Del viernes 9 al domingo 11 de agosto se llevará a cabo en la sede bogotana del Celam el Congreso Latinoamericano y Caribeño “Teología en clave sinodal para una Iglesia sinodal”. Entrevistamos para ADN Celam al teólogo y sacerdote chileno Samuel Fernández*, quien participará de este encuentro continental y quien nos lleva de viaje a los tiempos primeros de los cristianos y su historia andando la sinodalidad y anclando en su riqueza, además de destacar la actualidad de una vida sinodal de la humanidad.
La sinodalidad como justicia
Pregunta: Padre Samuel, es fundamental recordar la historia y cómo ha evolucionado la sinodalidad a lo largo del tiempo. ¿Cómo podemos entender esa experiencia de sinodalidad en los primeros tiempos de la Iglesia?
Respuesta: En la primera iglesia naturalmente cuando fue creciendo comenzaron a haber discrepancias y, por lo tanto, los primeros cristianos en sus primeras comunidades tuvieron que buscar maneras de resolver sus propias discrepancias. En ese contexto ellos miraron hacia la sociedad de su época y reconocieron dos estructuras que utilizaba la cultura grecorromana para este propósito: uno era el debate filosófico que tenía muchas más reglas que los debates de hoy; de esa manera efectivamente se podía llegar a ciertas conclusiones. El otro era el tribunal romano que, naturalmente, tenía alegatos y una sentencia.
Los primeros cristianos, posiblemente inspirándose en estas dos estructuras, las combinaron creativamente y comenzaron a tener estas reuniones —que nosotros le llamamos “sínodo”— en las cuales podían resolver sus discrepancias, específicamente en cuestiones teológicas o en cuestiones disciplinares. De esa manera se fueron configurando paulatinamente los sínodos.
«La tradición no es un obstáculo para mirar el futuro sino que verdaderamente es una fuente de libertad.» (Samuel Fernández)
P: ¿Qué aportes se puede hacer esa experiencia de la primera Iglesia, la Iglesia antigua, al deseo de la Iglesia contemporánea de arriesgarse a vivir la sinodalidad?
R: En primer lugar, creo que nosotros no debemos idealizar la sinodalidad en la Iglesia antigua porque igual había muchas tensiones, mucho autoritarismo, graves fracturas en la Iglesia, etcétera y, por lo tanto, no podemos pensar que era una Iglesia ideal en la que todos buscaban escuchar al otro, etcétera.
La gran lección que nos da la Iglesia antigua para hoy es poder reconocer que las cosas se han ido haciendo de múltiples maneras. Es decir, un buen estudio de la Iglesia antigua permite reconocer, por una parte, que hay ciertos elementos fundamentales que se mantienen, ciertos fundamentos que están allí y que se pueden reconocer. Por otra parte, que hay muchísimas cosas que se han hecho de una manera, se han hecho de otra. La selección, elección y ordenación de los obispos se hizo de muchos modos distintos, incluso contemporáneamente en Alejandría, Cesarea y Cartago se elegían los obispos de diferentes maneras. Eso nos impulsa a nosotros no a buscar modelos en la Iglesia antigua, copiarlos y traerlos al siglo XXI sino que nos muestra que la tradición no es un obstáculo para mirar el futuro sino que verdaderamente es una fuente de libertad que nos permite reconocer que, si somos fieles a estos elementos centrales, tenemos la libertad de la autonomía en continuidad con la tradición de poder proponer nuevas maneras que sean adecuadas a la situación actual.
La libertad: esencial en el cristianismo antiguo
P: ¿Cuáles son esos elementos fundamentales que permanecen en el deseo del hombre de vivir la sinodalidad?
R: Naturalmente que hay elementos fundamentales de la cristología: la integridad de la humanidad, la integridad de la divinidad de Cristo, la unidad junto con la diversidad en la Iglesia, el carácter relacional de la vida humana y de la vida cristiana a la luz del misterio de la Trinidad, el carácter sacramental de la Iglesia, los sacramentos, la fraternidad humana, la libertad es un tema fundamental en el cristianismo antiguo que se destaca y por sobre el concepto de la filosofía griega de libertad que es mucho más frágil que el concepto cristiano. Por eso es un concepto que nosotros debemos reconocer como propio y, desgraciadamente y veces, hoy día la Iglesia no aparece como un espacio de libertad.
No hay sinodalidad sin confianza
P: Usted considera que la tradición no constituye un obstáculo para vivir la experiencia de la sinodalidad. Sin embargo, hay sectores de la Iglesia para los que la propuesta sinodal es algo así como atentar contra la sana doctrina de la Iglesia. ¿Qué decirles a estas personas con ciertas posturas fundamentalistas?
R: Creo que si nosotros decimos que hay elementos fundamentales y elementos secundarios en la vida de la Iglesia todo fiel cristiano va a estar de acuerdo, de todas las tendencias. Ahora, si nos preguntamos cuáles son esos elementos fundamentales y cuáles son los elementos secundarios, ahí naturalmente que hay posturas muy distintas. Por eso la historia nos ayuda a reconocerlo porque efectivamente nosotros podemos ver tantas experiencias en la Iglesia en que se reconocen algunos elementos centrales y se reconoce también la diversidad y los cambios que se han producido.
Ahora bien, yo creo que forma parte de un espíritu auténticamente sinodal ser capaces de estar abiertos a las personas que también tienen posturas distintas en este sentido. Por eso la sinodalidad no es algo que se pueda imponer a la fuerza sino que es algo que se propone, que se va construyendo con estructuras, con leyes y, sobre todo, con una cultura que pueda reconocer la imagen de Dios en cada ser humano. Creo que uno de los problemas que tenemos es que una visión negativa de la situación actual del ser humano hace que pensemos que no podemos confiar en los demás. Si verdaderamente existe esa falta de confianza no se puede avanzar en una iglesia sinodal.
La voz de Dios, ¿dónde?
P: Cuando hablamos de estudios de la historia, las decisiones, los documentos, los procesos responden a un contexto histórico. ¿De qué forma la propuesta de la sinodalidad que nos hace el Papa Francisco responde a esas necesidades actuales?
R: Creo que cada persona puede tener una respuesta bien distinta. Lo que es muy importante acá es tratar de conocer, reconocer y valorar nuestro propio contexto histórico. Creo también que un error que nosotros podríamos cometer es mirar la sociedad actual con una mirada muy negativa y solamente ver lo que le falta, lo que hace mal, etcétera, etcétera y no reconocer los movimientos sociales, las demandas que se están haciendo. En ella está la voz de Dios. Entonces creo que la clave para esto es estar atento, aprender a ver nuevamente no solamente a nosotros sino que ver a toda la Iglesia, toda la sociedad y reconocer en la sociedad y en las demandas legítimas que hay en ella una manifestación de la voz de Dios.
P: No debemos temer a los signos de los tiempos.
R: Exacto ya que son una fuente de conocimiento de la acción de Dios en el mundo. A la vez se corre el riesgo de la interpretación porque en el fondo podemos estar de acuerdo en qué es lo que está pasando, hacia dónde van las cosas pero cómo interpretar teológicamente los signos de los tiempos siempre ha sido una tarea bien difícil. No es algo que uno pueda taxativamente definir sino que son cosas que efectivamente se tienen que discernir.
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*Samuel Fernández (1963, Santiago, Chile), es profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ordenado sacerdote en 1992, obtuvo el doctorado en Teología y Ciencias Patrísticas en el Instituto «Augustinianum» de Roma en 1997. Actualmente es Profesor Titular de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, de la cual fue Decano entre 2004 y 2009. Sus áreas de investigación son Orígenes de Alejandría, la historia de la exégesis patrística, la crisis arriana del siglo IV y el desarrollo de la teología trinitaria y la cristología patrística. Ha dedica parte de su investigación a la edición y traducción de textos patrísticos, tales como Sobre los principios de Orígenes (2015), Sobre los sínodos de Hilario (1019), Sobre los sínodos de Atanasio (2019) y la obra teológica de Marcelo de Ancira (2022).
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