que el valor del testimonio se quede en la satisfacción del narcisismo… para que “la verdad nos haga libres” (cfr. Jn 8,32).
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