El padre Luis Enrique Ortiz, sacerdote claretiano puertorriqueño y coordinador de la Red Mundial de Jóvenes Misioneros de la Congregación Claretiana, presentó el tema “Discípulos misioneros, iniciados y enviados”, durante el 6.° Congreso Americano Misionero.
Con una propuesta innovadora y espiritual, el padre Ortiz planteó como objetivo “Profundizar la identidad de un discípulo misionero; profundizar la identidad discipular misionera de la Iglesia; y proponer algunas claves para renovar el ardor misionero de la Iglesia y para el mundo”.
La ponencia, dinámica y creativa, invitó a los asistentes a embarcarse en un imaginario viaje en crucero, estructurado en tres etapas: desplazamiento geográfico, espiritual y misionero. Este recorrido simbolizó el camino del discípulo misionero en la búsqueda de su identidad y compromiso.
El viaje y los viajeros
De Puerto Rico a Galilea: Un retorno a las raíces del discipulado, explorando la experiencia vital y espiritual de los primeros discípulos de Jesús. De Galilea a Jerusalén: El viaje al centro cultural y económico de la Palestina del tiempo de Jesús, para profundizar en el contexto histórico de su misión. De Jerusalén a los confines de la tierra: Una apertura al mandato misionero universal, que desafía a llevar el mensaje evangélico más allá de todas las fronteras. “Hasta los confines de la tierra, que en el sentido bíblico se refiere a toda la geografía fuera de Jerusalén”, explicó el padre Luis.
Aclaró que los viajeros son “los discípulos misioneros iniciados y enviados, quienes nos reunimos aquí para renovar e impulsar nuestro ardor misionero hacia toda América”. Con un enfoque en la identidad del discipulado misionero, el padre Ortiz condujo a los participantes a meditar sobre su papel en la misión evangelizadora. Para ello, destacó un pasaje clave del prólogo del Evangelio de Lucas, específicamente el versículo 2: “Tal como nos han sido transmitidos por aquellos que fueron los primeros testigos y que después se hicieron servidores de la Palabra”.
El padre Luis profundizó en la interpretación del término “servidores”, explicando que también se traduce como “remadores”. Con esta imagen simbólica, invitó a los asistentes a ser “remadores de la Palabra”: “Les invito a remar juntos en la travesía del discipulado misionero”.
Discípulos Misioneros: Desde Galilea a Jerusalén
Con un espíritu de júbilo, el viaje misionero comenzó en Galilea, ese lugar emblemático donde todo inició para los primeros discípulos de Jesús. En esta etapa, se profundizó en las características esenciales del discípulo misionero, tomando como base las Escrituras y la experiencia transformadora de aquellos que fueron llamados por el Maestro.
“Galilea, como muchos saben, es el lugar donde todo comenzó para aquellos discípulos, es el lugar del primer amor, del primer encuentro, donde los discípulos fueron mirados por Jesús por primera vez. Allí donde fueron llamados por Él, allí donde el camino comenzó”, recordó el padre Luis Ortiz.
Características del encuentro
Este encuentro tiene varias características para resaltar, enseñó el padre Luis: Acontece en la vida cotidiana: Jesús llama a sus discípulos mientras realizaban actividades comunes, como pescar, incluso en momentos de frustración, como tras una pesca fallida, Jesús transforma la realidad cotidiana en una experiencia de fe y misión.
Marca la vida para siempre: Siguiendo el Evangelio de Juan, recordó la escena en que dos discípulos de Juan el Bautista encontraron a Jesús y, al seguirlo, experimentaron un momento inolvidable. “Las cuatro de la tarde”, este detalle, más que una referencia horaria, simboliza el instante preciso en que el primer amor se sella en el corazón del discípulo.
Es transformador: El encuentro con Jesús provoca una reorientación total de la vida. Dejan de ser pescadores para convertirse en “pescadores de hombres”. Además, este cambio no es solo personal, sino también relacional, reorganizando sus prioridades y colocando a Jesús en el centro de sus vidas. Está lleno de gratuidad: La llamada de Jesús no se basa en méritos ni esfuerzos humanos, sino en la gracia. Los discípulos responden inmediatamente al llamado porque se encuentran con alguien que no les exige cumplir reglas, sino simplemente seguirlo.
Itinerario de un Discípulo
El itinerario discipular comienza con el encuentro personal con Jesús, este encuentro no solo conmueve, sino que transforma, provocando una llamada que marca el inicio del seguimiento: “Encuentro y llamada son un binomio necesario de la misma experiencia, quien se encuentra con Cristo experimenta su llamada… no son distintos ni distantes, el encuentro con Jesús provoca siempre una llamada”.
El segundo momento del itinerario es la itinerancia, que implica un camino constante de aprendizaje y transformación junto a Jesús. Durante este proceso, los discípulos aprenden el estilo de vida del Maestro, y asumen su forma, configurándose con Él: “La itinerancia es la vía pedagógica del camino discipular, siempre salir, siempre caminar, siempre estar fuera de la zona de confort, siempre seguirlo”.
El último momento del itinerario es el envío misionero. Aquí, el discípulo asume plenamente su identidad como testigo y anunciador del Reino. Inspirado por el Espíritu Santo, el discípulo lleva el mensaje de vida y esperanza a todas las naciones: “Por esto, todo discípulo es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de su misión”.
Misioneros en Jerusalén
El padre Luis explicó que Jerusalén es la ciudad donde acontecen los eventos más significativos de la vida de Jesús: su Pasión, Muerte y Resurrección, se convierte también en el lugar de la persecución y del miedo para los discípulos. Este lugar, inicialmente asociado con el sufrimiento y la muerte de Jesús, se transforma en el escenario de una nueva experiencia: el Pentecostés, cuando el Espíritu Santo irrumpe en medio de los discípulos.
“Nos encontramos con unos discípulos ausentes y encerrados, exteriormente e interiormente; los discípulos están encerrados de dos formas”, compartió el sacerdote misionero, y agregó que los discípulos se encontraban abatidos y llenos de miedo, por eso se esconden.
“Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, los discípulos tenían cerradas las puertas del lugar donde se encontraban, pues tenían miedo a los judíos. Entonces se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘La paz esté con ustedes’” (Juan 20, 19-23). Partiendo de esta experiencia, el padre Luis reflexionó sobre la experiencia del encuentro con el Resucitado, que se convierte en una experiencia de transformación, y es entonces cuando Jesús otorga el don del Espíritu Santo a sus discípulos.
La paz necesaria para abrir los corazones
“El primer fruto del Resucitado es la paz y el fruto de la paz es la alegría”, afirmó el padre Ortiz, asegurando que la paz es clave para salir del encierro interior provocado por el miedo: “De ese miedo interior se sale por medio de la paz que da el Resucitado”.
El siguiente paso de esta experiencia es el envío misionero. Tras abrir las puertas del corazón, Jesús les da la misión de abrir también las puertas físicas: “Y es que los mismos discípulos que estaban a puertas cerradas, ahora se ponen en camino. Abriendo las puertas del corazón, primero; y de aquel lugar, segundo”.
“Con la fuerza del Espíritu, aquellos discípulos se disponen a ser testigos de Cristo vivo”, remarcó el sacerdote misionero, y agregó: “La fuerza del Espíritu les provocó una libertad interior y una “parusía”, esta palabra que el Papa Francisco ha mencionado varias veces, a tal punto que los lanzó a testimoniar a Cristo Jesús…Y que da inicio a la Iglesia”.
Características de una Iglesia naciente como Discípula Misionera
La Iglesia naciente tiene como pilar el anuncio del amor incondicional de Dios, explicó el padre Luis, un amor que se ofrece gratuitamente a todos. Este amor se revela a través del “kerigma”, el feliz anuncio de la salvación de Cristo.
La autenticidad del mensaje de la Iglesia naciente radica en vivir lo que anuncia: “El corazón de la Iglesia naciente nos deja saber de forma contundente que el motivo de su amor tiene un nombre, Jesucristo”. Un claro ejemplo de esto se encuentra en la escena de los Hechos, cuando Pedro y Juan, al encontrarse con un lisiado en la puerta del templo, le ofrecen lo único que tienen: “En el nombre de Jesucristo, ponte a andar”. De este modo, la Iglesia demuestra que su amor por Jesús se traduce en acciones concretas hacia los demás.
Como bien señala el Papa Francisco, la Iglesia no cierra los ojos ante el sufrimiento humano, sino que mira con ternura y ofrece soluciones concretas: “Como discípula y misionera, está llamada a ofrecer a Jesús, y ser aquella que tiende la mano y acompaña para levantar, que hace sanar, que hace felices a los que no lo son, y les ayuda a encontrarse con Dios. Y ese encuentro con Jesucristo es el inicio de un nuevo camino en la vida de nuevos discípulos misioneros”.
Testigo de la alegría y hospital de campaña
Una Iglesia que es testigo de la alegría, fue otro punto que abordó el padre Ortiz: “La alegría es el signo de los evangelizadores y también es el signo de la Iglesia naciente. Y la alegría en sentido teológico no es una emoción o un sentimiento, no es una reacción emocional, la alegría es la certeza de una presencia que me habita”.
Sabían que Jesús habitaba en ellos y que el Espíritu Santo les daba fuerzas para seguir adelante, incluso en los momentos más difíciles; como los mártires, la alegría de la Iglesia naciente es testimonio de la presencia de Dios en medio de las adversidades.
La Iglesia se muestra también como un hospital de campaña, un refugio para los más necesitados. En los Hechos de los Apóstoles, se describe cómo los apóstoles, movidos por la compasión, acudían al encuentro de los enfermos y los más débiles. Al no poseer riquezas materiales, ofrecían lo que tenían: el poder del nombre de Jesucristo para sanar y restaurar la vida.
Arraigada en Cristo y audaz en la Misión
La Iglesia naciente es, en primer lugar, una Iglesia arraigada en Cristo, que se enfrenta a las persecuciones con un fuego misionero que solo el Espíritu Santo puede encender: “La Iglesia naciente en un estado de vida permanente de persecución… esto es precisamente lo que pasa en estos primeros tiempos de la Iglesia naciente y todavía hoy”, expresó el padre Luis Ortiz.
También destacó la característica de ser una Iglesia audaz en la Misión, “cuando se vive arraigados en Cristo, el fruto es vivir audaces en la misión”, afirmó el sacerdote misionero. Y como última cualidad de la Iglesia, expuso que se trata de una Iglesia discípula misionera, una Iglesia en constante movimiento, dispuesta a ir más allá de las fronteras de Jerusalén para llevar el Evangelio a los confines de la tierra: “Los cristianos no se asustan, deben huir, pero huyen con la palabra, y huyen con la convicción de que tienen que seguir anunciando la palabra, allí donde se espera y donde hay necesidad”.
“Por eso, es en primer lugar una Iglesia en salida; en segundo lugar, es una Iglesia en camino; y, en tercer lugar, es una Iglesia que promueve, anima y acompaña los procesos”, puntualizó.
Hacia los confines de la tierra
El padre Ortiz resaltó que todo comienza con la fuerza del Espíritu Santo, quien además de inspirar, impulsa un proceso transformador: Este itinerario misionero se inicia con el anuncio del Evangelio, que se confirma con la práctica: la cercanía, la ternura y la compasión, estas virtudes despiertan la audacia necesaria para tocar corazones y encender nuevas llamas de fe: “De esta forma, notamos que el Espíritu Santo inicia un proceso en la vida de la Iglesia, que pasa por el anuncio y llega hasta la audacia misionera”.
El sacerdote planteó tres verbos para describir el dinamismo del discípulo misionero: arder, abrasar (con “S”) y encender. Arder en el fuego del Espíritu es el signo del encuentro personal con Cristo y de la conciencia de ser habitados por Dios desde el bautismo.
Abrasar simboliza una misión que es táctil y cercana, es un acto de contagio, como una brasa encendida que transmite su fuego a otra apagada, este abrazo se traduce en acompañar, involucrarse y abrir caminos en medio de las realidades más difíciles: “La vida de un discípulo misionero que toca al otro en su realidad es el signo del toque de Dios en la misma historia, y es así que, el abrazo con “S” se transforma en un abrazo con “Z” cuando se toca la vida del otro”.
Encender fue otro verbo que resaltó el misionero Ortiz, y explicó que implica despertar el fuego en otros, con el testimonio de una vida llena de felicidad evangélica: “Significa, por un lado, la acción del Espíritu y, por otro lado, tu testimonio, mi testimonio, nuestro testimonio de felicidad. La finalidad de la vida del discípulo misionero siempre es encender a otros”.
Un viaje sin retorno
El padre Luis Ortiz habló sobre el testimonio de la felicidad en la vida del discípulo: “El discípulo misionero está llamado a encarnar las bienaventuranzas del Evangelio en su vida, pues cada bienaventuranza en particular resulta de la propia experiencia de los discípulos, porque ellos, los discípulos de Jesús, son los pobres los que tienen hambre, los que lloran, los que son odiados y perseguidos”, remarcó.
Mencionó cinco actitudes que encienden el corazón: la cercanía, la compasión la ternura, la escucha y el diálogo, invitando a continuar el viaje. El padre Ortiz comparó la misión con un viaje en alta mar, sin posibilidad de regresar a la seguridad de “nuestra Galilea”, el lugar de confort y certezas. “El seguimiento de Cristo no tiene retorno; seguir a Jesús siempre implica novedades, nuevos horizontes, nuevas realidades, nuevos desafíos”, afirmó.
“Ser felices es el estilo de vida propio de los que siguen a Jesús”, afirmó el padre Luis, y explicó que la felicidad supera el mundo de las emociones y los sentimientos, y se arraiga en la convicción personal de que somos habitados por Él: “La presencia que nos habita, nos lanza a los confines de la tierra proclamando a todos, como María, la obra de Dios, la grandeza del Señor; y anunciando a todos la paradoja evangélica de la felicidad”.
Místicos en acción
“Como discípulos misioneros de nuestro tiempo, somos llamados a vivir como místicos en la acción”, dijo el padre Luis, enseñando que esta es la clave para abrazar nuestro presente.
El sacerdote invitó a “leer este hoy como el resultado de lo que Dios ha preparado ayer, este hoy como la preparación de lo que Dios nos pedirá mañana. Leer nuestro mañana como la promesa que Dios nos anuncia hoy”, y de esta manera hacer posible “nuestro viaje a los confines de la tierra”.
En este caminar, María se erige como ejemplo y modelo de quien confía plenamente en los procesos de Dios, desde la contemplación hasta la acción junto a la comunidad apostólica.
Provocaciones para los “remadores de la Palabra”
Ante la llamada misionera, el padre Luis presentó cuatro provocaciones que invitan a la reflexión y acción: Salir no es fácil, pero es el único camino hacia la plenitud y hacia la realización de la vida. La misión es el llamado de toda la Iglesia, todo bautizado está llamado ser misionero, la misión no es tarea de unos pocos, sino un estilo de vida que abarca a toda la comunidad cristiana.
“¿Y después del viaje qué?”, preguntó el sacerdote, desafiando a iniciar procesos de renovación para despertar el ardor misionero en cada diócesis, comunidad parroquial y familia cristiana: “La conciencia misionera comienza en la catequesis, continúa en los grupos de jóvenes, se perpetúa en la comunidad parroquial, en todos los ámbitos. Se promueve en cada familia cristiana y debe ser animada y acompañada por los pastores”, remarcó.
“La misión no debe ser lo especial y lo extraordinaria, debe ser lo común y lo ordinario, no debe haber una pastoral para la misión; la misión debe ser la pastoral”, dijo el padre Ortiz, invitando a que la vida, la fe, la oración y la liturgia estén impregnadas por el espíritu misionero.
Inspirado la Carta Encíclica Dilexit nos, del Papa Francisco sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo, recordó el testimonio de Santa Teresa del Niño Jesús, quien vivió su entrega misionera como expresión de amor. Su deseo de dar de beber al amado Cristo se traduce hoy en un llamado universal: “Jesús se lo merece. Si te atreves, Él te iluminará. Él te acompañará y te fortalecerá, y vivirás una valiosa experiencia que te hará mucho bien. No importa si puedes ver algún resultado, eso déjaselo al Señor, que trabaja en los secretos de los corazones. Pero no dejes de vivir la alegría de intentar comunicar el amor de Cristo a los demás”.
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