La mañana de este 11 de junio falleció en la ciudad de Maracaibo, occidente de Venezuela, Nelson Sandoval, capuchino menor, de 51 años, por complicaciones derivadas del COVID-19.
El misionero llevaba más de 18 años llevando la obra “Los Ángeles del Tukuko”, en el municipio de Machiques, estado de Zulia.
Según medios locales, el religioso presentaba insuficiencia renal y hemoglobina baja, estaba intubado y no tenía capacidad de respirar por sí solo. Estaba recluido desde el pasado 28 de mayo, en el Hospital Universitario de Maracaibo y después fue trasladado a la Unidad de Cuidados Intensivos de la Clínica Sucre.
«Nuestro pishirumu»
Ingrid Graterol, directora diocesana de la Cáritas Machiques, ha expresado que «se nos fue nuestro fray Nelson, nuestro pishirumu (como lo llaman los yukpas), apóstol de Jesucristo que por 14 años vivió entre los indígenas yukpas y Bari de la Sierra de Perijá, en la Diócesis de Machiques».
«Parte importante de nuestra red de Cáritas, animador incansable de la ayuda a los pobres, la inculturación del Evangelio y de la defensa y promoción de los derechos humanos de los indígenas, desde la minoridad de la orden franciscana, era testigo y testimonio de llevar el amor de Jesucristo a los más pobres», acotó.
Además ha indicado que el sacerdote fue «fundador, promotor y acompañante de la acción social de la Iglesia desde las Cáritas Parroquiales con las que hizo vida, damos gracias a Dios por su hermosa vida donada en medio de los desechados de la sociedad, y estamos seguros desde el cielo nos seguirá animando».
En el número #1 de la revista Misión Celam, fray Nelson concedió una entrevista al equipo de ADN Celam, que a continuación re-publicamos:
Vivir la Asamblea en la Sierra de Perijá
Vivir la Asamblea en el Tukuko no es fácil. Esta comunidad indígena de la Sierra de Perijá, en el lado venezolano, lleva sobre sí la peste del olvido. Son las 5:00 de la mañana, el capuchino Nelson Sandoval reza laudes. La única pimpina de gasolina se acabó. “Es oro puro. Soy el párroco de esta comunidad y el responsable de que esto funcione”, cuenta.
Surtir la camioneta de la parroquia requiere de 60 litros, a razón de dos dólares, en total, 120, un equivalente a 60 meses de salario mínimo. En su dialecto maracucho, suelta: “No te imagináis el calvario que es ir a Maracaibo, pero gracias a Dios resuelvo, pues tenemos un comedor con apoyo de Cáritas y la Organización Internacional para las Migraciones”.
“¿Cómo he vivido la Asamblea?”. Ante la pregunta, mutis y suspiro. “Si al problema de gasolina, le sumas la falta de medicamentos, comida, electricidad y, sobre todo, internet, no es mucho lo que pueda decir; es más, hasta para catequesis comprar un bolígrafo es un desafío”, responde. En efecto, el Tokuko es una de las zonas más desprovistas de Venezuela, muchos de los indígenas yukpas y barí han tenido que huir hacia Colombia.
No obstante, para él “en eso radica esta Asamblea, mientras las zorras tienen madriguera, el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza, tenemos que ser un testimonio de vida y de fe más creíble, para que el mundo crea más”.
Tiene mucha esperanza en el Sínodo de la Sinodalidad. El franciscano capuchino, con 17 años en la Sierra de Perijá, a guisa de ejercicio de mayéutica desgrana preguntas: “¿Qué quieren de nosotros? ¿Qué quieren de sus pastores? ¿Cómo funcionan nuestras pastorales?”. Acota: “Gracias a Dios comenzaremos las consultas diocesanas, nuestro arzobispo José Luis Azuaje nos ha dado ya lineamientos”.
Así planean los descartados en el corazón del olvidado Tokuko. Los ingredientes están en la mesa, tienen todo listo con el mejor de los combustibles: la fe. Nelson montado en su burrita, sale a casa del vecino más cercano –unos 2 kilómetros– a conectarse al único wifi posible, puesto que para Dios nada es imposible.
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