Por el Hno. Jesús García /Capuchino de Ecuador
Cuando terminaron de comer, Jesús dijo a Simón Pedro “Simón, hijo de juan, ¿me amas más que estos? Contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos» (Jn 21,15)
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Pedro, y sus hermanos en el discipulado, “escucharon” de Jesús: “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado” (Jn 15,12) y además lo pudieron “ver” en la última cena, de tal modo que se les quedó bien grabado: “Pues si yo, siendo el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros” (Jn 13,14). Escucharon, vieron, sintieron, compartieron la vida y el evangelio de Jesucristo, pero “no entendieron” hasta que el Resucitado se hizo el encontradizo en sus cotidianas frustraciones, fracasos y desalientos.
Cuesta aprender que el amor no solo es un sentimiento, un deseo o una necesidad humana, sino una “decisión” de “dar la vida por sus amigos”. Pedro deberá pasar de sus buenos sentimientos (hijo de Juan) a una opción consciente y existencial de “amar como Jesús”, Maestro y Señor.
Porque el discipulado se nutre de la persona de Jesús, pero es imprescindible renovar “a la luz de la Palabra de Dios y el Vaticano II, nuestro concepto y experiencia de Iglesia Pueblo de Dios, en comunión con la riqueza de su ministerialidad, que evite el clericalismo y favorezca la conversión pastoral” (AEALC 9). Así como Pedro debe liberarse de sus imaginarios sobre el mesianismo judío, también los/as discípulos/as del siglo XXI estamos urgidos/as a la pascualidad de la rigidez hacia la “misericordia”, de la fiscalización ritualista hacia el gozo de la “celebración”, de la regresión medieval a la “utopía” del Resucitado… es decir, a la “Iglesia sinodal, samaritana y profética, en salida y comprometida con la defensa de la vida en nuestros Pueblos” (AEALC 9,a).
“El amor que apacienta” nos lleva a una constante conversión personal, comunitaria e institucional que “implementa estructuras de comunión y participación” (AEALC 9,b) en todos los ámbitos eclesiales (AEALC 36).
Jesús no desahucia a Pedro por sus errores mesiánicos ni por su infidelidad en la pasión, más bien -con samaritana ternura- “le pregunta” por la calidad de su amor y por la responsabilidad en su opción. Con Simón Pedro, nosotros aprendemos de los errores, para vivir “la sinodalidad en la escucha, el discernimiento, la toma de decisiones y evaluación de la acción pastoral” (AEALC 9,c), con “la pastoral del encuentro centrada en la espiritualidad de la encarnación” (AEALC 36,b).
Es evidente que no pretendemos amar-ser más que los demás, sino “como el Señor”, para superar el abuso de poder y la prepotencia de quien se considera mejor y más digno, alimentando el clericalismo avinagrado de ordenados y de laicos, quizá demasiado seguros de su propia verdad y demasiado pendientes de los errores ajenos.
El pastoreo humilde, alegre, sinodal y mariano-petrino es un don vocacional y -también- la propuesta eclesial que nos abre a “cielos nuevos y tierra nueva” (cfr. Ap 21,1), porque “confesamos nuestra fe con las palabras de Pedro: ´Tus palabras dan Vida eterna´ y ´Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo´” (DAp 101).
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