El Evangelio de San Mateo que compartimos este domingo, Jesús cuenta precisamente la parábola del propietario de la viña que, en diversas horas del día, llama a jornaleros a trabajar en su viña. Y al atardecer da a todos, el mismo jornal, un denario, suscitando la protesta de los de la primera hora.
Al respecto el Papa Benedicto XVI nos decía: “que este denario representa la vida eterna, don que Dios reserva a todos. Más aún, precisamente aquellos a los que se considera «últimos», si lo aceptan, se convierten en los «primeros», mientras que los «primeros» pueden correr el riesgo de acabar como los «últimos”.
Ser llamados
Se debe, por tanto, precisar el sentido exacto de esta narración, cuya frase final es ya, por si sola, provocativa “Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”. Y es propiamente sobre este contraste entre “Primeros y Últimos” que la parábola encuentra su significado narrativo y espiritual. La narración se desarrolla alrededor de dos vértices, cumbres, que también constituyen el significado último y profundo de la parábola.
El primer vértice, es sobre el contrato, el reclutamiento progresivo de los obreros, pero con idéntico salario. El propietario no tolera, por decirlo así, el desempleo: quiere que todos trabajen en su viña. Y, en realidad, ser llamados ya es la primera recompensa: poder trabajar en la viña del Señor, ponerse a su servicio, colaborar en su obra, constituye de por sí un premio inestimable, que compensa toda fatiga.
Pero eso, sólo lo comprende quien ama al Señor y su reino; por el contrario, quien trabaja únicamente por el jornal nunca se dará cuenta del valor de este inestimable tesoro. El segundo vértice, está representado por la indignación polémica de los primeros contratados. Y en este se pone el mayor énfasis.
Un cambio de mentalidad
Los fariseos, los justos, los primeros se escandalizan al ver que Jesús ofrece la misma salvación también a los pecadores, a los últimos. De hecho, el obrero llamado primero en la parábola no reclama tanto un salario mayor, sino que lamenta sobre todo la igualdad del tratamiento reservado a él y al que ha llegado en el último lugar.
La parábola se dirige entonces a la gente que recoge con su comportamiento estas murmuraciones. Lo que da el Señor nunca debe ser considerado como un «derecho» adquirido por nuestras prestaciones, sino siempre como un don gratuito de la bondad divina y, como tal, no puede ser «juzgado», sino solo acogido o rechazado. En consecuencia, para poder entrar en relación con Dios, es necesario un cambio de mentalidad, o conversión, pues de otro modo nos arriesgamos al escándalo, la murmuración, la envidia etc.
Jesús va más allá, nos muestra que el denario del que está hablando es “el don gratuito para toda la vida”. Dios mismo es nuestro denario. Y la razón es que Dios no puede sino ser bueno, por eso se da todo Él, y a todos, y en todo momento. El Reino de Dios es un Don y no un salario por las obras de la ley; la salvación no es una recompensa casi contractual, sino sobre todo es una iniciativa divina hecha de amor y de comunión a la cual el hombre es invitado a participar con alegría y sin limitaciones.
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Amor gratuito y generoso
El cristiano es, por tanto, exhortado a seguir el estilo del dueño de la viña, que es el estilo de Jesús. Este estilo no se basa sobre el mérito, sobre la estricta justicia, sino que se deja conquistar del amor gratuito y generoso de Dios. La manifestación de un amor puro y total es la perfecta imitación del Padre celeste “que hace salir el sol sobre los malvados y sobre los buenos y hace llover sobre los justos y sobre los injustos” (Mt 5, 45).
Con esta parábola, Jesús quiere abrir nuestros corazones a la lógica del amor del Padre, que es gratuito y generoso. Se trata de dejarse asombrar y fascinar por los «pensamientos» y por los «caminos» de Dios que, como recuerda el profeta Isaías, no son nuestros pensamientos y no son nuestros caminos (cf Is 55, 8).
La atención sobre la parábola se debe concentrar entonces, sobre el Padre, el Señor, cuyo amor es superior a la justicia, que llama constantemente para ofrecerles la salvación. A Jesús, esto le importa más allá del cálculo preciso de los méritos, de las recompensas, de lo que se debe dar. Lo que Jesús ofrece es más de cuanto el hombre merece por sus obras.
Jesús, ofrece el don de la comunión divina, el llegar a ser hijos de Dios, el estar siempre en Él más allá de los límites de la creatura y de la muerte. La parábola del dueño de la viña, se convierte en un canto a la gracia y al amor infinito de Dios. Así sea.
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